(8) Quiero esconderme en tu pecho, que nada me joda

280 51 60
                                    

Si bien la primavera estaba a la vuelta de la esquina el frío no pensaba irse todavía. Pablo, sensible por demás, tenía la nariz y cachetes rojos dándole cierta ternura al rostro que parecía envejecer rápido. A pesar de ser todavía joven él no se sentía así. Las líneas de expresión y las arruguitas que decoraban su rostro le hacían sentirse de tal modo, también creía que el estilo de vida que llevaba lo envejecia.

Cuando llegaba del trabajo y muy emocionado se preparaba un café con leche y unas tostadas como cena le era imposible no pensar que era la viva imagen de su difunto abuelo. Era una exageración por supuesto, pero nadie le podía sacar esas ideas de la cabeza a Pablo.

Disfrutaba de hablar con sus vecinas, la mayoría señoras mayores que lo trataban como un hijo. Desde que se había mudado, la cálida bienvenida de estas mujeres lo hicieron sentir cierta confianza y comodidad que lo convencía de haber elegido bien el lugar donde vivir. Y quién era él para negarse al trato de estas mujeres que vivían solas o ya no las visitaban sus propios hijos. Así fue como terminó ofreciéndose en varias oportunidades a hacerles los mandados, le daba pena que tuvieran que subir y bajar las tortuosas escaleras para salir a la calle que cada día era más peligrosa para ellas que se volvían un blanco fácil para la creciente inseguridad.

Ahora volvía, renegando a diestra y siniestra, cargado de bolsas que iba a tener que repartir entre dos vecinas.

–Que país de mierda, como te roban en la cara. ¿Quien se creen que son estos hijos de puta?

Lionel que estaba en la puerta terminando su cigarrillo lo escuchó.

–Epa vecino, que boquita. ¿Qué renegas tanto Pablo?

Pablo seguía humeando del enojo no se dio cuenta de cuando Lionel había aparecido adelante suyo, casi que tampoco se había enterado que ya había llegado a destino. Lionel había apagado el cigarrillo y también le había arrebatado de la mano una de la bolsas, se giró y con rapidez abrió la puerta para que ambos entraran.

–Ah, gracias. – dijo Pablo cuando Lionel hizo un ademán para que entrara.

–Contame que te molesta. – Lionel sonaba genuinamente interesado por saber que era lo que le ocurría a su lindo vecino. Nunca lo había visto así. Iba hablando solo, con el ceño fruncido y una mueca que te hacía pensar dos veces si realmente querías hablarle y arriesgarte a que te salte a la yugular.

–Nada...– contestó empacado, pero las ganas de seguir quejándose le fueron más fuertes– ¿Sabes que pasa? Pasa que me vieron la cara de boludo y me querían cobrar dos pre-pizzas de porquería mil doscientos mangos! ¡Son unos hijos de puta! Dos fetas inmundas de queso y de pedo una pincelada de tomate y me quieren cobrar eso ¿¿a vos se te ocurre??

Subían las escaleras a la par mientras Pablo casi que gritaba. Lionel se rió, verlo así por dos pizzas era algo que no había imaginado.

Todavía riéndose volvió a hablar.

–Yo soy bueno con eso. Te cocino a cambio de una copa de vino – propuso el joven con una sonrisa de galán.

–Tengo cerveza, ¿es lo mismo?– el mayor se animó a imitar la sonrisa

–Mmm te la dejo pasar solo esta vez por lindo nomas

Pablo que en el último tiempo había aprendido a seguirle el juego a Lionel todavía fallaba en no demostrar lo mucho que le afectaban ese tipo de comentarios. Lo decía con tanta naturalidad, el profesor sabía que él nunca iba a tener tal habilidad de ir soltando halagos y seguir así de impecable. A Lionel nunca le temblaba la voz y cuando se daba cuenta que Pablo hacía el intento de ser igual de pícaro sus ojos se llenaban de algo que Pablo no comprendía pero que le encantaba y se esforzaba por volver a conseguir esa mirada siempre que pudiese.

cuidame el corazón (scaimar)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora