Revolución 80

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También soy un punto rojo en un radar, piensa Jules. Huanacoc también es un radar y yo soy un punto rojo en ese radar.

Por un instante, al verse reflejada en el escaparate espejado de una panadería, Jules vuelve a verse en aquel camisón de internada. No es su imaginación. Nuevamente la han envuelto en un camisón. Nuevamente ha escapado. En el escaparate también se refleja un surtidor de diarios. Jules se acerca a este, ve, a través del vidrio, la portada del periódico del día. Hay una fotografía de una chica desaparecida. Es una chica de rizos oscuros y tez blanca, eso puede notarse aunque el diario sea en blanco y negro. No soy yo, dice Jules.

Millones de personas desaparecen cada año en el mundo. Algunas aparecen muertas, pero de otras nunca vuelven a aparecer sus cuerpos. Se pregunta Jules si en algún diario de su ciudad, del futuro, de su presente, mejor dicho, habrá alguna fotografía de ella; se pregunta si en algún lugar la estarán buscando..., ¿volveré algún día a ese lugar?

En este mundo, piensa (aunque no sea un pensamiento que se pueda expresar precisamente en palabras, es más bien una mezcla de palabras, imágenes y angustias), desaparecen prostitutas luego de abordar algún coche, desaparecen niños que escapan de sus casas porque no soportan más la situación, niños que luego de correr por kilómetros se pierden, nunca más se sabe nada de ellos; desaparecen niños después de probar la golosina que le ofrece algún extraño, desaparecen hombres y mujeres de color, tal vez victimas de crímenes raciales. Niños o niñas que se pierden por un instante de las vistas de sus padres pueden perderse para siempre. Prostitutas, niños, idealistas, transexuales, negros, mujeres demasiado jóvenes, enfermos, y hasta bebés desaparecen cada año. Una pesada angustia invade el cuerpo de Jules. Aparecen fotos de ellos en diarios, hay afiches con pequeñas fotos de ellos en todas las calles. Aparecen identikits y descripciones de ellos en canales de televisión. Los familiares de los desaparecidos conservan sus fotos, y colocan alguna en la repisa, o se tatúan sus nombres para siempre. La resignación y la esperanza componen una rara emoción que acompaña toda la vida a los familiares del que desaparece.

Pero ¿a dónde quiere llegar Jules con todos estos pensamientos?

Nota que todo ha cambiado en Huanacoc..., siente que ya no es una prófuga. Ella también había sido buscada durante la noche, pero no como víctima sino como victimaria. Junto a John había estado prófuga, en la radio habían pasado su descripción y durante algunas horas, cualquiera en Huanacoc hubiese reportado a las autoridades de haberla visto. Pero ahora se mete entre un grupo de personas que acampan en el patio delantero de una casa y nadie dice ni hace nada con respecto a ella. Parecen estar pendientes de alguna otra cosa. Algunos parecen ser vagabundos, pero también hay jóvenes, y mujeres que parecen amas de casa (en el sueño del hotel, Jules se había soñado como una de ellas), también hay dos o tres niños. Lo mismo que sucedía en al jardín de aquella casa revolucionada parecía estar sucediendo en otros jardines no tan lejanos.

  ─¿Han oído el maldito mensaje? ─dice un hombre negro.

─Oigan, esto me recuerda al mensaje que dio Orson Wells sobre la guerra de los mundos. ─dice un joven de anteojos.

─De acuerdo ─dice una mujer con look glam ─coincido en que suena estúpido, nadie en su sano juicio debiera creer algo así, pero... ¿acaso no tuvieron la sensación de que era cierto?

─Cállense, no sean necios. Debe tratarse de algún truco. ─dice otra voz de la concurrencia.

─Deberíamos marchar nosotros también, y asegurarnos de que eso no sea cierto. ─dice el negro.

─Ya hay muchos rodeando el hospital, tal vez algunos hayan entrado...

Las voces son confusas, le cuesta a Jules diferenciar una de otra, su cansancio mental no colabora. Pero ya todo está más claro. El cielo está despejado. Es de día. Alguien ha dado un mensaje a todo Huanacoc. Un mensaje que los ha puesto de pie y en contra del hospital.

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