Una gran recompensa

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Aparece bajo el umbral de una puerta digna de una mansión, sobre una estructura muy similar a la de la antena que apunta directamente a la cabeza de Jules en el mundo real, flamea una bandera roja. Jules escucha la voz de Alice Cooper cantando Poison. Una luz azul la ilumina, el resto es oscuridad. Estar dentro de un vídeo clip es algo tan jodidamente surrealista, piensa Jules. Por suerte, recuerda a tiempo el final de aquel vídeo, se mira las manos, lleva puestos unos guantes. Claro ella misma es la chica rubia, pero está disfrazada de Alice.


 I wanna love you but i better not touch

i wanna hold you, but my senses tell me stop

i wanna kiss you, but i want it too much


Siente algo espeso corriendo por su venas.


 I wanna taste you but your lips are venomous...


POISON, piensa Jules, anticipándose, es veneno.


Your poison running troug my veins


Tengo que salir de este maldito sueño. Entonces, desde el sueño Jules trata de darle fuerzas a su cuerpo real, fuerzas para que grite, imprime la suficiente potencia en su grito para que la Jules real también grite. Pero el cuerpo de Jules apenas emite unos balbuceos, insuficientes para despertar a John que duerme demasiado pesado. No, ese no es el modo, Jules. Debes calmarte. Siempre hay alguien del otro lado. Piensa mientras corre por un paisaje que parece la nada misma, solo luz azul, algunas explosiones seguidas de chispazos. Cadenas que penden de la nada. Jules corre. En algún lado debe estar la pantalla. Humo, demasiado humo para saber por dónde va. Y demasiada desesperación. Demasiado veneno corriendo por sus venas. Cadenas con esposas en sus extremos. Veneno. Tachas en la campera e Jules. Veneno en las venas de Jules. Escaleras de cadenas y peldaños metálicos. Una mujer en lencería de cuero. Pasa por debajo de una gotera persistente. Y de pronto recuerda aquel pensamiento que tenía en el hospital; ese pensamiento en el que se veía a sí misma como un pez común entre peces de colores. Entre peces del 80, un pez de... de quién sabe qué época. Es indicado pensar eso justo en este momento, pues su cuerpo ha quedado capturado por una red. Sí, no hay paredes ni puertas cerradas, solo una gran red que cierra todos sus escapes. Una silla, choca contra una silla absurda, en medio del camino y va a parar al piso. Veneno. Se pone de pie. Corre. Intenta subir una de esas escaleras, pero el al final solo un techo. Golpea el techo metálico con la ilusión de que una puerta trampa se abra. Nada. Veneno. Tal vez sea más pertinente compararme con una cucaracha envenenada que con un pez, piensa. Pero su aspecto es de una sensualidad desbordante. Su pelo al estilo glam, su vestido blanco suave como una brisa, caído deja ver un hombro de piel suave y sensual.

De pronto una esperanza con forma de soga. La recoge del suelo. Y comienza a tirar de ella. Como un naufrago tira de la soga que le arrojan de una gran embarcación.

Lamento no poder quedarme a ver tu show, Alice..., piensa y luego agrega: eres un hijo de perra, Alice.

Llega a la tan anhelada pantalla, esa pantalla a través de la cual ve al mundo que la mira, al espectador. Al otro lado, una de las habitaciones del hospital. Allí estaba el tipo heavy que había llamado perra a la ayudante del psicólogo durante la terapia grupal, eso parecía haber sucedido un siglo atrás para Jules, pero solo habían pasado algunas horas. Y ahí está el tipo heavy metal, sus ropas (cueros, tachas, jeans) se encuentran amontonadas sobre una silla. El tipo está de espaldas a la pantalla, una mujer besa y muerde su cuello.

Jules golpea la pantalla. "¡Cambien!", grita. Cuando escuchan los gritos se separan. En un principio creen que los gritos vienen del pasillo. Ella, que no es otra que la ayudante del terapeuta, aquella que domaba a los pacientes con absoluta tranquilidad durante la sesión, se viste todo lo rápido que puede. Él sale al pasillo desnudo, ella descalza, en el intento de ponerse los zapatos de tacón trastabilla y casi cae. Entonces se da cuenta desde donde viene la voz de la chica pidiendo ayuda. Ella llama al tipo heavy, ambos contemplan la pantalla. "Mierda, ¿qué hacen con nuestras cabezas en este maldito lugar?", dice el tipo heavy mirando a la enfermera. Ella se ha colocado sus anteojos y mira absorta la pantalla. "No lo sé, Bruce, juro que no lo sé", "¿No era esa la perra que estaba en la sesión de ayer?", "¿A quién le dices perra, imbécil?"


—Por favor, cambien. Giren la perilla, maldita sea. Si no lo hacen voy a morir.

Y en la cama del altillo de la casa de granja, de la Jules real, es decir, de su boca, comienza a brotar una espuma blanca. La Jules del sueño se lleva la mano a la garganta.

—Maldito Alice Cooper, es un enfermo.—dice el tipo Heavy—Nunca pensé que esa perra estuviera tan bien ni que hubiera participado de un vídeo del maldito.

Las pupilas de Jules se dilatan y se elevan. Cae de rodillas. Una ola blanca cubre por completo su mente.

—Ahí tienes a tu perra muriendo, ¿qué tal se ve?—pregunta la ayudante del terapeuta.

—Se ve sexy, hasta vomitando se ve sexy la maldita.

—¡Cualquier perra se vería sexy dentro de un vídeo de Alice Cooper o de Motley Crue, idiota!—Y en un arrebato de bronca la mujer gira la perilla del televisor, pero esta no funciona.—¿Por qué no te mueres de una maldita vez, puta?— dice mientras se saca uno de los zapatos, con el taco comienza a golpear la pantalla.

La última aparición de Jules en aquel delirante canal 80, es debajo de un cartel con la palabra BUSCADA; puede leerlo al mirar hacia arriba, pues estas letras están justo sobre su cabeza. Y debajo de ella, como el subtitulado de una película puede ver la cifra de la recompensa. Al otro lado de la pantalla, quien mira es la niña granjera. Está a punto de llevarse un bocado de gelatina, una gelatina tan verde flúor que en la oscuridad parece radiactiva. Al ver aquel aviso, la niña se pone de pie, y va hasta el baño. Vuelve con un frasco de pastillas. Jules, que la mira desde la pantalla, ya sabe de que se trata. La niña acerca una silla hasta la cocina, se sube a ella. Abre la tapa de la olla que está sobre una de las hornallas. Muele las pastillas del frasco y las echa sobre la preparación dentro de la olla.

Así es Jules, ese es el motivo por el que John duerme tan profundo, piensa Jules. Piensa en hablar, en decirle a la niña que no haga eso, pero eso ya está hecho.

John ya ha bebido la sopa con total confianza, pero ella no. Jules no la ha bebido, a ella solo la vence un sueño natural. Demasiado vívido, manipulado por la maldita antena, sueños que se siente hasta en el cuerpo, sueños con consecuencias físicas, pero con un esfuerzo podrá salir de ellos. Ella no ha ingerido los somníferos.

Una vez dormidos con los somníferos de seguro la niña nos entregará a la policía... o no, no, Jules recuerda que la niña tuvo la chance de entregarlos al policía de Huanacoc, pero no lo hizo, es que la recompensa la ofrecen desde el hospital..., entonces, la niña buscaría a los malditos de El Hospital. Hospital 80. Así debería llamarse este maldito pueblo, en lugar de llamarse Huanacoc, piensa Jules atrapada en el televisor. La niña nos entregará al hospital. La recompensa es grande, piensa.

Así, dormidos, como si fueran cerditos criados para que alguien los coma en navidad, la niña ha decidido entregar a los fugitivos.

Nunca una cosecha ni un ganado le ha generado tanto rédito a esta granja, piensa Jules.

Sirve la niña la preparación en dos tazones separados que luego coloca sobre una bandeja. Antes de subir al altillo y convidar con ambos tazones a John y a Jules, se acerca al televisor.

—Lo siento, chica fugitiva, me caes bien, y tu John, me gustas. Pero ustedes serán la salvación de esta granja. Realmente lo siento, pero necesitamos ese dinero.

Tengo que hacer mi mejor esfuerzo. Tengo que despertar, piensa Jules, absurdamente atrapada en el televisor.

La niña gira la perilla.



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