Capítulo 17

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El amor no se comprueba durante los momentos de diversión o calma, sino durante los momentos en los cuales sentimos que ya no podemos respirar, creer en nosotros mismos o nos vemos en gravísimos aprietos. Nos damos cuenta de cómo los pequeños sacrificios nos demuestran lo mucho que los demás están dispuestos a sufrir por uno. Vemos hasta dónde llegarían los demás para sacrificar algo por nosotros y de lo que cada uno está hecho: amor sincero o cruel hipocresía.

Una tarde, que nunca olvidaré, en la cual estábamos entrenando en el gimnasio, tuve la brillante idea de levantar más peso del que mis débiles brazos me permitían. La gigante pesa cayó sobre mi antebrazo derecho causando una fisura. Elías no tardó en aproximarse, ayudarme con mis cosas y llevarme lo más pronto posible al hospital. Durante el camino, mi brazo se hacía cada vez más morado y Elías me preguntó cómo me sentía, le respondí que no sentía casi nada. Por el ajetreo y los nervios, al llegar, Elías me hubiese cargado de no haber sido por mí al avisarle que mi brazo era el herido y no mis piernas. Reímos levemente y salí del carro para adentrarme en el hospital. Le aseguré que no era necesario que me acompañase, pero había decidió firmemente pegárseme como un chicle al cabello. Él vio todo el proceso, desde las radiografías hasta la puesta del yeso. Llamó a mis padres, quienes pronto se aparecieron para agradecerle. Me dije: «Si es capaz de hacer esto por mí... ¿De qué más sería capaz?» Seguramente no era la gran cosa, pero fue algo que me hizo ver el diamante en bruto que tenía enfrente.

El resto de mis años de estudios los pasé en compañía de Elías y mis amigas. Pronto vinieron las maravillosas prácticas que fueron realizadas en un pequeño colegio, en el cual me pagaban por dichas horas de servicio. Como era de esperarse, no todo salió tan bien a la primera y quería tirar la toalla durante las primeras semanas, pero todo es más llevadero cuando uno se acostumbra y recuerda por qué está en dónde está. Durante mi penúltimo año universitario, es decir el último de Elías, me pidió que fuese su acompañante en su graduación. Acepté encantada. Verlo subir al estrado para recibir orgulloso su título me hizo admirar su determinación. Fui testigo de todos los desvelos y sacrificios que tuvo que hacer para lograr su sueño, por lo cual compartía más de cerca el triunfo. Disfrutamos de la fiesta y, una vez terminada, me dejó en mi casa. Durante el trayecto, me comentó que ya había aplicado para una maestría en Alemania, por lo cual se iría en una semana. No pude evitar sentir como mi pequeño corazón se encogía un poco, pero la felicidad de verlo superarse me ayudó a soportarlo. Estando por entrar, toda tristeza fue mandada hasta el final del universo.

Me confesó que todos estos años había estado ocultando sus sentimientos hacia mí por lo que había pasado con Javier, que todo este tiempo había estado esperando a alguien especial y justamente yo había aparecido. Sin poder aguantarme, le dije que yo también lo quería de ese modo. Rio y me aseguró que ya lo sabía porque Gonzálo se lo había contado durante el viaje a Acapulco. Tirarme sobre un arbusto era la opción menos adecuada para ocultar la cara que rápidamente se ruborizó. Nos quedamos en silencio durante un largo instante. Ambos pensábamos lo mismo: él iría a Alemania y yo seguiría aquí. No tenía ánimos de irrumpir en sus metas y él sabía bien que quería irse. Darialandia no cometería el error dos veces seguidas al volver a crear un maravilloso escenario en el cual él y yo estaríamos juntos por siempre. Las cosas eran como eran y ya; además, si algo había aprendido, la vida haría que regresase si esa ilusión debía ser. Le hice tantas promesas a Javier que lamentablemente no pude cumplir y dolieron inmensamente, de modo que les había cobrado respeto; no estaba dispuesta a prometer algo que no estaba segura de cumplir.

Así que le agradecí por haberme permitido ser su acompañante, por lo cual me preguntó si yo tenía planeado ir con alguien durante mi graduación. Le dije que no y entonces me expresó su deseo de ser él quien me acompañase, por lo cual prometió estar allí. No muy convencida, le aseguré que estaría esperándolo. Era cierto, no había hecho amigos varones y no tenía a alguno de mi confianza con quien ir. El día de su partida, lo acompañé hasta el aeropuerto y, tras un abrazo, lo vi adentrarse entre el tumulto de personas. Unas cuantas lágrimas se escaparon de mis ojos, era inevitable conmoverme por dos razones: él estaba cumpliendo sus sueños y probablemente ya no lo vería más. Seguimos en contacto sin ser tan obsesivo, eso era lo que me encantaba de la relación que manteníamos. Nunca hubo presión y mucho menos incomodidad. No había ni un solo día en el que no dejase de pensar en él y recordar todos los dulces momento que vivimos juntos. Pero así fue como mi corazón terminó de caerse a pedazos como una construcción en la fase final del proceso de demolición por la misma persona. Ya estaba profundamente resignada a que el amor y yo ya no nos llevábamos tan bien, que no era para personas como yo quienes deseaban tanto, esperaban demasiado y daban de más. Me convencí de que estaba condenada a presencia finales felices y ser personaje secundario en las historias de los demás. Si bien estaba cómoda con ello, era imposible negar que Darialandia seguiría existiendo con la esperanza de tener un "felices por siempre", pero conformándose con tener un final.

Tan rápido como pasar de la página de un libro a otra, el tan esperado día de mi graduación ya había llegado. Mis padres, así como el de todos los demás alumnos, me estaban esperando en el salón. De mis tantas decepciones, me había acostumbrado a no esperar lo mejor, por lo cual preferí ser dulcemente sorprendida que amargamente plantada. Ya me había hecho a la idea de que él no llegaría, era la mejor opción. Nora me preguntó si creía que él vendría, le respondí negativamente. El que Elías viniese desde Alemania para la simple graduación de una amiga era demasiado bueno para ser cierto; cualquier ilusión de Darialandia era demasiado buena para ser cierta. Tantos sueños rotos en mi mundo fueron el veneno que aniquilaron cualquier tipo de ensoñación o esperanza. No obstante, cuando estuvimos a punto de entrar al salón, mi amiga me hizo voltear hacia atrás. Allí estaba él, allí estaba Elías vestido de traje, con esos hermosos ojos y su brillante sonrisa; simplemente no podía creerlo. Me acerqué y lo abracé para comprobar si todo eso era real. Había cumplido su promesa.

Otra perspectiva del amor vino a mi mente con esa aparición. Amar significaba dar de sí para poder ayudar al otro a cumplir sus sueños, era darles un espacio importante en nuestra lista de metas. El amor se trataba de compartir sueños y de unir deseos individuales, no de hacer del otro el "felices por siempre" de nuestro mundo. Un simple sueño que había sido quebrando tantas veces en el pasado, fue cumplido por Elías con una simple acción. Un deseo infantil que ya no tenía esperanza, se hizo realidad gracias a ese chico. Tal vez el que Darialandia no fuese tan fantasioso era malo, tal vez solo tenía que separar lo posible de la imaginación.

Luego de la ceremonia y las nostálgicas despedidas, mis padres habían planeado una cena en lugar de ir a la fiesta. Fue una agradable sorpresa, ya que consideraba mucho más agradable pasarla tranquila con ellos que rodeada de varios adultos jóvenes bailando. Menos mal no era propensa a problemas cardíacos, ya que hubiese muerto enseguida al ver a Gonzalo y a toda la familia de Elías en una mesa elegantemente vestidos. Elías me tomó de las manos, se arrodilló y sacó del bolsillo una pequeña caja color rojo antes de que pudiesemos llegar a la mesa. Después la abrió, dejándome ver su contenido: un hermoso y brillante anillo. Atónita, comencé a llorar. Su declaración fue algo así: "Hace años te conocí por primera vez y no puedo negar que te llevaste una parte de mi corazón. Estos últimos años te volví a encontrar y esa parte no ha hecho más que crecer. Por eso, de las millones de posibilidades que tengo de construir un futuro, la más bella ha sido tenerte en él. ¿Quieres pasar el resto de la vida conmigo? ¿Quieres casarte conmigo?" Amaba a Elías como nunca amé a alguien y me pareció que solo faltaba un sí para obtener todo lo que siempre había querido. Sentí que, luego de tanta espera, tantas decepciones y corazones rotos, por fin el amor me estaba dando la oportunidad de ser plenamente feliz. Así que acepté y, luego de ponerme el anillo, nos abrazamos bajo el sonido de los flashes de las cámaras de nuestros emocionados padres.

Amor de ámbarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora