Guardián de la Penumbra

La iglesia de los pecadores

La iglesia abandonada quedaba en la parte más alta del pueblo. Había que tomar un camino empinado entre los árboles. Llegamos allí en unos diez minutos y empezamos a subir.

Andrew estaba a mi lado, alerta mientras caminábamos, pero el lugar estaba solitario y había una energía densa en el ambiente, me costaba respirar un poco y mis muslos dolían por el esfuerzo que realicé la noche anterior.

No era momento de pensar en eso, no podía sacar de mi mente la imagen de mi padre en las garras de Octopus.

— ¿Qué lo que quisiste decir? — Insistí.

— ¿Con qué? — Su mirada pasaba inquieta a los árboles y el camino, sus fosas nasales se dilataron, como si estuviese oliendo a Octopus y a sus criaturas.

— Dijiste "podrán escapar" no "podremos escapar"

Su expresión se endureció.

— Octopus es poderoso, puedo morir en el intento de destruirlo.

Me detuve, enojada con él.

— ¿O sea qué planeabas hacerlo sin que yo lo supiera?

— Sigo planeando, pero descuida An, si hay otra forma de salvar a tu familia no usaré esa opción — Me prometió, fingiendo estar despreocupado.

— ¿Octopus es más poderoso que tú?

— En estos momentos, si lo es.

— Andrew ¿Y lo dices así tan tranquilo? — Me espanté.

— No te preocupes por mí, debes preocuparte por tu familia y por ti, los voy a poner a salvo.

No me gustaba como sonaba eso.

— Quiero que estemos juntos, siempre — Confesé, conteniendo las lágrimas, imaginar en que le sucediera algo hacía que mi pecho doliera.

— Siempre estaré contigo — Me aseguró.

Volvimos a andar, con más prisa.

Una vez cuando era niña escapé a aquel lugar, tenía curiosidad, las personas del pueblo siempre hablaban de la iglesia abandonada, pero no duré ni un segundo dentro de esos cimientos, me dió mucho miedo y salí corriendo por aquel camino.

Era tan antigua, incluso más que el pueblo, después de el maldito Wilcher fundara la otra iglesia que estaba en el centro del pueblo, aquella fue abandonada, ya que quedaba muy lejos.

Andrew me tomó del brazo y me presionó contra él.

Observó a ambas orillas del camino.

Me espanté cuando aparecieron varios Devora Almas con sus ropas roqueras que le daban un aire de vándalos.

Se quedaron quietos, asomados por detrás de los árboles, con sus ojos rojos fijos en nosotros, como vigilantes.

No hicieron nada, ni siquiera atacaron o nos rodearon.

Andrew me siguió sosteniendo mientras continuaba caminando con cautela y desconfianza, pero ninguno atacó, sus ojos fueron los que nos siguieron.

Llegamos a la cima, la iglesia estaba casi cubierta por la maleza.

Observé la entrada, tragando con fuerza ante el pánico que se alejó en mi columna.

— ¡Adelante, sean bienvenidos! — La voz burlona de Octopus se escuchó desde el oscuro interior.

— ¡Sal de tu escondite! — Demandó Andrew.

— ¡No estás en posición de demandar, obedece o el padre de tu chica se volverá mi marioneta!