CAPITULO 2

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El colorido infierno de Florence

Florence

"Todo esta bien" me repetí más de 100 veces durante el día, así lo hice hasta que lentamente perdieron sentido en mi boca, lentamente, dolorosamente. Mire aquel aro en mi dedo. Picaba, era feo, pero lo espere tanto tiempo. ¿O no fue así?

Di un golpecito a mi bebida decidiendo que no era momento de seguir en este lugar. Si quería llorar y sentirme estúpida lo haría en casa, no aquí frente a toda esta gente que aunque parecía agradable no merecían ver mi pena.

Septiembre en la ciudad no era nada agradable, llovía, y no estaba segura si llegaba el otoño o se destruía el verano. Cuando me marco para vernos estaba emocionada, así que tome el vestido que mejor se me veía en el mundo, me mire en el espejo varias veces, alise mi cabello con detenimiento, esta vez todo estaba bien.

Entonces llegue al restaurante, pero jamás llego.

"Lo siento cariño, he tenido un problema técnico, todo bien, te veo mañana, yo llevo la cena en casa"

Ahí estaba de nuevo, Fredo siendo Fredo, cene sola, cene en un jodido restaurante de primera -al cual el insistió ir por no sé qué cosa que vio en no sé qué lado-sola, pagando la maldita cuenta con lo que podría comer en una semana. No estaba quebrada ni nada por el estilo, pero personalmente pagar tanto por tan poco, era una abominación.

Aun así lo pague.

Ese fin de semana fue de locos, pero aquí estaba, con las miradas de mis cercanos con más decepción que felicidad. Pero... así es el amor ¿no? Aunque sea difícil uno no claudica del todo, no cuando es amor.

Este lugar se me atravesó de la nada, si ya había cenado sola -cosa que no era de primera vez- claro que podría beber un par de tragos sola. Me senté en el centro del lugar, algo que descubrí en estos cinco años andando más sola que acompañada por la vida es que cuando te sientas entre la multitud nadie te nota, nadie se da cuenta que estas sola, simplemente piensan que tarde o temprano alguien se sentara a tu lado.

Ojala alguna vez en esos años alguien se hubiera sentado por decisión propia a mi lado.

Alfredo y yo nos conocimos durante la universidad, fueron buenos años, hicimos lo que pudimos con nuestras propias carreras, yo siempre quise ser periodista, pero mi camino se bifurco de tal manera que termine en aquella revista. No estaba mal, me gustaba, quizá era el único lugar en todo el mundo que sentía como propio y estaba bien, y estaba mal al mismo tiempo.

-¿Dónde estás?- conteste apenas salía del bar

-Estoy cenando con Alfredo- mentí entre todo el ruido del lugar

-¿Estas segura?- me revolví en mi asiento sintiéndome asquerosa por mentirle a mi propia hermana

-Si Ross, ¿Qué pasa?-

-Nada, solo quería asegurarme que estuvieras bien, fue un fin de semana agitado, pero supongo que me preocupe en vano- mordí mi labio hasta que dolió, mordí mi labio intentando no decirle que estaba sola en un bar que jamás en mi vida vi y estaba a punto de llorar.

-Tranquila- pude decir apenas- todo bien- y escuchando una ligera maldición colgó el teléfono-Maldito bastardo hijo de mil putas-

-¿Disculpa?- trágame tierra y escúpeme en china

-No, no se lo decía a usted yo solo- no era cierto

Ya era suficientemente malo que alguien me hubiera escuchado maldecir al aire nada más porque si, ya era suficientemente terrible que estuviera al borde de las lágrimas, ya era horrible que pudiera reconocer esa voz y ahora mismo era terrorífico poder ver a Bernardo mirándome con cara de no entender ni un carajo a mi lado.

SospechaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora