Capítulo 31 ¿No hay nada que quieras preguntarme?

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En el comedor reinaba un silencio absoluto, salvo por el tintineo de los cubiertos de Vivian y Finnick.

Incapaz de soportar un silencio tan incómodo, ella tomó la iniciativa de hablar.

—Um...sobre aquella noche...

Mientras Vivian seguía dudando sobre cómo sacar el tema, Finnick la interrumpió de forma inesperada con un:

—Lo siento.

—¿Que?

Vivían seguía aturdida. «¿Finnick se está disculpando conmigo?» se preguntó.

—Aquella noche me precipité demasiado — dijo Finnick en voz baja. Para entonces, él ya había terminado su comida.

Levantó con elegancia la servilleta y se limpió la boca. Como ya se había disculpado, Vivian pensó tenía que ser amable también:

—Yo también tuve la culpa. Fue una grosería por mi parte abandonar la cena familiar. Cuando esté libre, me disculparé con tu abuelo.

Vivian había estado pensando en esa noche en los últimos días. En efecto, era un acto de descortesía abandonar la cena así, sobre todo delante del abuelo de Finnick lo que leo hacía aún más impropio. En cuanto a Fabián, aunque le incomodaba un poco Finnick investigara sus antecedentes, también tenía razón. Era imposible que se casara con una mujer con un pasado desconocido.

En cuanto a lo que ocurrió después....

Cuando Vivian recordó aquella noche, las imágenes del cuerpo musculoso y el aroma masculino de Finnick la hicieron sonrojarse. Ella sabía lo que hacía los hombres y las mujeres en la cama. Como estaban casados por la ley, tenía la obligación de hacerlo también. Sin embargo, no se atrevió. Debido a su reticencia, él tampoco continuó. Por lo tanto, no había nada por lo que enfadarse.

Tras escuchar las disculpas de Vivian, Finnick Frunció los labios. No queriendo insistir más en este tema, preguntó:

—Vivian, ¿No hay nada que quieras preguntarme?

Aturdida, Vivian recordó algo de repente. En efecto además del desafortunadamente incidente ocurrido entre ella y Finnick unos días atrás, se produjeron muchos acontecimientos.

Mirándolo, su mente estaba llena de preguntas. Al no saber cómo planteárselas sólo pudo pronunciar.

—¿Tu pierna?

Aquella noche, presenció ella misma como se levantaba ante ella. Era obvio que no estaba lisiado. Sin embargo, Finnick no pareció sorprenderse al escuchar su pregunta.

—Así como lo viste. Mis piernas no están lisiadas.

—Entonces por qué....

Finnick dio una respuesta vaga:

—Hay muchas razones para ello. Pero recuerda que no debes contarle esto a nadie.

A Vivian le dio un vuelco el corazón. Claro, ella entendía que tenía sus propias razones para fingir eso.

Aunque no conocía los detalles al respecto. se aseguraría de mantener sus labios sellados, ya que Finnick le dijo que los mantuviera en secreto. Por lo tanto, asintió. Entonces, el la miró, satisfecho por su consideración. De repente, recordó algo y un destallo peligroso apareció en sus ojos. Pregunto con voz grave: —Aparte de eso, ¿Hay algo más que quieras preguntarme?

Hizo una pausa antes de añadir:

—O más bien, ¿Hay algo que te gustaría decirme?

El cuerpo de Vivian se estremeció y su rostro palideció.

—Sabes lo que pasó hace dos años, ¿Verdad?

Si Finnick de verdad investigó sus antecedentes era imposible que desconociera el incidente de hace dos años atrás. Mirando el rostro ceniciento de Vivian, respondió:

—Más o menos.

Aunque sabía lo que había ocurrido hace dos años, era la versión de la que hablaba la mayoría de la gente. Nunca realizó una investigación exhaustiva para averiguar la verdad. Al principio, era porque no le importaba. Pero luego, era porque esperaba que se dijera ella misma.

A Vivian se le fue el color de las mejillas. Forzando una sonrisa, dijo:

—Ya que lo sabes, ¿Por qué te casaste conmigo?

Finnick la miró a los ojos, como si no estuviera la intención de ocultar nada.

—Al principio era porque no me importaba en absoluto. Solo necesitaba una esposa de nombre.

Una cazafortunas me resultaría fácil de manipular.

Al escuchar la respuesta brutalmente honesta de Finnick, Vivían no pudo evitar sonreír con amargura. «¿Así que, desde el principio, él siempre pensó que yo era una mujer que vendería mi cuerpo por dinero?» se percató. Por alguna razón, cuando ese pensamiento surgió en su mente, se sintió muy abatida.

Pero justo cuando Vivian se mordía el labio, oyó de repente que Finnick volvía a hablar:

—Sin embargo.... quiero que cuentes la verdad de lo ocurrido.

¿Tienes prisa por casarte, señorita?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora