Prólogo

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Una palabra, una definición y cuatro letras... Nadie la usaría para definirse a sí mismo, y mucho menos para definir su vida, pero así era yo. Siempre me habían gustado las historias de amor, de princesas rescatadas por un hermoso príncipe, de hadas madrinas salvando el día. De seguro, querido lector, con tan solo comentarte esto sobre mi personalidad ya has podido deducirla; después de todo, no es difícil clasificarme dentro de uno de los muchos estereotipos que la sociedad ha establecido. Tal vez, durante un largo periodo de mi vida y, actualmente inclusive, haya negado ser de ese modo. ¿Vergüenza? A quién no le daría vergüenza revelar los penosos secretos de una pequeña niña soñadora. Te estarás preguntando entonces por qué decidí revelar mi acaramelada identidad ante todos. Déjame responder: la vida siempre nos enseña algo ya sea por las buenas o por las malas. Nadie podría definirse a sí mismo sin traer nuevamente a su memoria el pasado. Es tan importante que, aunque tengamos cien años nunca olvidaremos los momentos que nos marcaron y que delimitaron a un yo de cinco años y uno de veinte. Y lo mejor de todo es que no se puede cambiar. ¡¿Mejor?! Sí, mejor. Aunque quisieras cambiar algo, ya sea porque es penoso o desastroso, piensa y te darás cuenta de que si eso no hubiera pasado, no estarías leyendo esto ahora ni yo no estaría escribiendo esto para mostrarte la importancia del pasado. Tal vez consideres que esto se trata de una especie de diario, pero déjame decirte que no es así. Todos dejamos una marca imborrable en el mundo y en las personas, marca que con el paso del tiempo se desvanece. Así como nuestro pasado nos impacta, nosotros impactamos el de los demás y éstos impactan el nuestro. La vida me ha enseñado bastante sobre lo que es el amor de verdad, aunque de una forma no del todo gentil y delicada. Para evitar que el tiempo se lleve consigo todo lo que viví, he decidido escribir los acontecimientos que en mi corta existencia se dieron. Pero no se trata de momentos como el peor día de mi vida o la primera vez que trabajé, se trata de momentos en los que una muy fina y principal fibra de mi ser se vio afectada: el amor.

«Hay amor en el aire», dice una canción bastante conocida. Para mí es al revés: el aire es amor. De seguro pensarás que Darialandia está repleta de melodiosos pájaros cantando armonías,
posándose sobre enormes y mágicos árboles de colores. Para qué negarlo, así solía ser y así sigue siendo, pero de manera distinta. Darialandia sufrió un cambio drástico tal y como nosotros lo sufrimos a través de las fotografías. Seguimos siendo nosotros; sin embargo, podemos aparecer felices o con una edad o vestimenta distintas. El culpable de ese cambio ya lo saben: el amor. Aquella hermosa palabra que sustenta mi mundo fue el sujeto de mi desilusión más grande. Después de todo, la vida real siempre carga consigo ese tipo de cosas, cosas que yo no entendí hasta que ésta entró en Darialandia. Pero de nada sirve quejarme ya que le permitió a mi mundo quedar más firme, le permitió soñar despierta y seguir creyendo. ¿Cómo? Haciéndome entender a palo lo que es el amor.

El amor... Muchos lo tienen y otros varios no; éstos últimos necesitan buscarlo. Es algo indispensable en la existencia humana, aunque exista sobre distintas formas. Gente deja de creer en él y lo culpa de su desgracia. ¿Qué hizo el amor? Solo existir, él solo está allí; somos nosotros los que lo amoldamos a nuestro gusto y beneficio. No existe ningún bebé en pañales haciendo de las suyas en las emociones de la gente, solo existen personas ciegas o ingratas que quieren ver el amor en donde les conviene. Si lo piensas, queridísimo lector, varios aman esperando recibir afecto de vuelta; desgraciadamente, la mayoría de las veces, eso no se da. Es allí en donde condenan al amor cuando somos nosotros los culpables de querer algo que es imposible. Para citar otra circunstancia, al amar a alguien la razón se nubla a tal punto de ignorar lo malo que nuestro ser querido puede llegar a efectuar. «El amor es ciego», «El amor es un ingrato», «El amor no perdona.» El amor solo tocó a tu puerta para avisarte que existe, pero tú decides si ofrecerle una taza de café, una de té o una bofetada. Así, decimos que el amor nos sorprende cuando en realidad ha dado señales de humo en una isla desierta mientras tu sobrevolabas distraído el océano en tu helicóptero. Cuando lo descubres puede que sientas que tu vida tiene sentido y nuble tu vista con unos lentes color rosa. Pasa lo mismo con un tesoro: está muy bien escondido y, cuando lo descubres, te maravillas de su esplendor. Con el tiempo, ya que es tuyo, vas dejando tu admiración de lado; sin embargo, él sigue siendo el mismo, emanando el mismo brillo. Las personas se quejan o lamentan por el hecho de no tener amor en su vida, dicen que morirán solas. Nunca nadie muere sin el amor dentro, es simplemente que ya lo experimentaron y vivieron que ya no logran verlo; me atrevería a decir que se aburrieron inclusive, pero eso no significa que se haya ido y los haya dejado a la deriva. Así que no te culparé si lo insultas o desprecias, pero por lo menos no lo eches de tu caja de emociones porque si lo pierdes no volverá a visitarte.

Que hable de este aspecto negativo no significa que ya no crea en el amor. Al contrario, lo sigo haciendo fielmente y creo que lo haré hasta mi muerte, pero no creo en el amor retratado por las novelas sino al de la vida real, al amor entre dos personas rotundamente imperfectas, al amor que nunca muere. Creo en un amor que me costó trabajo entender. He llegado entonces a la conclusión de que se puede tomar dos posturas respecto a este tema: o se habla de él o no se habla para nada. Y bueno, he aquí la mía.

Amor de ámbarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora