Epílogo

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Tal vez un final deseado por ti mi querido lector e ideal para cualquier persona romántica como yo, sea que Javier dejase a Antonella y se casase con la protagonista. Lamento romper tus esperanzas y sueños afirmando que no es así. Fui a la boda y vi a Javier casarse con el amor de su vida. Amar también significaba dejar ir y sacrificar los deseos propios por los del otro. Con lágrimas en los ojos sonreí, porque aún tenía el corazón herido, pero estaba viva. Aunque una de las causas más altas de muerte en Darialandia sea el amor, de este no se muere. Sería contradictorio que un sentimiento tan hermoso acarrease algo tan malo.

"Se quedó sola", podrás decirte. Puede ser que lo esté; sin embargo, es totalmente lo contrario. No me arrepiento de no haberle declarado mis sentimientos a Nicholas, tampoco de haberlo hecho con Alfonso, de haber rechazado a Alan, de haber terminado con Javier y de no haberme casado con Elías porque, después de todo, de eso se trataba el amor, se trataba de subidas y bajadas continuas. Todas estas experiencias me permitieron ser quien soy y descubrir que efectivamente hay amor en el aire, pero no cómo yo lo había imaginado. Existe amor detrás de una pelea, de un llanto, de un mal momento, de una despedida y de millones de situaciones catastróficas y deprimentes más. El amor también toma diferentes formas y aspectos: el de una madre regañando a su hijo, un hermano molestando a su hermana o dos amigos discutiendo. Simplemente somos tan ciegos para no darnos cuenta de las pequeñas acciones llenas de amor por más horribles que parezcan. No se necesita una heroica historia con un final de cuento de hadas para definir al amor. Todos tenemos malos momentos, desacuerdos y problemas, pero son los que ponen a prueba al amor y lo fortalecen. Son ellos los que determinan nuestra capacidad de amar. Nos molestamos con los demás porque, a pesar de que piensen distinto, nos importa lo que opinen; nos enfadamos con nuestros seres queridos porque nos importa lo que hagan de su vida y su bienestar.

Finalmente, hice cosas que nunca me hubiese creído capaz de hacer. Regresé a Guatemala, comencé a trabajar, luego viajé a España para estudiar traducción y creación literaria, me di un año sabático para viajar por Europa, empecé a recibir clases de baile y publiqué mi primer libro. El amor es algo que siempre me acompañará, pero tomé la resolución de medicarme con un poco de sana realidad; todo debe tener un balance. Ser sensible le daba intensidad a la vida, pero la realidad les ponía frenos a los imposibles. Darialandia ya no era un universo repleto de castillos encantados o princesas rescatadas por dragones, simplemente había una gran reina dueña de su propio reino.

Como a la vida suelen compararla con una caja de sorpresas, no supe lo que esta me tenía para un caluroso día de julio. Estaba revisando en la computadora por millonésima vez uno de mis escritos, sentada en una cafetería del centro comercial, cuando un rostro más que conocido se aproximó para saludarme: Nicholas. A pesar de estar más alto y delgado, sus ojos seguían siendo los mismos que hace años me habían derretido. Sin ese temor de decir lo que pensaba en voz alta como antes, le dije: «La tercera es la vencida.» Nos reímos y lo invité a un café y unas galletas mientras me contaba como el destino lo había traído de nuevo a mi lado. «¿El amor me estará dando otra oportunidad?» Poco me importaba ya, era tiempo de dejar de buscarlo y que él me encontrase.

Amor de ámbarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora