Todo sí, en su dedo anular, había un anillo simple y sencillo. Era el que había comprado el día anterior.
Aturdida por la revelación, se olvidó de sentarse a la mesa por un momento, hasta que Finnick levantó la cabeza para mirarla.
—¿Qué pasa?
Sus ojos se movieron para mirar su dedo vacío antes de que su ceja se levantara en forma de pregunta.
—¿Dónde está tu anillo? —la cuestionó. La vergüenza recorrió a Vivian. Había sentido que los anillos que había comprado no eran dignos de su estatus. Por eso, no se había puesto los suyos. «¡Lo que no esperaba era que él se lo pusiera!», pensó.
Sin más remedio, Vivian sacó el anillo del bolso y se lo puso en el dedo. Murmuró en voz baja:
—Lo siento, elegí este diseño al azar.
Los labios de Finnick se curvaron hacia arriba y respondió:
—Está bien. Se ve muy bien.
Sin saber qué decir a eso, la mujer no tardó en sentarse y concentrarse en comer su desayuno. Cuando terminaron, Finnick dejó su periódico a un lado y dijo:
—Te llevaré al trabajo.
—No hace falta —respondió Vivian de inmediato—. Puedo llamar a un taxi o tomar el metro.
«¡Diablos, no! ¡Si alguien de la compañía te reconoce, las mujeres me van a hacer pedazos!», se dijo.
—No hay estaciones de metro cerca de aquí y tampoco podrás tomar un taxi —le recordó él, frunciendo un poco el ceño.
«Es cierto», pensó ella. El día anterior, de camino hacia allí, Vivian se había dado cuenta de que era un barrio para gente asquerosamente rica. Todos los residentes tenían sus propios coches. Por eso, no había taxis ni estaciones de metro en los alrededores.
Comprobó la hora y vio que se hacía un poco tarde. Resignada, aceptó:
—Entonces tendré que molestarte. ¿Podrías dejarme en una estación de metro de camino a tu empresa?
La miró fijo durante unos largos instantes, lo que le provocó un pánico interno. Por fin, él asintió. Cuando salieron de la villa, ya les esperaba un Bentley negro. Un joven estaba de pie junto al coche. Se presentó como Noah Lotte, el asistente personal de Finnick.
Noah abrió la puerta del coche, pero no hizo ningún movimiento para ayudar a Finnick. Justo cuando Vivian se preguntaba cómo iba a entrar, una rampa descendió del vehículo. Y así, su silla de ruedas subió sin problemas. Entró en el coche y descubrió que el interior también había sido modificado. Había una zona específica para la silla de ruedas.
Sentados dentro, el coche no tardó en arrancar y se dirigieron a la estación de metro más cercana, donde se detuvieron. A través de las ventanillas, Finnick observó el lugar abarrotado de gente con el ceño fruncido.
—Es bastante incómodo para ti ir al trabajo así. Si no quieres que te lleve al trabajo, puedo conseguirte un coche.
Asombrada por sus palabras, se negó al instante:
—De verdad, no es necesario.
Por supuesto, ella sabía que comprar un coche no era nada para él. Sin embargo, no se sentía cómoda gastando su dinero. El rechazo inmediato de ella a su oferta hizo que los ojos de Finnick se oscurecieran mientras retumbaba:
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¿Tienes prisa por casarte, señorita?
Novela JuvenilVivían William era una mujer que diariamente luchaba por describir cómo sería el hombre con el que debía casarse y la espera de le hizo eterna por mucho tiempo. Cuando ella logra concretar una cita con este enigmático hombre, se da cuenta de que la...