Capítulo 9

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Una tarde, que en principio sería normal, mis padres nos comunicaron a mi hermano y a mí una noticia que nos movería más que el suelo. Habían ascendido a mí papá en su trabajo, por lo cual deberíamos mudarnos a Perú. Expresé mi más profundo rechazo ante la idea de mudarme mientras mi hermano se entusiasmó ante la aventura que eso representaba. Sin embrago, sabía bien que cualquier queja no sería tomada en cuenta ya que la decisión estaba tomada. Solo mi corazón sabrá el porqué, pero en lo primero que pensé fue en Nicholas. Después de toda la situación con Matías y la desaparición de Elías, Nicholas era lo único que aún me quedaba. En mi romántico mundo no podía existir la ausencia de alguien a quien amar, era una idea que definitivamente estaba decretada como crimen.

Mi despedida fue celebrada durante la clase de ciencias con unas pizzas compradas por mi mamá. No hace falta mencionar los últimos cariños que recibí de mis amigas, aunque sí una emotiva carta escrita por Marta, con la cual había estado compartiendo muchísimos momentos esos últimos meses. Desde siempre me había gustado escribir y a ella leer, así que la literatura era algo que nos apasionaba a ambas. Durante esos meses había estado escribiendo mi primera historia, la cual borré tiempo después tras juzgarla demasiado irrealista. Ella no dejó de apoyarme y animarme para seguir mis sueños por más que nadie estuviese interesado en ellos. Si ella está leyendo esto, solo quiero que sepa que nunca sería capaz de olvidarla, que estoy agradecida por tener una gran amiga como ella y que siempre ocupará un espacio especial en esta historia y mi corazón. El sobre tiene la fecha 27/3/17 y una pequeña descripción «Open when: you feel it»:

«Querida Ximena:

Gracias por tu amistad, por tus chistes, por tus abrazos y sonrisas. Nos volvimos amigas hace mucho tiempo, pero por alguna razón nos separamos. Hoy, te volví a encontrar en mi camino, no sabes lo agradecida que estoy por haberte reencontrado en estos momentos. Tus bromas y consejos me ayudaron demasiado. No sabes lo maravillosa que eres, tú eres una gran amiga, siempre estás ahí y escuchas. Perdón por no haber estado para ti en tus difíciles momentos. Te escribo esto porque las palabras se desvanecen al ser pronunciadas, en cambio aquí, estarán seguras. Espero que allá te vaya bien, es un gran cambio, por eso te mando muy buenas vibras. También espero que en Perú, te traten bien y se den cuenta que eres un tesoro. No quiero que te vayas, pero no siempre estarás conmigo, aunque sé que me mandarás algún mensaje. Si no nos volvemos a ver en muchos años, espero que ya seas escritora y quienes te lean sepan que la escritora es un ser amable, brillante, solidario y muy inteligente. Me disculpo si algún día en el pasado te hice daño, no quiero que pienses que no lo siento. Prométeme que harás todo lo posible para volver aunque sea una semana. También, demuestra lo capaz que eres y se tan linda como lo eres aquí. Por adelantado, te deseo feliz Navidad y dile a tu familia que les deseo lo mejor y sé que siempre te apoyaré.

PD: Haré el club de fans y las camisetas. Prometo que serán hermosas.

Te quiere (y mucho)

-Marta Álvarez (no me olvides 😊)»

Para mi sorpresa, varias compañeras con las cuales no compartí nada más que el aire se despidieron muy afectuosamente. No esperaba que todos mis compañeros me dedicasen algunas palabras, después de todo para algunos no era nada más que otra chica que compartía su mismo salón de clases. No obstante, en lo más profundo de mi ser tenía la esperanza de que Nicholas se despidiese, aunque solo me dijese un simple: «Adiós.» Como siempre, los sueños de Darialandia eran demasiado buenos para ser ciertos y no recibí ni siquiera una mirada de Nicholas antes de irme.

La mejor despedida que tuve no podía venir nada más ni nada menos que de Paulina. El último momento que pasé con ella fue durante la celebración de su cumpleaños una increíble tarde en los bolos con algunos compañeros. Ella supo muy bien a quiénes de verdad valía la pena invitar porque sabía escoger sus amistades a la perfección. Asimismo, evidentemente ninguno del grupo de Nicholas se presentó. Fueron suficientes unas cuantas horas para percatarme de las valiosas amistades que pude haber hecho con todos esos chicos a los cuales raramente les dirigía la palabra. A simple vista podían verse problemáticos, pero resultaron siendo los que cariñosamente me desearon la mejor de las suertes en mi «nueva vida.» Paulina no dejaba de sorprenderme y tengo la certeza de que, si estuviésemos juntas de nuevo, no dejaría de hacerlo. Ella era como mi libro de lecciones andante mientras yo me negaba a ponerme lentes para poder leerlo. Si tan solo me hubiese centrado menos en Nicholas y su grupo de amigos, todo hubiese sido de manera distinta. Sin embargo, como dicen: «No hay mal que por bien no venga.» Un solo viaje cambió mucho más que solo mis perspectivas.

Al momento de irme, dejó a todos sus invitados para acompañarme hasta el estacionamiento y llenar mis manos de dulces, de los cuales aún guardo las envolturas para no olvidar el momento. Su padre trabajaba en una empresa que fabricaba caramelos, lo cual la convertía en mi proveedora fiel de dulces durante las fiestas y días especiales. Sin poder retener más las lágrimas, comenzaron a caer de sus mejillas para luego darme un abrazo. No quería llorar, como siempre, pero me fue inevitable sentir el típico nudo en la garganta. Me subí al carro y, más nostálgica que nunca, dejé atrás ese lugar que fue testigo de ese último y emotivo instante.

A pesar de poner mala cara ante el simple hecho de llegar a otro país que no fuese el mío, no sabía que terminaría encantándome la húmeda y arenosa ciudad de Lima. Aunque no tenía el mejor de los climas, teniendo nada más que unos cuantos días al año de sol visible, su gente nos recibió amistosamente ya que textualmente suelen saludarse entre sí como «amigo» o «amiga.» Exceptuando los acelerados y brutales taxistas, cual alborotada colmena en las calles, es una ciudad repleta de parques bellamente cuidados, pero sobre todo de historia, arte y cultura. Cada edificio, iglesia o museo, sobre los cuales no podían faltar las millones de palomas adornando cada esquina, era mucho mejor que el anterior. Pasando del conocimiento al estómago, Perú tenía una riqueza gastronómica de no creer. Me atrevería a afirmar que una solo vida no alcanzaría para probar todos sus platillos tradicionales, sin mencionar las numerosas variedades de legumbres dentro de las cuales se destaca la papa.

Dejando de lado las incontables maravillas de dicho país, fue durante ese drástico cambio de ambiente que supe lo que era tener un mejor amigo. Nueva e inexperta, fue un chico llamado Felipe con el primero que tuve contacto. Los empleados de la mudanza subiendo las cajas de cartón conteniendo nuestras pertenencias no pudieron pasar desapercibidos ante sus ojos al tratarse de mi vecino del frente. Durante la tarde de ese ajetreado día sus padres no demoraron en tocar nuestra puerta para presentarse y ofrecerse a ayudarnos con lo que necesitásemos.

Con el tiempo una amable y cariñosa señora llamada Juana también se presentó. Al ser la vecina de arriba y viviendo únicamente con su esposo Mauricio quien seguía trabajando, igualmente se ofreció a ayudarnos con lo que fuese. A pesar de ser la dulzura personificada, era una mujer de armas tomar y carácter fuerte. Nos trataba con tanto cariño a todos que no fue difícil habituarnos a llamarla «tía», como acostumbran a llamarle en Perú a las señoras cercanas. Siendo amiga de nuestros vecinos del frente, naturalmente las visitas a ambas casas no faltaron. Cuando alguien se enfermaba, no faltaban los caldos de gallina y mimos de todos aquellos vecinos. Cuando alguien pasaba por un problema, las visitas eran ley. Progresivamente, nos sentimos como una gran familia.

En ese entonces, Lima era una ciudad bastante tranquila por la cual se podía caminar para ir al colegio o al trabajo. Fue ese amable chico con tez color canela quien me instruyó sobre el nombre de las calles y todas las precauciones que debía tomar. Felipe no asistía al mismo colegio que yo; sin embargo, ambos teníamos el mismo horario. Así fue entonces que iba a esperarnos, a mi hermano y a mí, a la salida de clases para regresar juntos a casa. Aparte de acompañarme a comprar cosas a la tienda de la esquina y esas andadas al colegio, no tardamos en hacernos amigos. Un sábado por la tarde, para que conociésemos mejor la ciudad, fuimos con su familia a almorzar al centro histórico. Sin aprender de mis errores y aún inexperta en cuestiones del clima peruano, no llevé ningún abrigo mientras recorríamos las calles, de modo que mi friolento cuerpo no pudo pasar desapercibido. Al ver que me estaba congelando, Felipe me ofreció su chaqueta, la cual acepté temerosa a cualquier regaño de mi madre. Me quedaba notablemente grande y, para qué negarlo, me encantó que fuese así. A partir de ese simple acto me di cuenta de lo mucho que lo quería y lo diferente que era a todos los chicos con los que alguna vez había interactuado. Mi afecto hacia él no se asemejaba al que sentí por Nicholas o Elías, era como si tratase de otro hermano. Al regresar a casa, mi madre afirmó algo que no hizo más que confirmar esos presentimientos: «Así es como chico debe tratarte.»

En el colegio hice nuevos amigos que ni siquiera la distancia fue capaz de cortar la mutua comunicación. Recuerdo a Clara, una chica muy talentosa en el dibujo y en la pintura quien ahora estudia arte en Francia, a Ana, una genia en ciencias que decidió empezar sus estudios en la facultad de medicina en lugar de hacer el bachillerato francés, y a Élise, la hija del director que siempre tenía una sonrisa en el rostro y era amable con todos.

Sin embargo, ninguna de esas amistades me marcó más que la de Felipe. Fue tan fuerte que, durante la pequeña celebración de mi cumpleaños, se fue de mi casa hasta la tres de la mañana porque no se nos agotaban las conversaciones mientras jugábamos Jenga. Ninguno de los dos mencionó nada sobre noviazgo, ambos éramos mejores amigos y estábamos felices y conformes con eso. No obstante, los cambios no solo acarrearon cosas maravillosas.

Amor de ámbarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora