(3) Apretando bien las muelas

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La firmeza de pablo respecto su nuevo corte de pelo duro lo que dura una noche, por la mañana la idea de verse al espejo lo hacía estremecer. Era un enfrentamiento para el cual no estaba preparado.

Que mandado de mierda.

Quiso pasar su mano por su cabellera, como solía hacer cuando algo lo hacía dudar o estresar, pero cuando su mano llego a su cabeza no hubo nada de que agarrarse.

Abrió, desesperado, ambas puertas del ropero y busco aun con más desesperación entre las cajas, cubiertas de polvo de tantos años sin abrirse.
Era toda la ropa que se había traído de la casa de sus padres, su madre por apego y nostalgia no había sido capaz de desarmar por completo la habitación de su hijo más grande. Era su primer pollito, como ella lo llamaba, no podía soltar con facilidad lo que alguna vez le había pertenecido. A medida que la familia se fue agrandando la habitación que alguna vez le perteneció a ese Pablo adolescente fanático a morir de river y la poesía se transformó en un cuarto de juegos para sus sobrinos. Su madre insistió en dejar la ropa guardada en esas cajas para sus futuros hijos.

Había una amplia variedad de prendas que exponían a ese joven rebelde que alguna vez ese hombre había sido.
Nunca había sentido la suficiente seguridad como para usarla frente a alguien más que no sean sus familiares o sus amigos más cercanos.

Encontró lo que sabía que iba a estar ahí, la razón por la que había abierto esas cajas llenas de recuerdos.

Apoyo sobre su cama las opciones que tenía: un gorro de lanilla con rayas negras y rojas, otro del mismo tipo de material color rojo y un gorro de lana que le había tejido su hermana cuando aprendió a hacerlo.
No tenía forma y sus colores variaban según la lana que conseguía pero recordaba lo mucho que había amado ese gorro, era la muestra más pura del cariño que se tenían, lo había usado tanto que hasta se había empezado a gastar así que le pidió a su hermana si podía hacerle algún tipo de parche.

Sonreía mostrando los dientes, con cariño, mientras sostenía el gorro que había hecho su hermana.

Tomo una decisión poco calculada pero con la confianza de que era lo mejor. Esa confianza que algún día lo iba a matar. Llamó al colegio y aviso que estaba enfermo, le escribió a su hermano y le pidió de favor si podía conseguirle un certificado de uno de sus amigos que era médico.
Se vistió con ropa de las cajas. No le importo apestar a guardado y humedad. Se puso, para coronar,  el pobre gorro desgastado y sin forma.

Se miró, por fin, en el espejo e hizo una mueca sin poder evitarlo al ver como la ropa le quedaba igual que cuando era chico. Realmente no había crecido ni un poco, su padre siempre había dicho que cuando llegue a la adultez iba medir al menos unos cuantos centímetros más, pero nunca pasó. Era del mismo tamaño que cuando tenía diecisiete años solo que ahora tenía barba y arrugas, sus expresiones eran más graves y ni sus ojos ni su piel brillaban tanto como cuando era joven.

¿Iba a estar todo el día encerrado? Era lo más probable, hacia frío y no tenía ganas de ver a nadie.

Busco algo para comer y no encontró nada, realmente tendría que ir a hacer compras. Eso era otra cosa que odiaba, sentía que si tardaba mucho la gente lo miraba mal así que lo pateaba hasta que no tenía nada, como ahora.

Decidió aguantarse el hambre, al menos por un rato.

Recordó la pila de exámenes que le faltaban corregir y se sentó en el escritorio a hacerlo.

Pasaron unas horas y ya había terminado no solo con los exámenes sino también aprovecho y adelantó un par de cosas para la siguiente semana.

Su panza rugía exigiendole algo de comida. Se levantó resignado y buscó su billetera y la bolsa de tela para bajar al supermercado que quedaba a menos de dos cuadras.

cuidame el corazón (scaimar)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora