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Su profecía se había cumplido y, tras años de ser llamada la Elegida, Helia había pasado a ser llamada la Salvadora del Mundo Mágico.

Pero, ¿dónde estaba su tan ansiado sentimiento de victoria?

La magia, una fuerza a la vez tangible e intangible en su existencia, resultó insuficiente para restaurar todo lo perdido, pero también se negaba a soltarla.

Helia era la Maestra de las tres Reliquias de la Muerte. En otras palabras, ella era la Maestra de la Muerte. Al principio había tenido poco significado: sólo una piedra, una varita y una capa que ya había sido suya por herencia de su padre. Luego se hizo claro: tenía un significado más profundo, más poderoso de lo que hubiese imaginado. Era algo que ni siquiera Voldemort habría considerado posible pero que él habría buscado poseer a través de otros medios.

Sin embargo, cuando no podía concederle lo que ella buscaba, el poder de su título adquirido tenía un significado menor e insignificante.

Casi todo le pareció insignificante en los días posteriores a la guerra. La guerra que se acabó y el mundo que siguió, las personas que buscaron avanzar con lo que quedaba de sus vidas. Pero ella no pudo hacerlo, no pudo simplemente seguir adelante, porque entre todo lo que podía parecerle insignificante, algo no lo hizo.

La guerra había terminado, era cierto, pero el deber de ser la heroína aún no había terminado para Helia incluso después de que la guerra finalizara. Se había convertido en una Auror porque había sido todo lo que se esperaba de ella; luchar y cazar magos oscuros hasta que su vida finalmente culminara. O eso era lo que algunos creían; pues ella tenía otros planes.

No quería sólo seguir y seguir caminando, avanzando en una carrera y una vida que no le permitían ninguna tranquilidad.

Nunca la había obtenido realmente. La tranquilidad, año tras año, no era más que una ilusión bien falsificada en su vida que había sido lo suficientemente notable como para engañarla por un tiempo, pero toda farsa (incluso la auto infligida) se desvaneció, como estaba destinado a suceder desde el comienzo. Puede que Helia hubiera superado muchos de sus sueños y pesadillas, pero uno de sus sueños nunca se fue.

Helia aún soñaba con Sirius.

En sus sueños veía cómo su padrino se perdía delante de sus ojos, y la incapacidad de Helia para salvarlo era la misma que cuando su muerte había ocurrido hace años.

No podía negar completamente que no hubiera habido un breve momento, entre los sueños y la tristeza, en el que se había sentido invitada a sentirse plena con los resultados de la guerra, pero fue un momento tan breve en su vida que acabó perdiéndose antes de que Helia pudiera apropiarse de la idea. La falsificación de la tranquilidad sólo podía llevarle hasta cierto punto.

Estaba tan atrapada en el recuerdo que, si se descuidaba lo suficiente, aún podía escuchar la risa de Bellatrix Lestrange incrustada en su mente de la misma manera en que una vez esa misma risa retumbó dentro de las oscuras paredes de la Cámara de la Muerte.

La misma habitación en la que ahora volvía a pararse, (esta vez sin trucos ni trampas).

Si cerraba los ojos podía regresarse a sí misma a aquel momento, a aquel fatídico día en el que su impulsividad no había condenado a Helia sino que había sido Sirius quien pagó el precio de su impulsividad.

Si cerraba los ojos todavía podría sentir los brazos de Remus envolviéndola, sirviendo como un escudo protector (pero que condenaba al mismo tiempo), reteniéndola e impidiéndole hacer una locura más.

ENDLESS BURDEN  [HP][Star Wars]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora