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—Lamento llegar tarde —dijo alguien durante el funeral.

Todos los rostros se volvieron hacia la puerta. Algunos contuvieron la respiración, otros soltaron un grito ahogado, muchos se llevaron la mano al corazón y alguien se desmayó.

Ahí, de pie en el vano de la puerta, el hombre que debía estar en el ataúd, vestido de impecable etiqueta. A continuación, caminó hacia el féretro, la gente le abrió paso conmocionada. Quitó la tapa y se acomodó en el interior.

Había un doctor presente, quien, disfrazado de valiente, se acercó al ataúd y tomó el pulso de su ocupante. En efecto, estaba muerto.

Microcuentos de terror (volumen II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora