Capítulo 14

4 0 0
                                    

Las ciencias nunca eran lo mío, no era difícil de suponer debido a mi personalidad. No obstante, el tipo de carreras literarias eran una carga bastante pesada para alguien como yo. Opté entonces por algo que tuviese relación con la economía: administración de empresas. Con el tiempo, el tipo de vida que aquella profesión representaba no encajaba mucho en el futuro planeado por Darialandia. Tras analizar bien qué es lo que me encantaría hacer al nada más despertarme casi todos los días del año, descubrí una pasión disfrazada de pasatiempo: la cocina. Desde que estaba en Perú, me encantaba pasar mi tiempo entre recetas y utensilios de cocina, por lo cual no me fue difícil imaginarme una futura yo creando pasteles y elaborados platillos. Esa decisión fue tomada durante mi último año en el colegio, pero siempre tomando en cuenta a Javier en aquellos sueños.

Desde que regresé a mi país, pasamos por las etapas de cualquier noviazgo a distancia; es decir, cosas como ver películas en línea, dedicarnos largos mensajes y poemas, lloriqueos mutuos luego de recordar momentos y extrañarnos, y quedarnos conectados al teléfono mientras dormíamos. Sin embargo, como cualquier primerizo en ese tipo de relación, los celos normales de «deja de seguir a esa o a ese en redes sociales» o «no quiero que veas a fulano o a sultana» surgieron naturalmente, sin mencionar las pequeñas peleas de «no me avisaste que ibas a hacer eso» o «no me avisaste que irías.» A pesar de todos aquellos inconvenientes, ambos seguíamos juntos, si se le podía llamar así. En consecuencia de aquella lejanía y, los dos con sueños individuales, planeamos bien lo que vendría luego de nuestra graduación para compartirlos.

Una vez despojada de cualquier responsabilidad escolar, iría a México para estudiar y trabajar al mismo tiempo y así poder visitarlo durante las vacaciones. Mientras tanto, Javier haría lo mismo en Paraguay a fin de tener todo preparado para mi regreso. Nada podía salir mal. ¿No? Era un plan perfecto repleto de ilusión y sin cabos sueltos. Era un felices por siempre al alcance de nuestras manos. Aún no sabía si me aceptarían en una de las mejores universidades culinarias del mundo llamada Cordon Bleu, pero no tenía nada que perder al ejecutar dicho plan. Lamentablemente, en mi país no hay una excelente calidad de instituciones que impartan ese tipo de carrera.

En un abrir y cerrar de ojos, el fin de año escolar llegó y logré pasar cada materia con un buen punteo. Por fin me había graduado y, como siempre acostumbran a hacer, se organizó una fiesta para darle buen término a nuestros días en la escuela secundaria y recibir con buena cara la vida universitaria. Todo iba de maravilla entre las luces de colores y las canciones que marcaron nuestra juventud; sin embargo, nada me había preparado para lo que pasaría luego. Nunca más creí que vería a Alfonso de nuevo, pero, como últimamente lo había estado haciendo, el destino dispuso volver a poner en mi camino a todos aquellos rostros que alguna vez significaron algo para Darialandia. A pesar de ser de otro colegio, su amistad con la mayoría de nuestros compañeros fue su entrada a la fiesta.

La pubertad no pregunta y menos avisa, ella solo golpea hasta noquearte. Allí estaba, parcialmente cambiado, ese chico que alguna vez fue mi más profundo sueño. Evidentemente había crecido, pero su rostro seguía siendo el mismo. Por mi parte, debo admitir que cambié bastante desde la última vez que sus ojos se posaron sobre mí; en realidad, los ojos de todos. Eso pareció atraerlo ya que, desde que había entrado, no me despegaba los ojos de encima. «¿Acaso sabrá quién soy?», me pregunté. La respuesta era obvia: no tenía ni la menor idea de que ese rostro pertenecía a la que años atrás había rechazado cruelmente. Creí ingenuamente que se limitaría a observarme de lejos y preguntar por mí, pero seguía poseyendo la parte atrevida y de don Juan que conocía.

Pacíficamente sentada en una mesa en compañía de mis queridas amigas, se aproximó a fin de saludarme y preguntarme mi nombre. No pude contener la risa y, mis colegas más que informadas de sus antecedentes, mucho menos. Finalmente, le dije con una sonrisa satisfactoria: «¿Recuerdas a la chica rara y con cabello rizado de tu infancia?» Tuvo que tomarse unos segundos para buscar dentro los viejos archivos de su cabeza un rostro similar al mío. Abrió los ojos a su máxima capacidad cuando mis facciones coincidieron con el recuerdo de la chica a la cual le rompió el corazón. Inmediatamente se apenó, se disculpó por su despiste y luego me preguntó cómo estaba. Le aseguré que estaba más que bien. Tan pronto como se había acercado, se fue completamente avergonzado.

Amor de ámbarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora