Llamas

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Permaneció arrodillado mientras apretaba sus puños llenos de sangre, el chico esperaba la muerte, esperaba que las llamas que consumían la sala de la pequeña casa lentamente llegaran a él para acabar su agonía y su miserable existencia. Él mismo había prendido fuego a todas las paredes, los viejos muebles y las cortinas se desintegraban tan rápido como un mal recuerdo, como una pesadilla olvidada.

Tuvo una buena razón para acabar con todo lo que lo rodeaba pues aquella casa no era un hogar para él sino un cuarto de tortura desde que tenía memoria y sus padres eran los verdugos.

Él lloró con tanta fuerza mientras observaba a su padre tendido en el suelo con ojos abiertos y vacíos, su cuerpo estaba lleno de cortes y su rostro también, no pudo parar, no hasta que dejó de luchar y tratar de detenerlo mientras él usaba las navajas de afeitar para darle una cucharada de su propia medicina. Cualquier persona que ignorara lo que ocurría entre esas paredes lo llamaría mounstro por acabar con su agonía. Su padre era peor que él, ese hombre que ahora estaba tendido en la alfombra era una porquería, el propio demonio en persona, él lo odiaba tanto y lo seguía odiando a pesar de que ahora no podía dañarlo, a pesar de que era un cadáver ahora.

El chico abrazó sus rodillas mientras las llamas se esparcían por la alfombra, esperando la muerte con los brazos abiertos y la recibió con gusto.

Primero hubo un agonizante dolor que lo hizo gritar mientras las llamas lo consumían pero luego dejó de sentir y sonrió como su alma se alejaba de su cuerpo.

No comprendió nada al principio, el chico observó las llamas a su alrededor, él parecía levitar entre el humo. Las llamas ya no lo lastimaban, extendió sus brazos pero lo que vió lo dejó pasmado.

Era solo una sombra, tan oscura que parecía apagar la luz del fuego. No sentía su cuerpo, solo parecía levitar y observó a todas partes angustiado. No escuchaba nada a su alrededor, un silencio denso lo envolvió.

Las llamas se apagaron como si alguien hubiera soplado una vela, la casa se volvió cenizas a su alrededor, arrastradas por un viento que el no podía percibir.

Observó su propio cuerpo extendido en la alfombra, quemado al punto de ser irreconocible, en cambio el cuerpo de su padre se había marchitado y hecho polvo que luego se dispersó también.

Algo lo empujó, lo arrastró con tanta fuerza fuera de las ruinas de la casa.

Las casas del pueblo parecían abandonadas, los árboles estaban secos y el cielo estaba gris, los caballos eran simples esqueletos andando y había muchas figuras de luz levitando por las aceras, unas eran más brillantes que otras, había muchas oscuras, como la sombra que era él.

Notó también que había criaturas extrañas arrastrándose cerca de las sombras, con largos dientes y ojos rojos, pieles grises y de apariencia rústicas. Todo a su alrededor era escalofriante, estaba ante otro mundo, parecía estar teniendo la peor pesadilla de su vida y más cuando las criaturas se arrastraron hacia él y lo persiguieron, pero la fuerza que lo arrastraba era mucho más rápida y lo arrastró por ese extraño y tenebroso lugar hasta un extraño umbral de luz y supo que su fin estaba por llegar.

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Despertó de nuevo, alterado y con la respiración cortada, sudando y con el corazón acelerado.

El sol del medio día lo dejó ciego por un instante mientras sus sentidos despertaban poco a poco.

El chico se levantó sobresaltado cuando se percató de que estaba a la orilla de un río, acostado sobre las piedras, notó que estaba completamente desnudo pero también notó algo diferente en su cuerpo, no estaba quemado pero tampoco estaba delgado y con las cicatrices. Ese cuerpo era más robusto y más adulto.

Se acercó a la orilla para beber agua, tenía la garganta seca pero cuando vió su reflejo se espantó al instante y soltó un grito de sorpresa.

Ese hombre en el reflejo no era él, no era su rostro, era completamente diferente. Se tocó el rostro mientras el terror llenaba su cuerpo.

Se levantó tambaleando, aún estaba mareado. E lugar a su alrededor era desconocido, un bosque de pinos lo rodeaba.

— Estoy muerto — Murmuró, repitiendo una y otra vez lo mismo — Yo debo estar muerto.

Su voz también era diferente, más ronca y profunda.

Recordaba claramente lo que hizo, recordaba haber muerto, recordaba su alma levitando en ese mundo oscuro pero ahora estaba a la orilla de un río y en un cuerpo que no era de él.

Caminó por la orilla, escuchó voces pero al acercarse dos mujeres salieron corriendo espantadas por su acercamiento y más cuando intentó pedir ayuda y se acercó desesperados.

Las mujeres se llevaron la canasta y dejaron una manta de picnic en el suelo, gracias al susto la olvidaron allí.

Él la tomó y la usó para cubrir su desnudes.

Notó que las piedras cortaron sus pies descalzo pero extrañamente no sintió nada y cuando subió una de sus palmas se sorprendió cuando las ampollas empezaron a cerrarse rápidamente, dejando solo la sangre en la piel curada.

Se horrorizó más.

Tomó una piedra para probar de nuevo y se agachó, colocó su palma sobre una roca y la golpeó contra su dedo, no sintió ni el más mínimo dolor.

El dedo roto se empezó a mover, chasqueando y colocándose por si solo de nuevo a su lugar mientras se sanaba al instante.

Nada tenía respuesta hasta que el mismo viento lo rodeó y las piedras se estremecieron y algo se formó frente a sus ojos, las sombras tomaron forma de hombre, un hombre de tes oscura y ojos brillantes color fuego le sonrió y supo que todo aquello iba tener respuesta.

Guardián de la Penumbra Donde viven las historias. Descúbrelo ahora