Soy Anormal

85 14 7
                                    

Elegí la biología como mi futura profesión, me gustaba todo respecto a la naturaleza y más cuando estaba rodeaba de ella la mayoría del tiempo, desde niña lo tenía decidido, ser bióloga era mi destino y ahora estaba en mi mi último año de la secundaria, a punto de cumplir ese sueño.

Escribía en mi cuaderno mientras el profesor leía un documento sobre especies extintas, por supuesto que la biología tenía que ser mi materia favorita de la secundaria. Mi mano se movía rápidamente sobre el lápiz, la mayoría escuchaba pero a mí no se me hacía fácil oír y grabar todo en mi cerebro, yo tenía que anotar toda la información relevante, no tenía el privilegio de tener una inteligencia como la de el cerebro de la clase que se mantenía escuchando con una expresión de suma concentración.

Al menos mi novio estaba a mi nivel.

Yered bostezó y le di una mirada para reprenderlo pero sonrió abiertamente, esa era su arma contra mí. Apenas estaba empezando la clase y ya estaba a un colapso de que su cabeza cayera sobre la mesa.

Observé hacia la otra fila, Laure estaba enfrascada en la pantalla de su teléfono, no me sorprendía si reprobaba el examen.

Dejé de escribir cuando Yered colocó un trozo de papel doblado sobre mi cuaderno abierto. Lo aparté a un lado groseramente pero lo volvió a colocar.

— Lee lo que dice Anne Bernad — Susurró y negué con la cabeza sin dejar de escribir — Lo que está leyendo no te servirá en el examen, el profesor solo quiere que nuestros cerebros terminen secos.

Lo fulminé con la mirada — Eres mi principal desconcentración.

Sonrió pícaramente — Me alegra saberlo.

— No cuando el examen es en unos días, me voy a tener que cambiar de puesto — Susurré, tratando de anotar lo que decía el profesor.

Sentí la mano de Yered apoyada en mi rodilla, se inclinó hacia mí — ¿ Con quién ? ¿ con el cerebro se la clase ?

Una mirada burlona al chico de gafas enormes, Erickson.

— No te ayudaré si no pasas el examen — Le advertí.

— Lee lo que dice el papel — Insistió.

— ¡ Shhhh! — Siseó Frida, la chica pelirroja de adelante, dándonos una mirada de muerte.

Yered le enseñó las palmas, en modo rendido. Ella volvió su vista al frente. Desistí por curiosidad, solté mi lápiz y tomé el papel doblado.

Leí en mi mente y puse los ojos en blanco. "Me fascina tu cuerpo"

Lo arrugué y se lo aventé al rostro, soltó una pequeña risa.

— Pudiste decírmelo a la cara, me perdí de anotar el final por tu culpa — Dije y volvió a sonreír.

— Es más interesante y soy algo tímido, me cuesta decirlo.

— Sí, bastante tímido — Dije sarcásticamente.

— Oh, vamos, no niegues que te gustó — Susurró contra mi oído.

— Shhhh, guarden silencio — Volvió a silenciarnos Frida y ésta vez la que le dió una mirada de muerte fui yo.

— ¡ oigan ! — Gruñó el profesor mientras nos observaba a ambos — ¡ se los advierto, el salón no es un lugar para que se profesen su amor !

Sentí como se me calentaba el rostro cuando todos nos observaron y rieron.

********

— ¡ por tu culpa nos llamaron la atención ! — Le dije a Yered mientras nos sentamos en una de las mesas del comedor.

— No fue completamente mi culpa, los dos contribuimos — Dijo, tranquilamente mientras se rascaba la cabeza.

— Te juro que si me hubiera bajado diez puntos en el examen, hubiera roto contigo — Lo señalé con el dedo índice y el volvió a la seriedad.

— No juegues con eso, me moriría.

— Yered Villamel, no soy la primera novia que tienes.

Se encogió de hombros.

— Por eso mismo, las dos anteriores me terminaron, una más y me da un infarto, me convencería de que el del problema soy yo y no las chicas — Dijo riéndose y también me reí.

— Pobre de ti, acabas de convencerme de no hacerlo.

— ¿ por lástima? — Estrechó sus encantadores ojos oscuros.

— No — Le tomé la mano — Eres un tonto, creo que yo también me moriría si me terminaras.

— Es porque soy tu primer amor aunque no me lo digas lo sé y siempre solemos desvivir por la persona que llega a nuestra vida, pensando que será eterno.

Lo observé de reojo — Creo que no podría querer a más nadie si te perdiera.

Yered Villamel tenía un atractivo singular, la forma en que sonreía y como el arco de sus párpados superiores le daban un aire felino, tenía la piel blanca y el cabello negro, justo como el mío. Combinamos a la perfección, ambos con ojos oscuros, piel blanca, cabellos lizos y negros como la noche, había una leve diferencia en las cejas, las mías eran más gruesas y mi boca era más fina. Casi podíamos ser hermanos, odiaba cuando los demás lo decían en voz alta.

Cualquier persona que se detuviera a mirarme pensaría en mí como cualquier chica de la secundaria viviendo su primer amor al mismo tiempo que su primer último año estudiando pero la realidad era otra, detrás de mi forma aparentemente normal de ser, lo cierto es que era bastante anormal y en mi mente había otro mundo.

Mi vida estaba llena de sucesos extraños, momentos peculiares y vivencias desconocidas, lo atribuía en ocasiones a mi pasado traumático pero me dí cuenta de que no era mi mente, mi mente no estaba fallando y estaba por corroborar que el mundo era como una moneda que siempre cae del mismo lado pero en mi vida la moneda giraba sin caer, mezclándose con la versión oscura.

Sabía que había oculto que quería mostrarse y buscaba la forma de hacerlo.

No eran frecuente, a veces pasaba mucho tiempo sin experimentar nada pero luego volvían. Duraban segundos o minutos. Era como despegarse de la realidad por un instante y luego de que pasa una confusión se quedaba en mí, mi mente era una mezcla de realidad y fantasía.

La primera vez que experimente una situación extraña fue a los nueve años, lo recordaba perfectamente.

Estaba en el balcón, me subí al muro para tomar una manzana de un árbol que estaba sembrado en nuestro jardín y se había extendido hasta el piso de mi habitación. Una de las ramas estaba a mi alcance, repleta de manzanas, me apoyé del muro y extendí mi mano hacia el fruto.

Pero mis dedos no alcanzaron la fruta y cuando la rozaron perdí el equilibrio y resbalé.

Solté un grito cuando caí en picada desde el tercer piso, estaba segura de que moriría al tocar el suelo. Lo demás fue confuso y borroso.

Un extraño viento me empujó, salvando mi cuerpo de estamparse contra el concreto cuando estuve a punto de tocar el suelo. El viento disminuyó la velocidad de mi caída y aterricé en el césped a unos cuantos metros del lugar donde debería haber caído, como si me hubiera acostado suavemente sobre la grama.

Corrí a contárselo a papá pero obviamente no lo creyó, se rió de mí y me acarició la cabeza mientras me decía que tenía una excelente imaginación.

Desde entonces el viento cálido se a mantenido, a veces más cálido que otras, a veces no lo sentía, pero cuando lo hacía el miedo me ocurría ya que era mi alarma de que algo sucedería.

Guardián de la Penumbra Donde viven las historias. Descúbrelo ahora