PROLOGO

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Día número 222

Bien, aquí viene.

La veo caminar por la calle con ese enorme bolso y toda la apatía del mundo a cuestas. Aun es verano, así que disfruta mucho de usar vestidos que le permitan libertad, aquellos con bolsillos son sus favoritos, y los míos también. Entra saludando a todo el mundo, mira en mi dirección y asiente con una ligera sonrisa respetuosa.

¿Cuánto tiempo lleva con esas marcas rojas bajo los ojos?

Creo que regularmente aparecen después de la frase "está en casa" que al inicio empieza sumamente feliz y después se va desvaneciendo lentamente hasta que en un par de días llega con esas marcas rojas bajo los ojos.

Hoy de nuevo trae esa lonchera de tres pisos que apenas si toca, fue cerca del día número 95 que note que su apetito se fue a la mierda, durante mucho tiempo comió esa lonchera entera, fruta, arroz, y algo que parecían salchichas con alguna otra cosa. Hablar y comer era algo que apreciaba ver desde mi escritorio apenas pudiéndolo disimular.

Al menos aun tomaba su receso en la sala de empleados, se sentaba en busca de un café o algo que hiciera solo un poco más feliz su mañana. A veces solo se sentaba con los audífonos puestos alrededor de una o dos canciones, cerraba los ojos y dormitaba, hasta que un largo suspiro la rompía y regresaba bailoteando por el pasillo haciendo reír a sus compañeros y disminuyendo ese entusiasmo hasta que llegaba a su lugar.

Existieron noches en estos 222 días en las cuales la escuche cantar, Mr/Mme era su favorita para romper el silencio de ese lugar, su pronunciación se pegaba en mi piel mientras los audífonos rojos se adherían a sus oídos intercalando entre una que otra canción que nadara durante un largo tiempo en su cabeza.

Agradecía que nunca me hubiera notado, porque el mirarla en ese nivel de concentración valía pagar cada hora extra que al parecer ella siempre aceptaba animada. Al principio creí que solo le hacía falta el dinero, pero entre pequeños imprevistos y un par de palabras sueltas en el ascensor descubrí que no, a ella le gustaba no ir a casa.

¿Quién sería el afortunado que la podría esperar?

¿O acaso era la soledad que no quería encontrar?

Esas noches caminaba hasta mi oficina, tocaba la puerta y se asomaba con esa bonita sonrisa. Siempre preguntaba cuánto tiempo más me quedaría, si necesitaba algo y me pedía que no trasnochara de más.

Yo sonreía como un niño, le daba las buenas noches y la miraba desaparecer mientras las luces se apagaban a sus espaldas. Podía verla por las cámaras salir del lugar, se detenía en la entrada miraba su móvil y se colocaba aquellos audífonos hasta desaparecer de mi radar en medio de la noche. 

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