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Lo que vi esa noche fue algo aterrador. Un caballo cuyos ojos eran dos brasas y un jinete que era un esqueleto. La caballería tiraba de una carreta cubierta por una lona incandescente y en la lona, desde el interior, asomaba un rostro a modo de relieve, un rostro que era idéntico a mí.

Era imposible no evocar el recuerdo de un amigo que, antes de desaparecer, me contó que había sido testigo de una escena similar. 

Microcuentos de terror (volumen II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora