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El mal puede adoptar distintas formas. A menudo opta por aquellas que aparentan mayor inocencia. Fue la que tomó en aquella ocasión que llegó para destruir mi vida. Se presentó en forma de dulce niña, compañera de colegio de mi único hijo.

La niña se convirtió en asidua visitante de mi casa; se tornó en la mejor amiga del chiquillo. Mi hijo era feliz y yo más.

Pero, un día, los dejé ir a la tienda de la esquina. No vi el accidente, solo oí un golpe y un grito. Al salir, vi a mi pequeño muriendo en el asfalto. Y, lo juro, aunque todos digan que ahí no había nadie, aquel monstruito disfrazado de ángel reía y daba saltitos rebosantes de felicidad.  

Microcuentos de terror (volumen II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora