Capítulo 18

105 8 0
                                    

Rhett:

—¡Vamos, una más! ¡No seas aguafiestas! —protestó Astrid en voz alta.

Le tuve que sisear por cuarta vez en la noche para no molestar a los vecinos. Después del infortunio con ese imbécil de Mel, Astrid se quedó en mi apartamento hasta la noche, en dónde me hizo unas mamadas impresionantes y en dónde yo también pude tocarla un poco más allá de la ropa, aunque sin llegar a nada porque ella se rehusaba hacer algo en su estado.

Luego de eso comenzamos a beber, sólo que se me fue un poco la mano en darle demasiadas latas a Astrid. ¡Estaba como una cuba!

—Creo que ya bebiste demasiado por hoy —le dije, negándome a su petición.

—Oh, vamos. —Se acercó a mi oído y con voz muy arrulladora y profunda dijo—: Sí me das una más, podemos repetir lo de ésta tarde.

Uff, qué cabrona. Lo que había hecho de derramar la cerveza sobre mi entrepierna me puso como una fiera hambrienta. Tuve amantes atrevidas, pero parecía que Astrid siempre les ganaba a todas el primer lugar.

—As, me hiciste venir cuatro veces. Necesito un descanso —declaré entre risas—. Además, me rehúso. Bebiste demasiado y no quiero que te pase algo —expresé preocupado.

No quería que terminara descompuesta o aún peor, en coma.

Astrid murmuró unas cuántas malas palabras para sí misma y dejó de insistir. Jugueteaba con la última lata de cerveza como si se tratara de un avión de juguete.

No pude evitar reírme, aunque lo hice de forma disimulada para que no se enojara. 

Me gustaba observarla en secreto. Y si bien me fascinaba su cuerpo, mis ojos siempre se quedaban imantados en su rostro, en esa mirada verdosa y esos labios de ensueño.

Me moría por morder esos labios, remojarlos con mi lengua y luego chuparlos hasta el cansancio. Tenían la forma y el grosor perfecto. 

Ella no tenía idea de lo perfecta que era. Y eso me frustraba.

—Rhett —me llamó de pronto, sacándome de mi ensimismamiento—. ¿Crees en el amor?

Me quedé de piedra ante su pregunta. Me tomó totalmente desprevenido. Carraspeé y traté de ser honesto.

—Sí, creo que existe.

Astrid lanzó una carcajada, pero no fue genuina. Más bien, la sentí forzada.

—O sea que... planeas enamorarte —dedujo.

—Sí, pero no ahora —le aclaré—. Quiero decir, recién tengo veinticuatro años. No quiero encerrarme en una relación, quiero disfrutar al máximo la vida. Estar en una relación te limita. Pero no es que no quiera vivir el amor, sólo que ahora quiero enfocarme en otras cosas.

—Wow, qué profundo —se burló Astrid, arrellanándose en el sofá y mirando el techo.

—¿Y tú? —escudriñé.

La sonrisa socarrona que se dibujaba en su rostro se le borró en un segundo. Su mirada se siguió concentrando en el techo y ya no jugueteaba con la cerveza.

—No. Odio ese sentimiento.

—¿Por qué? —inquirí.

—Porque el amor casi mata a mi padre —reveló en voz seca pero marcada por la ebriedad.

No supe qué responder, aunque mi mente divagaba de preguntas y curiosidad. ¿Qué casi mata a su padre? ¿Cómo eso era posible? ¿Acaso una mala experiencia en la familia la hizo pensar así?

Corazones Caóticos [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora