Capítulo 4. Excursión al Agujero de la Gloria.

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Fue una noche de pesadillas, insomnio y charlas sin sentido en mitad de la noche. Las chicas nos fuimos a nuestra tienda de campaña, que era del padre de Anne, de los tiempos en que trabajaba para el ejército. Pero Helen estuvo entrando y saliendo casi toda la noche, que si estaba mareada, que si tenía que hacer pis, que si había oído un ruido extraño... un montón de excusas para salir a darse el lote con Anthony, o eso fue lo que pensé en un principio.
Los chicos dormían en dos tiendas más pequeñas. En una lo hacían Anthony y Peter, y en la otra Michael y Josh.
Yo no salí de la tienda en ningún momento, la fogata casi se había apagado y la oscuridad lo inundaba todo, no era tanto el miedo como la vergüenza a que alguno de los chicos me viese con el pijama invernal de ositos que mi madre se había empeñado en que me llevara para no pasar frío.
Anthony fue el primero en levantarse y se puso a avivar el fuego para calentar la leche y el café. A él, pronto se sumaron Peter, Michael y Josh, aunque este se fue rápidamente al lago, porque decía que a primera hora de la mañana los peces pican con más facilidad.
Me desperté la última, o más bien, me despertó Anne a grito pelado.
-¡Niña, qué tenemos que irnos!- me chilló asomando su enorme cabeza por una rendija de la tienda de campaña.
Un bufido fue mi única respuesta y me acurruqué dentro del saco de dormir, pero Anne no paró.
- Rose, en cinco minutos nos vamos. Ya todo está listo para comenzar la excursión, aunque si lo prefieres puedes quedarte aquí con Peter y Josh...-me dijo.
- No, no... ya me levanto-fue mi inmediata respuesta.
Quince minutos más tarde, salíamos con las bicicletas rumbo al Agujero de la Gloria.
El camino fue largo y duro. Hacía muchísima calor y los árboles fueron desapareciendo conforme nos adentrábamos en aquella zona del bosque, plagada de piedras y montañas de arenisca.
Tardamos más de dos horas en llegar al dichoso agujero, pero mereció la pena. Aquel era un lugar espectacular, de una belleza íntima y desgarradora a la vez, que te eriza la piel sin saber muy bien porqué.
Michael fue el primero en bajar hasta la charca de aguas cristalinas que hay en su interior, pero las piedras de los alrededores le jugaron una mala pasada y un resbalón le hizo golpearse la frente con una piedra. Al principio quedó paralizado, pero cuando llegamos a su lado reaccionó, aunque parecía bastante conmocionado.
A mí la sangre me paraliza y repugna por lo que no pude acercarme mucho y durante todo el día guardé las distancias con Michael. Desde lejos se veía que se había hecho una enorme brecha y que la sangre brotaba generosamente. Menos mal que Anne tenía algunos conocimientos de primeros auxilios que adquirió de sus días en los Scouts, y paró la hemorragia. Además, en su mochila llevaba un pequeño botiquín con todo lo necesario: alcohol, agua oxigenada, tiritas, vendas, algodón... ya apuntaba maneras, llegaría a ser una gran enfermera.
Tras este incidente todos nos refrescamos en la charca interior y recordamos la leyenda que la noche anterior nos contó Michael.
- ¿Y dónde podrían estar los restos del capitán Laughter?- preguntó Helen.
- Pues en cualquier sitio menos aquí- respondió Anthony cortante.
- Puede que se refugiara en alguna de estas grutas y estén allí- intervine.
- No creo. Han sido muchos los investigadores que han explorado todas estas grutas y no encontraron nada- aseguró Anthony.
- ¿Os apetece que hagamos nuestra propia exploración de búsqueda?- preguntó Anne. - Michael no está en condiciones ahora mismo- respondió Anthony.
- No te preocupes Antho, yo os esperaré aquí. –intervino Michael con notables gestos de dolor y cansancio -Id vosotros y disfrutad de la experiencia- añadió.
Era raro, porque Michael nunca se habría perdido una aventura como aquella de no estar verdaderamente mal.
- Yo me quedo contigo. No tengo muchas ganas de meterme en una cueva húmeda y oscura.- dijo Helen.
Aquello dejó a Anthony boquiabierto, pero ya no podía rajarse, así que puso cara de póquer e hizo los preparativos para adentrarse en algunas de las numerosas grutas que había por los alrededores. Sacó de su mochila unas cuerdas, una pequeña linterna que miró con desprecio y una cantimplora; luego miró a Anne y le dijo:
- Yo ya estoy listo.
- Pues adelante- dijo ella.
Yo tuve que sumarme a la expedición, la excusa de cuidadora ya se la había pedido Helen, y, además, necesitaban a alguien que tuviese una buena linterna. La mía era de mi hermano mayor, que durante mucho tiempo estuvo apuntado a los Scouts y tenía de todo. Gracias a él tenía saco de dormir, esterilla, cantimplora, etc.
Escogimos una cueva que no pareciese muy profunda y nos adentramos en ella con suma cautela. Yo ya estaba asustada de antemano por la oscuridad y los murciélagos que colgaban del techo. Siempre les he tenido pánico, desde que siendo muy pequeña uno entró en la clase de la señorita Linda y se enredó en mi pelo. Instantáneamente me acordé de aquello y reaccioné protegiéndome el pelo con las manos mientras agachaba la cabeza.
La cueva era bastante estrecha y apenas nos permitía andar erguidas; en ocasiones teníamos que andar a gatas y hasta tuvimos que reptar por un túnel para llegar a una explanada en la que la cueva se abría y adquiría las dimensiones de un pequeño salón. De una de las paredes caía un gran chorro de agua que inundaba uno de los laterales. Aquel, sin duda, habría sido un gran escondite para el capitán Laughter, pero pese a nuestra intensa búsqueda no encontramos restos humanos ni ningún signo de vida.
Tras nuestra infructuosa expedición decidimos regresar, aunque no sin antes refrescarnos en la charca que se había formado en el interior de la cueva. Anne intentó sonsacar algunas de las intimidades de Anthony, pero este se mostró hermético y desconcertante.
- Esta noche has dormido poco ¿no Antho?- inquirió Anne. - Bueno... me he despertado un par de veces- le respondió.
- Claro, claro, es normal- siguió Anne- había mucho jaleo por los alrededores- y me miró cómplice esbozando una sonrisa traviesa.
- Sí, yo también escuché bastante ruido. Pero pensé que seriáis vosotras yendo a mear y esas cosas- dijo Anthony.
Aquello nos desconcertó tanto a Anne como a mí, ya que ambas pensábamos que había sido él quien se había citado durante la noche con Helen. Pero, entonces ¿con quién había estado Helen?
Cuando salimos de la cueva sorprendimos a Helen y Michael muy pegados, como si estuviesen compartiendo confidencias o algo más. Anne y yo nos miramos sorprendidas y ya entendimos algo mejor la tórrida historia.
La vuelta al campamento fue menos dura aunque sí más larga, ya que Michael continuaba un poco mareado y no podía seguirnos el ritmo.

El extraño caso del hombre ahogado en el lago Donde viven las historias. Descúbrelo ahora