CAPITULO 1

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El Anillo

Bernardo

No se exactamente cuando fue que me di cuenta, supongo que desde que comencé a contar los días en los cuales repasaba su existencia 301 días en total. Hasta este momento solo verla me era suficiente, después avance un poco haciendo un movimiento por aquí y uno por allá, para poder tener más interacción con su existencia, todo esto fue simple, ella era una de las más calificadas en aquel lugar, así que el camino fue ligero y sin sospechas.

Ahora hablábamos constantemente, miraba a detalle su trabajo sobre su hombro, absorbiendo esos olores tan distintos que la acompañaban, jamás era una nota similar a la otra, aun así podría distinguirla en cualquier lugar del mundo, como de si de las estaciones del año se trataran a veces tan verano, a veces tan otoño.

Jamás debí hablar con ella, ahora tenía muchos detalles sueltos en mi cabeza que me hacían adorarla más de lo que podía manejar, más de lo que quería manejar. Odiaba esta sensación, ese vacío estomacal que me daba cada una de sus sonrisas y de sus gestos únicos que me atrapaban sin piedad.

Pero no se trataba solamente de mi incapacidad para discernir de mi ficción y su realidad lo que me tenía al borde de la cordura, no, ahora mismo era esa piedra en su dedo, esa maldita piedra en su dedo.

¿Qué era eso?

¿De verdad era un diamante?

Desde mi perspectiva apenas si era un pequeño brillito de adorno en un anillo insípido y vacío, ese anillo no era ella, y ella lo sabía, porque mientras el lugar entero la felicitaba ella miraba su mano una y otra vez como queriendo hacer funcionar ese estúpido alambre en su dedo.

La oficina se volvía pequeña, se volvía sumamente pequeña, es más, me ahogaba, me gire para ver el ventanal y desatar mi corbata, no podía respirar mirando aquella celebración, quizá me daría algún tipo de embolia, yo que sé, esto no era natural, el que ella le hubiera dicho si a alguien mas no era natural, ni en lo más mínimo.

Además ¿Quién demonios era ese tipo?

Jamás lo vi, ella no tenía una fotografía de él por ningún lado en su escritorio, quizá en sus redes sociales, las cuales eran jodidamente privadas-cosa que odiaba- Pero el internet no era todo

¿Cómo se llamaba?

¿Por qué nunca vino por ella al trabajo?

¿Las flores de san Valentín?

¿El regalo de cumpleaños? Quien era el, sino un desconocido solamente.

-¿Puedo pasar?- el ronroneo de su voz me tenso el cuerpo

-¿Qué pasa?- solté sin girar la silla, tenía miedo de verla y ponerme a llorar

-Los compañeros compraron pastel, he traído una rebanada-

-¿Qué festejan?- gire solo un poco simulando mirar la Tablet en mis manos

-Nada importante- sentí el nacer de su sonrisa social al instante- pero aquí le dejo un poco de azúcar, no paso por la cafetería esta mañana ¿cierto?-

-Venia tarde- no, no, sal de aquí, sal antes de que me ponga en evidencia- tenemos mucho trabajo este mes-

-Sí, lo siento, no quería interrumpir... aquí dejo esto- lo puso sobre mi escritorio con esa delicadeza que le caracterizaba, con ese detalle de no hacer sonar el plato en lo más mínimo- nos vemos más tarde-

Me gire para verla caminar casi de puntitas hasta la salida, sus tacones sonaron una vez fuera del lugar, ese overol colgaba por su cuerpo cómodo, al igual que su sonrisa mientras acomodaba aquellos cabellos entre dorados y platas detrás de su oreja.

SospechaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora