(15) Nunca pudimos bailar sin pisarnos los pies

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–¡SILENCIO! –el grito había atravesado la garganta del profesor dejando una sensación áspera, nunca había levantado la voz, al menos no con este curso. Siempre encontraba la manera de tranquilizarlos pero hoy no había modo.

Discutían sobre los colores de la campera de egresados o eso era lo último que había escuchado Pablo. De pronto, sin ningún previo aviso, el aula era una guerra de insultos. Algunos más dolorosos que otros y Pablo no soportaba escucharlos.

–Chicos –la atención estaba en él, cada alumno estaba estático en su lugar, por temor o por sorpresa– ya están en quinto año no pueden tratarse así. Se conocen, la mayoría, hace muchos años. Se quieren, son amigos ustedes. Me parece, disculpen la palabra, una pelotudez que se peleen por algo tan tonto como una campera.

Algunos le dieron la razón y otros quisieron contestar. Pero pablo siguió hablando.

–Están en desacuerdo y esta bien, pero hay formas más civilizadas para resolver las cosas. Hagamos esto, anoten en un papel un color y si quieren que sea campera o buzo. Yo los leo y anoto en el pizarrón, así vamos descartando. ¿Qué les parece?

Todos los años era igual, Pablo siempre daba unos minutos de su hora para este tipo de discusiones. Que si la campera, la bandera, el viaje, la fiesta y la mar en coche. Pablo escuchaba atento lo que decían porque de algún modo comprendía lo importante que era eso para ellos, como lo fue para el en su momento. Muchos otros adultos les tomaban el pelo por "vivirla tanto" pero el profesor de literatura no veía el problema en que eso sea lo que más les interesara, cada cosa tenía su tiempo y los últimos años de secundaria eran para eso. Para empezar a tomar decisiones, que de a poco iban a ir creciendo en cuanto responsabilidad, de algún modo volviéndose adultos.

Los chicos le hicieron caso, respetaban mucho al profesor como para considerar su propuesta mala. En la espera su celular empezó a sonar. Alguna que otra cabeza se levantó a mirarlo pero no mucho más.

Sacó el celular del bolso y vio que se trataba de su hermana, sintió cierto nerviosismo al ver su nombre en la pantalla. Hacía mucho tiempo que no hablaba con ella y al mismo tiempo le resultaba raro que lo llamara sabiendo que estaba trabajando.

–Disculpen, tengo que atender esto.

Salió al pasillo, apretó el botón verde y acercó el celular a su oreja. 

–¿Me podes explicar que es esto Pablo? –tuvo que alejar el teléfono de su oreja para no quedarse aturdido–vengo a tu casa porque estás desaparecido de... de la vida misma y me encuentro que me abre un chabon y hay otros dos durmiendo en el sillón. ¿Me tengo que preocupar?

La pregunta parecía hasta genuina, ya no sabia que estaba pasando con su hermano.

–Para, para, baja un cambio. Esta todo bien. Son amigos. –llevo una mano a su frente, frustrado sin saber cómo explicar todo en menos de dos minutos.

–¿Amigos? Pablo estás rescatando tipos como si se tratara de perros de la calle.

–No es así. –renegó entre dientes– Estoy laburando después hablamos ¿si? ¿Estás en casa?

–Si, en el baño. –ahora que se le había pasado un poco el enojo al escuchar la voz calma de su hermano mayor le daba un poco de vergüenza confesar que se había encerrado en el baño.

–Si tenes hambre decile a Lionel, el que esta despierto, que te haga panqueques.

Termino la llamada y apoyo la cabeza contra la fría pared del pasillo, su cuerpo agradeció la sensación fresca que le brindó. Se separó de la pared y relajó los hombros, moviendolos de atrás hacia adelante, como si se estuviera preparando para entrar a dar pelea. Respiro profundo y largo todo el aire entrando de nuevo al aula.

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⏰ Última actualización: Sep 16, 2023 ⏰

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