(11) Hace algún tiempo que no tengo paz

222 43 17
                                    

No eran sólo los mosquitos lo que impedía que Lionel consiguiera cerrar los ojos y descansar; la culpa y esa nueva sensación parecida al amor dentro de su pecho lo estaban quemando por dentro. Y cada segundo que pasaba se extendían un poco más por su cuerpo. 

Había más cosas en la vida de Lionel que hace tiempo no le permiten dormir por la noche. 

Se estaba atrasando con sus deudas, las mentiras parecían cada vez más filosas y él estaba contra una pared muy firme. 

No había salida. 

Asegurándose de que Pablo estuviera dormido se movió lentamente hasta salir de la cama. 

Lo observó unos minutos, se tomó el tiempo de cubrirlo con la sábana que colgaba de la cama. Evitó tocarlo para no despertarlo pero fantaseo con hacerle alguna que otra caricia en el rostro.  

Se movió por la casa sigilosamente, fue al baño y se dio una ducha. Algo pasaba con la cañería en su departamento que no dejaba que caiga más que un triste chorro de agua que, dadas las proporciones del cuerpo del hombre, no le alcanzaba ni para mojar un hombro. 

Se estaba tomando una libertad peligrosa, lo sabía. Corría el riesgo de que Pablo se despertara y se encontrara al hombre en su ducha. 
No era difícil de explicar "me sentía pegoteado" "el calor me está matando" pero Lionel estaba tan abrumado por todas sus mentiras que una casi verdad lo hacía sentir como si se ahogaba. 

Lionel estaba en la ducha porque estaba sucio, pero está sucio hace días. 

Era una verdad que ocultaba algo más. 

Pablo no apareció para el alivio del joven. Aprovechó y frego bien su cuerpo quitando esa sensación tan pesada. Su piel roja y sensible suplicaba por algo de piedad pero Lionel no iba a detenerse hasta sentir que quedara libre de pecado. 

Era como si quisiera sacarse toda la culpa y pena con una ducha fría.

Pero él sabía mejor, era imposible que tantas penas se vayan con el agua. 
Esas se quedaban con él y lo atormentaban en cada silencio.

Y su hogar temporal del otro lado del pasillo no conocía más que el silencio y debe ser esa la razón por la cual no podía irse de la casa de Pablo. Había silencio, si. Pero la respiración calmada de Pablo y los sutiles quejidos de la cama vieja cada que el hombre se movía hacían sentirse menos solo al santafesino. 

Era inevitable, se iba a tener que ir en algún momento antes de que el mayor se levantara. Pero si podía estirar ese tiempo lo más posible lo iba a hacer. 

Recordó que Pablo habló dormido cuando lo escuchó quejarse de los mosquitos, mencionó que había espirales en el cajón del mueble debajo del televisor. 

Sin respirar y haciendo el mayor esfuerzo para hacer el mínimo ruido posible abrió el cajón. Buscó entre las tantas cosas que allí guardaba el hombre, fotocopias, fotos, libros, un rosario y una estampita de alguna virgen. Debajo de un libro estaba la caja de espirales, sacó uno y antes de cerrar el cajón se guardó una de las fotos en el bolsillo del pantalón. 

Buscó en el living y en la cocina algo donde apoyar el espiral. En la cocina aprovechó y limpió una olla con lo que parecía un caramelo quemado. Se rió imaginando a Pablo cocinando, se imaginó varias situaciones donde ambos estaban en la cocina y tuvo que frenar su mente y sus fantasías. 
No encontró en ningún lugar un porta espiral por lo que improvisó uno con la basura que encontró. Una lata de choclo recién salida del tacho de basura y una varilla de metal que había tirada debajo de la bacha. Lo prendió y con cuidado lo llevó cerca de la habitación, lo dejó en la puerta y abrió un poco la ventana. 

cuidame el corazón (scaimar)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora