Al otro lado de la llanura de suelo agrietado se encontraba El Cerebro. Cualquier persona hubiese visto una gruta, con bocas de entrada iluminadas por incandescentes fosforescencias que cambiaban de color, pasando del fucsia al verde, del verde al naranja, luego al azul, incluso al negro; no, no es que quedasen a oscuras, sino que el negro aparecía como un color, un negro fuerte, fosforescente, y también al blanco. Había varias bocas de entrada aunque tal vez una sería la importante, la verdadera, la que llevaba hasta el interior del cerebro de Huanacoc, tal y como lo pensaba Jules.
A lo largo del camino de llanura, la claridad que reinaba en Huanacoc y aún (aunque en menor grado) sobre la duna en la que estaba para Jules, se convertía gradualmente en oscuridad. Finalmente, la gruta-cerebro estaba bajo una profunda oscuridad que solo era contrastada por las poderosas luces que emanaban las bocas de entrada y por algunos relámpagos que agrietaban el cielo. Jules hubiese deseado tener la suficiente perspectiva para poder tomar una fotografía del contraste entre el día de Huanacoc y la oscuridad sobre la cueva. Pero nuevamente tomó consciencia, mientras descendía sin mayor esfuerzo, dejándose llevar por lo empinado de la cuesta, de que ella era parte de todo eso, de que viviría los peligros y de que su cuerpo sufriría los daños de aquella aventura. Sintió los nervios al pensar que podría quedar atrapada dentro de la cueva, pero raramente, pensó que no podía hacerle trampa a Huanacoc, que no podría pasar por arriba de la gruta, como quien pasa un nivel sin jugarlo y ganar el juego.
No, porque esto no es un videogame, Jules. O sí, bueno, sí lo es, la realidad es un videogame, un libro, una película, pero la diferencia es que es que a la realidad no se le puede hacer trampa. No basta con un chasquido de dedos para evadirla. Hay que luchar sin evadir uno solo de sus escollos, pues de evadirlo, el escollo volverá con más fuerza.
Cayó de rodillas sobre la tierra seca. Una fuerza proveniente de la gruta intentó persuadir a Jules. Era como un gigante de piedra que la prevenía. No entres aquí, Jules, decía, lo expresaba con un viento cálido y perturbador. Un viento cargado de olor a naranjas podridas, un viento que también traía unas chispeantes y diminutas gotas de agua salada.
¿Había mar en Huanacoc?
El gigante de piedra invitaba a Jules a volver a la calidez protectora de Huanacoc; a un pueblo en el que el único criminal (Maniac cop, la bestia Maiden) la amaba y no quería hacerle daño. Pero Jules decidió avanzar. Para soportar la embestida de la segunda advertencia del gigante, otra potente ráfaga, se aferró a un arbusto casi seco; la apariencia de la planta, acaso muerta, era engañosa, ya que resistió. Los pies de Jules se elevaron, Jules quedó izada como una bandera. El arbusto resistió demasiado aunque claro que finalmente se desprendió de raíz. El viento hizo a Jules retroceder unos pocos metros. Cayó nuevamente de rodillas. La ráfaga cesó. Se puso de pie, y volvió a caer, las rodillas dolían y sangraban.
A lo lejos se levantaba polvo.
Mad Max, pensó Jules.
La vista de Jules distorsionaba, ya fuera por la fatiga, o por la sed, o por alguna droga que le habían inyectado el día anterior, o por las ondas de la antena, la vista de Jules distorsionaba la realidad, vio asomar entre el polvo uno de aquellos horribles tanques apocalípticos dignos de Mad Max; allí donde cualquier persona hubiese visto una ambulancia, llena de polvo del camino por cierto, ella veía un tanque de Mad Max; veía, en lugar del logo de Mercedes una calavera. Una vez más, tal vez por última vez, como enemigos ya predecibles y fáciles de derrotar, los dos enfermeros bajaban de la camioneta. Y como una casualidad desde el interior de la ambulancia brotó la canción Crazy train de Ozzy Osburne, nada menos que del disco Blizzard of Ozz.
En la tierra de OZ. Cerca del mago... de su cueva, de su cerebro.
Al ver surgir de la linea del horizonte a los enfermeros, imaginándolos con pecheras, hombreras, tachas, cueros y crestas, Jules recordó aquel sueño que había tenido durante el escape en falso del hospital; en este había atravesado un cine lleno de espectadores descerebrados; perseguida por el acomodador, había salido por la puerta de emergencia, que desembocaba en un callejón, lo recordaba, recordaba haber visto a la mujer en el suelo, sostenida por un muchacho glam, mientras otro le quitaba el pantalón, había un juego de resistencia y entrega, un cinismo en la víctima. De pronto una luz iluminó la escena y Jules pudo ver todo con claridad, pudo ver entonces que la chica no era otra que ella misma. Jules mirando a Jules.
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I love 80's
General FictionJules maneja una camioneta que parece no estar dominando muy bien y menos por ese tortuoso camino, cuando de pronto, y sin quererlo, toma un desvío. Ese volantazo accidental la llevará a Huanacoc, un pueblo que se ha quedado en los "malditos 80", co...