Jules se siente acompañada

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Para Jules ya no existían las ilusiones que el mundo real nos impone, los disfraces y los velos tras los que se oculta la esencial realidad del mundo había caído a los ojos de ella. Por eso, tal vez la visión era realmente más fuerte y perturbadora. Se encontraba parada en lo más alto de la duna, se había quitado las zapatillas y las tenía en sus manos. Por primera vez pensó que tal vez era una desaparecida, que había sido atrapada por aquel mundo (en cuerpo y conciencia) al igual que Caroline en Polltergeist. He desaparecido en algún mundo, quiero volver a ese mundo. Y para volver a ese mundo debo superar este, el último nivel de este mundo, pensó.

Un viento arremolinó su pelo. Y al sentir aquel viento recordó con una ligera sonrisa de costado, y con algún atisbo de lágrimas, La historia sin fin. Y fue así que las últimas fuerzas, las fuerzas para atravesar el último tramo, las recibió de una extraña idea, la idea de que alguien estaba leyendo su historia. Imagino a algún niño, o a alguna niña, o tal vez a una joven de su edad (¿18, 25?), atrapada en el libro donde se contaban sus aventuras..., ¿cómo se llamaría ese libro?

¿Jules en los 80? ¿La odisea de Jules en los 80? ¿La historia sin fin de Jules en los 80? jajaja.

Es evidente que no tienes la mínima idea de lo que es escribir un libro, Jules, se dijo a sí misma. Pero pudo imaginar, en el cielo, a su lector. Y de pronto, cuando una angustiosa y obscura sombra cernió sobre ella, producto de una amenazante nube pasajera, sintió que el chico, o la chica, el niño-niña o el adulto-adulta había cerrado el libro, fueron momentos de angustia, abandono y profunda soledad para la pequeña Jules; pero enseguida ese momento pasó y tanto la soledad como la angustia se desvanecieron; pues la nube había pasado y la claridad había vuelto (aunque la nube al pasar, había soltado algunos copos de nieve y uno de esos copos había caído y aún permanecía sobre el cabello de Jules). Entonces Jules sintió que quien fuera que estaba leyendo las páginas de su aventura, había vuelto. Solo había ido por una manzana, o por un emparedado y un vaso de leche, o por un refresco.

Bastián, pensó. ¿Pero quién era Bastian? Entonces su mente comenzó a hilar imágenes que la llevarían circularmente hasta Bastián. Su pensamiento volvió, sin alejarse demasiado de dónde estaba (¿y dónde estaba? Estaba en su historia, estaba imaginando un lector, un compañero para sus aventuras), a La historia sin fin.

Recordó la canción

Turn around, 

look at what you see, 

in her face, 

the mirror of your dreams, 

make believe i'm everywhere, 

given in the lines, 

written on the pages, 


Recordó a Atreyu en el tramo más peligroso de su recorrido, luchando contra el viento feroz de La Nada. No quiso recordar el hundimiento de Arthax, eso hubiese sido un mar de lágrimas, la pérdida de sus últimas fuerzas. Se sintió Atreyu, y entonces sonrió al recordar al pequeño Bastian; él el niño que leía La Historia, llevaba una vida escolar difícil y se refugiaba en la biblioteca de sus abusivos compañeros y leía, pero aquel libro no solo había sido una evasión para el pequeño Bastian, aquel libro lo había capturado, el gran libro en cuya tapa se enroscaba una serpiente. Jules recordó que sobre Atreyu pendía el mismo símbolo de la tapa del libro, en una medalla; no recordaba el nombre de sus padres ni la ubicación de su casa o el verdadero nombre de su pueblo, ni su edad (apenas su nombre se había salvado, tal vez) pero recordaba tantas escenas de La historia sin fin. Sintió que aquel símbolo también pendía ahora sobre su pecho. Tu eres Bastian, dijo sonriendo, como si le hablara a algún lector. Se sintió extraña, un poco cursi y tonta, pero imaginar un lector de su historia era un modo de sentirse acompañada, de tener un poco menos de miedo en aquel momento tan difícil. Imaginar que alguien leía su historia y la alentaba a seguir era un pensamiento que la hacía sentir bien.

I love 80'sWhere stories live. Discover now