Krest es un niño de tres años de naturaleza vivaz, inquieto y con una imaginación nutrida, que se considera a sí mismo un Caballero de Athena que lucha por el amor y la justicia.
Su única preocupación es jugar con sus hermanos, comer chocolates, do...
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Los ojos de zafiro se abrieron ante la insistencia de manos amorosas. Las risitas y reclamos perezosos se convirtieron en la banda sonora percibida por sus oídos. Su mente aletargada se preocupó en activarse después de la merecida siesta.
El pequeño aspiró como el lobo feroz y lanzó tremendo bostezo, que...
—¡Casi me comes, «Kest»!
—Ay, perdón, Kiki —talló sus párpados somnoliento—. Tengo sueño.
—«Thi, pu'que» hoy es lunes —dijo muy solemne—. ¡Todos tenemos sueño!
No le quedó duda de eso. Se puso en pie ayudado por su amigo y buscó a su maestro. Lo encontró despertando a la niña Amaranta envuelta en su manta, quien imitaba muy bien a La Bella Durmiente. Con caricias suaves en sus manitas y jugueteos en sus deditos, el profesor la traía al mundo de los despiertos.
—Bien, niños —llamó al resto en el momento en que Amaranta gimoteó y quiso acomodarse—. Ya que nos despertamos, cada uno toma su mantita, la dobla, la pone en su cubo y viene acá.
—¡«Chi»!
Krest obedeció cada instrucción. Dobló la tela con mucha dedicación. Refunfuñó pues su mamá la hizo muy tonta y no se dejaba doblar. Lo intentó una segunda vez y probó la hiel de la derrota. Con impaciencia, la metió como pudo en su cubo y regresó rápido.
Fue el tercero, después de Jabú y la niña Fernanda. Su amigo Kiki en cambio, seguía doblando con mucho esfuerzo cuando los demás ya esperaban sentaditos.
—¡Kiki, vamos, se hace tarde! —llamó con urgencia.
—¡Ya voy, ya voy! —avisó concentrado en la labor.
El muviano dio el último doblez y puso una casi perfecta manta doblada en su contenedor. Los niños boquearon de sorpresa y por supuesto, uno no se contuvo las ganas de decir:
—¿Cómo hiciste eso? —aleteó el Patito—. ¿Cómo quedó tan linda tu manta y la mía es un gusano feo?
—Mi mami me enseñó estos días —sonrió orgulloso, con las mejillas sonrojadas—. ¡Y «aplendí»! —dio saltitos de emoción.
—¡Muy bien, Kiki! —celebró Lugonis—. ¡Démosle un aplauso a Kiki por haber aprendido tan bien!
Krest se desgastó las manos ahí. Se alegraba por su amiguito y cuando se cansó de aplaudir, le dio un abracito.
»Un día podrías enseñarnos a doblar mantas —canturreó el profesor.
Esa propuesta alborotó el gallinero. Los pollitos píaban con ímpetu. Uno de ellos se negó a hacer semejante desfiguro y siguió su propia senda, así que parpeó.
Ese último era el patito Krest, quien aplaudía feliz apoyando la moción.
—¡«Tá» bien, «tá» bien! Les enseño con «gucho musto» —parloteó Kiki con la carita roja.