CAPITULO 35

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-Papá- Daniel corría al ver a Tadeo llegar del campo- ¿Por qué no me esperaste?- le reclamo mientras abría la puerta para que pudiera pasar- Buen día tío- su mano choco con la de Eliseo

-¿Cómo va todo?- Fabiola entro a la cocina para alcanzar al padre de su hijo- ¿La zafra?-

-Todo en orden- contesto aquel hombre para tomar un vaso de agua

-Gracias por la ayuda el día de hoy- Fabiola le sonrió amable

-Saben que cuando quieran pueden llamar, siempre me da gusto verles- vio a Tadeo pelear un poco para llegar a la rampa mientras Fabiola le daba un empujón a la silla para que pudiera salir de la cocina

Aquel dia Tadeo regreso a la vida, pero no del todo. En un principio se sumió en su propio dolor, prefería mil veces morir que quedar de esta manera. Algunas veces su columna le permitía moverse lo suficiente, dar un par de pasos, ponerse de pie para las fotos, pero la mayor parte del tiempo estaba atado a aquella silla.

Fabiola se quedó a su lado, llenando los espacios de dolor con deseos y cariño, al principio se sintió perdido, estaba en el aire, con toda la culpa en su espalda, con aquel recuerdo de fracasos siempre mandándolo al abismo. Negado a continuar, viendo su lista de pecados uno a uno pagándose en vida. Pero Daniel tenía un alma noble, y sorprendentemente Fabiola también.

Ambos se quedaron a su lado, en cada terapia, a pesar del mal humor. Las palabras de Elena estaban en su memoria, nunca supo si fueron verdad o solo fue una parte más de sus recuerdos, pero lo trajeron a flote y ahora podía mirar el mundo de nuevo.

A pesar de ello jamás volvió a mencionar el nombre de Elena, era como una especie de pacto que lo mantenía en tierra. Cerro la puerta a su presencia, con el corazón roto la enterró en su memoria, pero jamás el olvido. Cuando alguien la traía a la memoria, o alguna canción la traía a su mente, estaba a su lado, a cada paso, como una tortura, eterna y constante.

-¿Estás listo?- Elena saltaba a los brazos de su marido emocionada- no lo puedo creer, tu ultimo rodeo- le acomodo el sombrero mientras él la sostenía con las piernas a su alrededor

-Es hora de retirarnos a lo grande, mi muy sexy esposa- mordió su labio inferior entre jugueteos- si no fuera porque tengo que Salí, ahora mismo te haría el amor en este lugar- y sus miradas perversas brillaron de felicidad.

-¡Papito!-

-¡No corras Blair!- Rubí caminaba junto con su hermano Jadeen

-A mí también, papito, a mí también- tiro de la pierna de su madre haciéndolos reír

-Eres una mimada ¿cierto?- soltó la cintura de su esposa para levantar a aquella pequeña de casi cinco años por los aires- ¿Ustedes quieren que los levante?- señalo a sus hijos mirando las muecas de ambos

-Míralos, ya se han hecho amargados- beso la mejilla de su pequeña haciéndola reír- pero tú serás aun mi pequeña fresita durante un rato más-

-¿Qué obsesión tiene con las frutas papá?- le pregunto Rubí a Elena recargándose en ella juguetona

-Dios Rubí, ¿Cómo es posible que tus piernas sean tan largas como yo?- la abrazo por la cintura haciéndola reír

-Y déjame decirte que con los años te iras haciendo más pequeña-

-Chamaca chistosa- le pellizco el costado mirando esa risa idéntica a la de su padre

-Sera mejor que salgamos, esto está por empezar- puso a Blair en el suelo mientras Jadeen le daba sus guantes emocionado

-¿Ganaras el millón papá?- los enormes ojos azules del aquel ya casi joven le llenaron de vida-

-Lo hare, lo hare- intercambio su sombrero con el de su hijo guiñándole el ojo

Elena lo beso deseándole suerte, Rubí, Jadeen y Blair se amontonaron sobre él para tomar una foto, la vida fue difícil durante algún tiempo, pero ahora mismo era todo lo que el podía haber deseado e incluso más. Su esposa caminaba con aquella chaqueta con el número de su propio evento, delante de ella sus tres hijos se apresuraban a los lugares, tomo la mano de su esposa y miro su sonrisa, estaba agradecido con la vida, pero sobre todo lo estaba con ella.

Sabia de lo que se trataba ese baile, inhalo y saco el humo como de costumbre, paso lo que quedaba del tabaco a su mujer, y camino donde las luces de las vegas le daban en el rostro, todo en el mundo parecía correcto.

-VAMOS PAPÁ- los ánimos revotaron por todos lados, Rubí era una mujer hermosa, cabello tan castaño como su madre, brillaba entre una multitud, Jadeen y Blair tenían aquella piel tostada, Jadeen quizá más que su hermana, era un hombre bastante alto, y tenía una debilidad por las bromas pesadas y las malas palabras, pero sobre todo por sus hermanas, la pequeña tenía el cabello miel de su padre, y los ojos tan azules como el cielo.

La vida lo trajo lejos, a pesar de que todos sus logros se daban en un conteo de menos de ocho segundos.

-JB MANUEY, ¡el Gran Dragón Slayer se retira con el total de un millón cuatrocientos mil dólares en el premio de hoy! ¡Es impresionante!- el reportero acaparaba la atención de aquel hombre eufórico- ¿Es verdad? ¿Este es tu ultimo baile?-

-Sí, lo es amigo, sí que lo es- levanto el cheque aun emocionado

-Tienes 48 años, definitivamente fue más tiempo del que todos esperaban te mantuvieras vigente-

-¿Qué te digo? Si no compites para ser el mejor un largo rato ¿Para qué lo haces?-

-¿Y que sigue ahora? Con una carrera tan impresionante que sigue-

-El mundo entero amigo, esto es mi pasión, pero mi corazón está ahí- señalo a Elena quien junto con su hijastra también eran entrevistadas- el camino apenas empieza amigo, los Manuey están aquí para romper las ganancias durante muchos años- sonrió palmeando la espalda del hombre mientras caminaba hasta donde su familia.

Beso la mejilla de Blair a quien la sostenía su hermano, Rubí se unió al festejo en un abrazo y finalmente, levanto en brazos a su esposa, nada les aseguraba que llegarían tan lejos, pero él se lo prometió años atrás, lo hizo.

-Te jure que te llevaría a la luna Muñeca...-

Tadeo miro aquella entrevista, tenía mucho tiempo sin ver a Elena, por un momento su corazón se hizo pequeño, como cada vez que la rememoraba. La manera en la que ese hombre tomo siempre su mano le mermaba la memoria, deseo ser él tantas veces, de verdad lo deseo.

Aunque ahora sabía que solo debió ser Tadeo, nadie más que su persona para poder quedarse al lado de Elena. Aquel hombre caminaba de la mano de Elena, tanto para cargarle el equipo como para que ella le cargara el suyo. Eso lo pudo hacer el, pero lamentablemente nunca comprendió lo complejo e impresionante de aquel amor que podría tener.

Si tenía dudas de la existencia de las almas gemelas, ellos le mostraban su existencia, y aunque años atrás ser él quien fuera el alma gemela de Elena era su mayor deseo, ahora mismo no quedaba ya nada de ese anhelo. Elena no era más que la parte más rota de su existencia, esa herida que jamás cierra y que en silencio, lleno de pena, cargaría hasta el final.

La HerraduraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora