Capítulo 11

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«Te encontré cuando no estaba buscando nada.» Algunas veces la vida decide darnos bellas sorpresas, sería en ese bello país en el cual encontraría a mi primer amor oficial y todos esos sueños que tanto habían llenado Darialandia. La mayoría de las personas, sin ser yo la excepción, piensa que es mucho mejor enamorarse de alguien quien comparta la misma visión de las cosas y los mismos gustos. No obstante, ahora podría afirmar que es mucho más emocionante e interesante estar junto a alguien con quien poder discutir y descubrir diferentes puntos de vista. Asimismo, el mañana se vuelve un misterio sin saber qué esperar del otro.

País de calor aproximadamente los trescientos sesenta y cinco días del año, Paraguay, a su manera, consiguió arrebatarme un pedazo del corazón. Las lluvias son extremas llegando a inundar las calles, pero dejando de lado algunas peculiaridades como el hecho de que hay árboles de mango justo a mitad de las calles, es uno de los ambientes más tranquilos que he conocido en mi vida. Definiría la ciudad de Asunción como un pueblo grande, de modo que todo quedaba bastante cerca y la gente aún podía caminar tranquilamente por las calles de un lugar a otro. Si mencionamos a su gente, no se complica la vida, es muy amigable y me atrevería a afirmar que lo más importante es la familia; después de todo, los domingos eran de ley días de asado y reunión familiar.

No voy a negar que al principio no me fijé mucho en Javier, pero yo no había pasado desapercibida ante sus ojos. Él no era atractivo como los chicos que había conocido en mi pasado, pero tampoco estaba cerca de tener una personalidad similar a la de ellos. Una simple y rápida mirada en una de las misas a la iglesia a la que íbamos fue suficiente para arrebatarle el corazón a ese chico. Aunque recién llegados a Paraguay, mi padre tuvo que viajar a Chile y decidimos acompañarlo. Entre hojas secas y glacial frío en ese entonces, fue durante ese viaje que comenzamos a entablar conversaciones por medio de mensajes.

Mientras tanto, él estaba de viaje en Brasil y, como buen y astuto chico que era, decidió comprarme unos deliciosos chocolates a fin de tener una excusa por la cual acercarse. Al regresar, como el único lugar en el que nos veíamos era la iglesia, una tarde de domingo se me acercó a fin entregarme la bella caja. Completamente encantada por dicho gesto, le agradecí. Nunca nadie me había obsequiado algo así y mucho menos con tan tiernas intenciones, de modo que fue inevitable que mi corazón no se derritiese. Desde ese momento no hubo ni un solo día en el cual dejásemos de escribirnos. Poco a poco ese chico fue ganándose mi afecto, pero con el corazón lleno de cicatrices preferí andar con cautela. Un día se animó y decidió invitarme a ver una obra de teatro en la cual sus amigos músicos tocarían. Lo consulté con mi madre, quien no quiso dejarme sola y por lo cual me vi forzada a ir con toda mi familia.

Amaba a mi familia, pero por una vez en mi vida prefería estar sola. No faltaba tener dos dedos de frente para saber que eso se trataba de una cita; sin embargo, era eso o nada. No me enfadé, pero me preparé psicológicamente para pasar por unos cuantos momentos incómodos. Ese fue el inicio del rencor que se iría acumulando hacia mi madre, quien desconfiaba de Javier, pero ahora sé muy bien cuánto cariño había tras ese gesto. Ella hubiera sido una madre desinteresada si ni siquiera hubiese demostrado la más mínima preocupación al dejar ir sola a su hija con un práctico desconocido en un país extranjero. No obstante, era el primero chico que me invitaba a algo formal y no quería que nadie se entrometiera, sin mencionar el hecho de que era lo bastante inmadura como para ver los riesgos que representaba quedarme sola con él.

Javier me hizo el favor de comprar las entradas para los cuatro, las cuales yo le pagaría luego. El día había llegado y mis padres estaban cansados, de modo que fue imposible llegar temprano como a mí me agradaba. Siendo una persona bastante perfeccionista, llegar tarde a un compromiso era algo que lograba ponerme los nervios de punta. En el camino Javier me escribió para informarme que todos ya habían entrado. Le respondí que ya íbamos cerca hasta que por fin aparcamos y llegamos a la entrada. Solo tiempo después él me confesaría lo nervioso que estaba al creer que lo dejaría plantado, cosa que por desgracia le había pasado anteriormente con una chica.

Amor de ámbarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora