—Soy Josh. ¿Puedes escucharme?
Sin pensarlo más, Janne se pegó a la ventana, pero no retiró la cortina. No quería que la viera así: llena de marcas y rasguños.
—No deberías estar aquí —contestó ella, aunque rogaba para que el chico se quedara.
Al no obtener respuesta y con el corazón latiendo desesperado, juntó todas sus fuerzas y alzó su mano para apartar un poco la cortina y verlo. Los rizos dorados del joven resplandecían con la luz de la luna y se movían conforme él intentaba abrir la ventana. Al percatarse de que Janne lo estaba viendo, pegó un brinco y se apartó rápidamente. Fingió acomodar su camisa y se acercó de nuevo.
—No entiendo bien que haces aquí, pero si puedo ayudarte en algo... no dudes en decirlo.
Una pequeña llama de esperanza se encendió en su pecho y asintió. Quiso abrir la ventana para dejar pasar a Josh, sin embargo, unas voces se escucharon en el pasillo y eso bastó para que Janne, muerta de miedo, corriera la cortina.
—No estamos solos, vete o te meterás en problemas.
La silueta del joven aún podía verse afuera y tardó un poco en irse.
—Volveré. Lo prometo —susurró.
Ella vio como poco a poco el chico rubio se alejaba y sin más, cayó al suelo ya sin fuerzas. No podía salir ni irse del convento, no con esos demonios atormentándola. Todo iba de mal en peor desde que su padre la había dejado en ese lugar. Con cada nuevo sacerdote que llegaba, los métodos para tratar su maldición eran más fuertes, eso pudo comprobarlo en la noche.
—Entra al agua —ordenó el hombre—, evaluaré tu condición.
Janne obedeció y se mantuvo en silencio cuando la sumergieron por completo en aquella tina gigante. El material del fondo estaba cubierto por un centenar de espinas que perforaron su piel sin contemplaciones. Como era de esperarse, el agua se tiñó de rojo mientras que todo el aire escapaba de los pulmones de la chica en forma de burbujas. El sacerdote lo interpretó como una señal de que estaba haciendo bien su trabajo y la mantuvo un rato más sumergida hasta que ella dejó de luchar. Sin más, tomó del cabello a Janne y la sacó de la tina, para después tirarla en un rincón de la mugrosa habitación. Sus lágrimas bajaban por si solas mientras que tosía y aguantaba el dolor de las heridas.
—No llores, pronto estarás libre y purificada. —La puso boca arriba y tomó uno de sus pechos—. Eso será bueno, ¿no lo crees?
Janne trató de zafarse al mismo tiempo que escupía esa agua salada y espesa en la que la habían sumergido. El sacerdote le dio una manta con agujeros, que era tan delgada que no le serviría para nada. Aun así, Janne se acurrucó y tapó su cara con sus brazos como tantas veces lo había hecho en el pasado. Lo único que podía ver eran sus pies y el charco de agua que comenzaba a formarse mezclándose con la sangre que brotaba de su espalda. El sufrimiento se prolongó por dos horas más, hasta que el hombre estuvo cansado y satisfecho.
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Promesas De Un Traidor
FantasiaEn el convento Saint Ekavine, Janne vive recluida esperando su muerte, hasta que conoce a Josh y encuentra un motivo para pelear contra los espíritus que la atormentan desde que era niña. En Credoss, Poppy se acerca cada vez más a Lu, el nuevo pret...