(14) Hasta ayer fui invencible

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La canción ya no tenía sentido, o tal vez nunca lo supo tener. Sus piernas se movían sin ritmo, no parecía importarle a nadie, mucho menos iba a molestarse él.
Refregaba su cuerpo contra otros, no estaba lo suficientemente cuerdo para darse cuenta quienes eran ni cuántos eran, solo era capaz de reconocer el calor que aquellos cuerpos brindaban. Era una sensación amarga, pensar que en el fondo disfrutaba sentirse usado, de algún modo vivo.  

Mierda, no sabia nada de lo que pasaba. Sólo que el humo de los cigarros lo estaba mareando, o había sido ese trago que había aceptado. Tonto Lionel, ya había aprendido que esas cosas no se puede permitir.

Se mantuvo de pie incluso cuando el cuerpo que era su balance se movió dejándolo con la sensación de que caía en picada al vacío, era como soñar que te estas cayendo a la deriva  y sentís la gota fría de sudor cuando te despertas ahogado por el miedo. 

Lionel vivía ahogado por el miedo 

Sintió una mano fuerte sobre su cadera que lo obligaba a menearse, lo hizo porque no sabía qué más hacer. Además de que le permitía sentir cierta estabilidad, mientras consiguiera mantener sus pies sobre el piso él iba a estar bien, eso se repetía. 

Se dejó guiar por esas pesadas manos, bailó y fregó su culo por lugares que era mejor no recordar. 

Los billetes aparecían como por arte de magia en su bóxer. Alguno más metido que otros lo cual lo hacía estremecer. No se enteraba cuando aparecían y no sabía si estar agradecido o perturbado.

Iba a bailar mientras duraba la música. Sus colegas parecían hacer lo mismo. Parecían muertos en vida pero ninguno de los hombres sentía algún rechazo por la idea de jugar con esos cuerpos sin vida. 

Les daba el poder de hacer lo que quisieran con ellos,  lo sabían bien, amaban ese poder. 

Cuando el calor de las manos dejó su cuerpo quiso quejarse, hasta llegar a lo más bajo y rogar, pero cuando giró su cuerpo encontró una escena que no comprendía del todo. Y no, cómo iba a hacerlo, si su mente estaba en cualquier lado menos en esa casa.

Una botella voló hacia el lugar donde estaba parado y se agachó a tiempo para esquivar el objeto. 

Sus oídos se destaparon y se percató que ya no había música sino caos. Gritos y el ruido de botellas rotas. 

–¿Qué está pasando? –Le preguntó a uno de los chicos con los que habían ido, no sabía el nombre, que estaba agachado en el piso sosteniendo su rostro.

–La puta madre… ¡me reventó la ceja! 

Sacó su mano de la cara exponiendo el daño que le habían causado. La sangre no paraba de brotar de su ceja y un poco más arriba, Lionel sintió que el estómago le daba un vuelco. Se puso a su altura tratando de cubrir al chico del resto. 

Tiró de una tela que estaba sobre una silla, parecía ser una camisa. Agarró de la nuca al chico y apoyó el trapo sobre la herida. 

–Está bien, está bien, está bien…– repetía sin cesar buscando una salida. 

La ventana. La ventana era la única salida libre del caos. 

Lo arrastró hasta ahí y como pudo abrió la traba de madera. 

–Agarrate – la altura de la ventana, por suerte, era poca y la caída no iba a ser nada grave. Lo empujó y se tiró detrás. 

–Ahg… –se quejó 

Lionel se acercó asustado y revisó el cuerpo del joven, la sangre no paraba de brotar y el chico estaba cada vez menos consciente. 

–No, no pibe mírame. Mírame, ey… dale, quédate despierto. –el miedo y la desesperación estaban apoderándose de él.

cuidame el corazón (scaimar)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora