Epilogo

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-¡RUBI CON UN DEMONIO, VAMONOS!- Sammy gritaba desesperada al pie de las escaleras

-¡Dios que pulmones!- Jadeen caminaba detrás de ella con las manos en los oídos

-Tú también Jovencito, vamos, hoy es el gran día de su madre y su hermana así que no llegaremos tarde- tomo uno de los sombreros de la estancia para ponérselo y empujarlo a la salida

-Lista, lista, lista, lista- bajo las escaleras corriendo con aquella camisa roja con dorado que le hizo dar un enorme puchero

-Mi niña toda una ganadora- sintió que también ella lloraría

-Vamos mamá, deja de llorar- la empujo delante de ella

-No lo creo, preferiste los caballos que la universidad, pero aun así estoy feliz- su madre se limpió las lagrimas

-Vamos, mamá, ya superemos esa etapa, te dije que tomare el curso el año entrante, lo jure-

-Tu padre te echo a perder- le dio su sombrero- y también Elena- camino seguida de Blair- pero tu princesa- le acomodo el vestido color azul cielo- tu, no subirás a un caballo jamás, seras una agente malvada como tu querida tía Sammy-

-Eso lo dudo mucho- Jadeen se carcajeaba en la entrada- ¿Qué harás hoy Blair?-

-Montar ovejas- dijo con aquella sonrisita chimuela mientras corría hasta su hermano-

-Debí tener más hijos, ustedes se voltean contra mí- y entre bromas aquel grupo salió del rancho.

-No te preocupes Sammy, tu serás mi malvada agente- Jadeen cerro la puerta detrás de ellas con esa sonrisa que le recordaba a su padre a esa edad.

Elena y su marido ya estaban en Houston, Elena se retiraría apenas un año después de su marido "ahora tenemos más planes" decían, mientras que sus hijos comenzaban a hacer nombre dentro de ese mundo.

Manuey pensó durante muchos años que nunca en su vida se cansaría del rodeo, y quizá así fue, pero ahora mismo tenia tanto en que centrarse que montar o continuar en el ruedo tanto a él como a Elena les parecía quedaba en segundo plano.

El rancho caminaba en orden, Elena opto por la vida tranquila, leer en la hamaca de la entrada, dejarse mimar (cada que la soledad se los permitía) por su marido. Los caóticos desayunos, y las largas caminatas, todo eso era lo que jamás pensaron tener, y ahora era de ambos. Aquella casa jamás estuvo en silencio.

Su madre y su hermano les visitaban seguido, sus suegros también, las fiestas de cumpleaños y las navidades eran un caos, pero eran suyas, de ambos.

La memoria de su esposo viajo con los años, Elena tenía apenas unos 23, caminaba con Miguel Ortiz discutiendo algo que parecía importante, por un momento, por una milésima de segundo sus miradas se cruzaron, justo como ahora, como en este momento en el cual caminaba hacia él, con aquel mismo hombre ajustando lo pertinente para poder organizar la salida.

Su corazón se sintió igual que en aquellos días, saltando en su pecho y quebrándose en una sonrisa, solo que esta vez no la vio pasar solamente, esta vez camino hacia el extendiendo su mano esperándole, Miguel paso de largo y ella se centró en besarle.

-Ya me habías mirado así antes- le susurro Elena

-Quizá, quizá, hace mucho tiempo-

-¿Esperaste esto?- mordió su labio coqueta

-Nena, no tienes idea, de lo poco que es esto comparado con lo que nos espera- se volvieron a besar mientras todo ese caos disfrazado de sus hijos llegaba a ellos.

La HerraduraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora