Capítulo 2

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Dicen que duele mucho más un pudo ser que un fue , que es más hiriente quedarse con la duda que haberlo intentado. Lamentablemente, en ese entonces me tiré al agua sin saber nadar y sin flotadores, por lo cual tuve suficiente como para arriesgarme nuevamente y descartar cualquier intento, aunque valiese la pena. Hasta la fecha me sigo preguntando qué hubiese pasado si tal vez esta vez hubiera tomado la situación de Alfonso como una simple equivocación y no como la equivocación de mi vida. Definitivamente es mucho más frustrante el arrepentirse de no haber actuado que el de haber hecho el ridículo intentándolo, el quedarse con una pregunta sin respuesta hasta el final de los días que darles un punto final a las dudas. Lo único que me queda ahora, querido lector, es relatar los hechos ya que aún no han sido inventadas las máquinas del tiempo.

Nuevo e inexperto, un chico un tanto robusto y de ojos avellanados se integró a nuestro colegio desde la primaria. Habiendo pasado desapercibido luego de haber sido embrujada por Alfonzo, no fue hasta el inicio de la secundaria que constaté su presencia. Sin saber que ese chico sería mi «casi algo», la ilusión brotó en Darialandia. Así como un nuevo «objetivo» apareció ante los ojos de mi meloso corazón, una nueva amistad se presentó a mi puerta. Francisca se fue alejando y la llegada de una bondadosa chica llamada Paulina conllevó un nuevo cambio en mi vida de preadolescente. Nunca hubiese creído que sería una muy buena amiga durante un largo tiempo en mi vida, no porque ella sintiese rechazo hacia mí, sino por mi caprichosa y maliciosa actitud hacia ella. Cuando ella recién había llegado de Colombia, la pequeña Daria ya tenía unas consentidas «amigas» con las cuales hacer y deshacer por todos lados. Un día la inocente y bondadosa Paulina, quería hacer amigas al ser nueva en el colegio, así que repartió las bellas invitaciones de su fiesta de cumpleaños a todos. A fin de encajar en el grupo de niñas consentidas y tras recibir la invitación, nos dirigimos hacia ella y le aseguramos que no podíamos ir ya que se llevaría a cabo en un lugar bastante lejos. Luego rompimos la invitación frente a ella y la tiramos a la basura. Te pregunto, querido lector, todo esto habiendo pasado mucho antes de Alfonso: ¿No te resulta familiar? Tiempo después, las que se decían mis amigas decidieron «expulsarme» del grupo y me quedé sola, aunque para mi sorpresa esa soledad no duró ni siquiera un día. Paulina se aproximó al verme desconsolada, sentada a medio patio sobre mi pequeña hielera:

—¿Qué te pasó? —preguntó, plantándose frente a mí con una dulce mirada.

—No... Nada... —respondí titubeante.

—¿Qué pasó con tus amigas? —insistió.

—Ya no quieren estar conmigo.

—Está bien, no importa —dijo, sentándose junto a mí. —Ellas suelen hacer eso, expulsar a una para cambiarla por otra.

Tras conversar un rato, llamó a más chicas para unírsenos y, tan rápido como se fueron mis pseudoamigas, la soledad desapareció. Aunque no nos hicimos amigas en ese momento, aquel acontecimiento marcaría nuestra amistosa relación por siempre. Recordándolo como si hubiese pasado ayer, ella fue capaz de olvidar mi gravísimo error y brindarme apoyo. Perdonar sin siquiera haber recibido una disculpa y acercarse a alguien que hirió tus sentimientos requiere de una gran dosis de amor. Gracias a ella comprendí lo que se siente ser perdonado y, sobre todo, lo que el amor puede llegar a hacer. El significado de amistad no podía definirlo hasta que Paulina llegó. Paulina, Anastasia, otra compañera, y yo nos volvimos inseparables. ¿Cómo pasó? Ni yo sé la respuesta. A veces en la vida solo pasan las cosas sin tanta explicación. Recuerdo que, al inicio de los cursos, solíamos preguntarnos entre sí si queríamos almorzar juntos hasta que se volvía costumbre. Era como si hacerte esa pregunta fuese una invitación a ser amigos. Debo admitir que era algo extraño, pero se volvió tan común que se tornó una realidad para todos.

Amor de ámbarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora