Capítulo 13

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Kuroo

Salgo de la clínica con un nudo en la garganta y una enorme presión oprimiéndome el pecho. El centro de rehabilitación no le va a permitir a mi madre ningún tipo de contacto durante el primer mes de internamiento y sus lagrimas y sollozos retumban en mi mente provocándome una angustia como pocas veces he sentido.

Mierda, creo que si no hubiera sido por Hiroshi, habría cedido a sus ruegos y la hubiera sacado de ahí sin dudarlo.

Sé que he actuado bien, pero eso no quita que me siento como una mierda de persona.

Hiroshi camina a mi lado también con gesto serio y preocupado, a él también le ha afectado la situación y eso no hace más que confirmarme que ha sido una suerte cruzarme en esta vida con alguien como él.

—Ey chaval, piensa que más del 90% de los pacientes que inician este tratamiento lo acaban totalmente recuperados —explica en un intento de que ambos nos sintamos mejor—. En pocos meses tu madre volverá a ser la de siempre —afirma posando su mano en mi hombro con ese gesto que siempre logra reconfortarme, yo asiento.

—Lo sé —respondo sincero—, pero no puedo evitar sentirme fatal por haberla dejado sola y no poder verla en un mes... Siento como si la encerrara y tirara la llave olvidándome de ella.

—Eso son gilipolleces —reniega Hiroshi al oírme—, a veces nuestra propia conciencia nos juega malas pasadas haciéndonos sentir culpables por actos que nos resultan difíciles de hacer, pero que sabemos que son lo correctos. Éste sin duda es uno de esos casos. —afirma con determinación.

Yo asiento al oírle, pero no puedo dejar de sentir esa presión en mi pecho. Hiroshi parece darse cuenta y me dice:

—¿No tenías hoy un partido contra el puto Toru Oikawa? —me pregunta en tono burlón.

Yo asiento y no puedo evitar reír al oírle pronunciar el apodo que yo y mis amigos utilizamos para referirnos al capitán del Aoba Josai. Miro mi Apple watch y veo que faltan pocos minutos para el mediodía.

—Según me han informado los chicos, es el último partido del turno de la mañana. Como no me de prisa, creo que no voy a llegar —afirmo con un leve enojo.

Sé que sino me presento, el muy cabrón va a proclamarse ganador y no es algo que vaya a consentir por lo que sé que va a haber bulla y no puedo permitirme entrar en ese tipo de conflictos si quiero acceder a la beca completa.

Hiroshi mira también su reloj y asiente.

—Si has venido con la Kawasaki, te dará tiempo. Aunque la zona de concentración de los partidos queda lejos, a esta hora el tráfico es fluido y en unos veinte minutos puedes estar allí —afirma—, eso sí, como no salgas ya, no vas a llegar —me avisa, yo asiento.

—De acuerdo, voy para allá entonces —decido, Hiroshi asiente y alza la mano en señal de despedida.

—Nos vemos, chaval —saluda ya a unos metros de mi posición—. ¡Dale caña a ese cabronazo!

—¡Gracias Hiroshi! —respondo—. ¡Nos vemos en un par de días!

Hiroshi asiente y le veo perderse en dirección al parking subterráneo de la clínica donde ha estacionado su coche. Vuelvo a sentir ese nudo en mi garganta, pero trago duro a la vez que camino en dirección a mi moto aparcada a unos metros. Saco el casco, me lo pongo, me subo a la moto y arranco el potente motor.

Tengo 20 minutos justos para llegar al partido y no hay tiempo que perder.

Conduzco con rapidez por las calles de Tokyo. Tal y como dijo Hiroshi el tráfico es fluido y por suerte en menos de 15 minutos estoy en la puerta del complejo deportivo. Aparco la moto y me dirijo corriendo a la entrada principal. Cruzo el vestíbulo y subo al dormitorio que los gatos tenemos asignado. Me pongo el uniforme deportivo cagando leches y bajo corriendo al gimnasio dónde en un par de minutos va a comenzar nuestro enfrentamiento con el Aboa Josai. Sin duda esta frenética carrera va a servirme de calentamiento y es una suerte porque voy tan justo de tiempo que tal y como cruce la puerta, empezaré a jugar.

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