Capítulo 2 Casado sin más

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Una hora más tarde, Vivian salió de la Oficina de Asuntos Civiles con el certificado de matrimonio rojo en las manos. Se sentía como si flotara en el aire, como si todo hubiera sido un sueño. Nunca había pensado que un día se casaría de repente con un hombre que solo había conocido por casualidad. «¿Tal vez sea el destino?», intentó convencerse.

Agachando la cabeza, miró la foto en la que aparecían sentados uno al lado del otro. El rostro del hombre era inexpresivo, mientras que la de ella mostraba su malestar y su cautela. Debajo de la foto estaban los nombres de ambos.

«¡Qué absurdo! Me acabo de enterar del nombre de mi nuevo marido por un certificado de matrimonio, entre otras cosas. Finnick Norton. Un nombre sencillo, pero apropiado para un hombre como él», pensó.

—¿Vivian William?

El hombre, Finnick, también miraba su certificado de matrimonio. Pronunció su nombre despacio, el timbre bajo de su voz hizo que se deslizara por su lengua con suavidad. Y la forma en que lo pronunció le produjo escalofríos. Aún no se había recuperado de su cambio de estado civil cuando una mano apareció de repente ante ella. Entre sus dos dedos había una tarjeta.

—Sra. William, soy consciente de que tener una boda y conseguir un anillo de bodas son algunos de los acontecimientos más esperados por una mujer. Por desgracia, siento decir que no tengo tiempo para ocuparme de todo eso. Si quiere un anillo, puede elegirlo usted misma.

Inclinando la cabeza hacia atrás, Vivian se encontró con la mirada ilegible de Finnick. Ella se apresuró a agitar las manos en señal de rechazo.

—Eso no es necesario. No me interesan esas formalidades.

Hacía tiempo que había pasado la edad en la que le interesaban esos gestos románticos. Y lo que es más importante, no quería sentir que le debía algo, aunque fuera su legítimo marido.

—Como mínimo, consigue un anillo —declaró él. Dicho eso, le agarró la muñeca, mientras le metía la tarjeta en la mano. En el momento en que sus manos se rozaron, la ligera diferencia de temperatura hizo que Vivian sintiera una fuerte sacudida. Le sorprendió el calor que emitía.

—Está bien —aceptó. Como eran recién casados, por así decirlo, ella no quería entrar en una discusión con él por sus buenas intenciones. Por lo tanto, aceptó la tarjeta y la guardó en su bolso.

—Tengo una reunión por la tarde, así que me iré ahora. Tendrás que ver como volver —le informó él. Su tono de voz era tan neutral como siempre.

—De acuerdo.

No tenía ninguna esperanza de que él la tratara como una verdadera esposa, alguien a quien amara y mimara. Por eso no le decepcionó en absoluto que la dejara allí. Recordando algo de repente, él volvió a hablar:

—Por cierto, te enviaré la dirección de mi casa hoy mismo. Múdate cuando te convenga.

Ya habían intercambiado sus números de teléfono antes, cuando estaban obteniendo sus certificados de matrimonio.

—¡No tengo ninguna prisa! —respondió de inmediato.

Aunque tenía sentido que tuvieran que permanecer juntos después de casarse, la verdad era que ella no estaba preparada para vivir bajo el mismo techo que un extraño todavía. Quizás el rechazo en su tono era demasiado evidente, ya que Finnick no tardó en levantar la cabeza para mirarla, haciendo que Vivian se sonrojara un poco, avergonzada.

Sin embargo, no respondió a eso. Lo único que hizo fue pulsar un botón de su silla de ruedas para girarla en otra dirección.

—Si no hay nada más, ahora me despido.

—Muy bien.

Esperó a que se subiera a un coche negro antes de irse también. Después, llamó al Departamento de Recursos Humanos de su empresa de inmediato. Les dijo que iba a ser registrada en Sunshine City muy pronto. Entonces, suspiro de alivio cuando le confirmaron que iban a solicitar el seguro médico local para ella y su familia.

Aunque el haberse casado era una decisión bastante precipitada por su parte, al menos había conseguido resolver el asunto que la atormentaba desde hacía tiempo. Al fin dejaría de agonizar por las facturas médicas de su madre.

Al llegar a la revista Glamour, su lugar de trabajo, Vivian se encontró con que aún no había llegado la hora de su entrevista de la tarde. Aprovechando el tiempo libre que le quedaba, se dirigió al centro comercial de al lado para comprar un par de alianzas con la tarjeta que le había dado Finnick.

Después, volvió a su escritorio y se sentó, con la intención de repasar por última vez la información de la entrevista. En ese momento, Sarah se acercó a su silla de oficina. Sus ojos brillaban cuando preguntó:

—Vivian, ¿y ese anillo?

—Eres muy observadora, ¿verdad?

Vivian no tenía intención de ocultar nada. Al fin y al cabo, el Departamento de Recursos Humanos ya sabía que había trasladado su registro familiar. Todos en la empresa pronto se enterarían de su cambio de estado civil.

—Me he casado hace poco.

Sarah escudriñó el anillo y comentó:

—¡Felicidades, Vivian! ¿Te lo regaló tu marido? No es un diamante muy grande, ¿verdad? ¿Cuánto costó?

—Un poco más de mil.

Vivian no sabía nada sobre el historial financiero de Finnick, así que había elegido un par de anillos de los más baratos y sencillos que pudo encontrar. Pero Sarah frunció el ceño y afirmó con una expresión solemne:

—¡Vivian, eso no sirve en absoluto! Un anillo de boda es un símbolo de tu matrimonio. ¿Qué tan confiable puede ser un hombre, si ni siquiera te compra un anillo mejor?

—Está bien. Lo hace lo mejor que puede —respondió Vivian. Al notar la mirada compasiva de la otra mujer, se dio cuenta de que Sarah pensaba que su nuevo marido no era muy adinerado.

—Es suficiente. No hablemos más de esto —declaró y cambió de tema, no queriendo alargarlo más—. ¿Estás lista para la entrevista más tarde?

—¡Jajaja, claro!

La táctica de distracción de Vivian había tenido éxito, ya que Sarah no tardó en señalar su atuendo.

—Vivian, ¿qué te parece? ¿Me veo bien?

Fue entonces cuando Vivian se dio cuenta de que su colega estaba vestida con un conjunto de vestido de falda rosa y blanco. También se había peinado con cuidado.

—¡Estás increíble! —Vivian felicitó.

Encantada con sus palabras de elogio, los ojos de Sarah no tardaron en iluminarse de placer.

—Entonces, ¿supones que tendré una oportunidad con el rico y soltero presidente del Grupo Finnor?

¿Tienes prisa por casarte, señorita?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora