6. El Paballedo y su nueva misión

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En algún lugar de París...
Lunes 7:05 am.


Esa jornada, Helios despertó con una misión especial en un hogar humano: despertar a sus ocupantes. Una vez cumplida a rajatabla, su único, aburrido y eterno trabajo, consistía en sostener las riendas de su carro, guiando a sus briosos corceles en su travesía por el cielo.

Ya se percibía que el clima cambiaba. Se tornaba frío. El verano era echado a patadas por el Viento del Norte. El que congelaba en un imperdonable descuido y al que le echaban la culpa del calentamiento global.

Bóreas se estaba haciendo más viejo y las altas temperaturas, producidas por la maquinaria humana, le estaban ganando por paliza...

Debajo del astro rey, los humanos iniciaban las labores cotidianas. Algunos con diligencia, otros bajo amenazas glaciares y unos más, como la mujer en medio del parque, evadiendo las mismas.

Helios, aburrido de su labor repetitiva, le dedicó una mirada a la anciana que partía pedazos de pan, diseminando las migas alrededor de ella, alimentando a las palomas.

Le hubiera prestado atención un instante, una simple y vana mirada, de no ser porque de pronto, el viento sopló helado y levantó los bajos de las faldas de tan bondadosa ancianita.

El Titán intuyó lo que significaba esa corriente eólica. Alargó una sonrisa y se frotó las manitas sacando de su bolso dorado un chocolate con trozos de almendras.

¡Se vaticinaba la diversión!

—¡¿Me puedes decir qué hiciste este viernes, por todos los hecatónquiros?!

La voz dura y ronca asustó a las palomas que rodeaban a la mujer.

El silbido de las alas pequeñas al despegar se entremezcló con el de otras, enormes y potentes al aterrizar. Los pequeños pasos de los dedos huyendo se opacaron con el grueso caer del que llegaba.

La vieja de cabellos cuales fresas maduras entrelazados con hebras de plata, volteó el rostro sobre su hombro derecho con lentitud, indolente de Cronos y su trayecto.

Los ojos de nieve se posaron sobre sus contrarios, aquellos en los que resplandecían los vientos invernales y cuyo poseedor avanzaba a paso bronco en dirección a ella, como un eco a las divinidades de las épocas antiguas en pie de guerra.

—No sé qué sean los hecatónquiros —fue la respuesta lacónica de la vieja.

—¿Será posible? ¡Has convivido demasiado con nosotros y dices que no sabes lo que es un hecatónquiro! ¡NO HAY DUDA DE QUE ERES UNA CARA DURA, S...!

—Shhh —depositó el índice derecho sobre la boca del otro—, vas a llamar su atención.

Los gruesos dientes de aquél silenciado se restregaron con fuerza, largando potentes ruidos como muestra de su furia. El rostro cincelado con mano burda y tosca reflejó en sus mejillas, el color rojizo de los cabellos femeninos producto de esa tremenda emoción.

Las aventuras del Paballedo del Patito | YaoiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora