Capítulo I

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El cielo empezaba a manifestar ese color naranja que tanto odiaba porque me recordaba que la noche estaba a punto de llegar

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El cielo empezaba a manifestar ese color naranja que tanto odiaba porque me recordaba que la noche estaba a punto de llegar. Odiaba a la noche, más bien, pues en esa oscuridad y en esa quietud inaudita que presenta los fantasmas aprovechaban para aparecerse y mortificarme. Esos seres de otro plano que, condenados como yo por verlos, yacían en un punto intermedio entre la vida y la muerte. Una maldición de extraña y feroz naturaleza, desde mi nacimiento me hubo atormentado. Me recordaba aquel tono cálido mi sufrimiento perpetuo. Se notaba, por el movimiento errático e incesante de mis manos, lo mucho que buscaba apresurar nuestra despedida para emprender pronto el retorno a mi hogar.

—¿Nos vemos el lunes, entonces, señorita Elohim?

Lady Daciana ni siquiera llegaba a sospechar de la maldad enraizada en mi cuerpo, tampoco planeaba yo revelarle tal secreto porque de ser expuesto las consecuencias para mí o mi familia serían, entonces, devastadoras como una peste. Ella era mi maestra, de Magia y Hechicería convenientemente.

—Ofende mi educación al cuestionarme si apareceré, está claro que sí —contesté—. Que descanse este fin de semana y se prepare para aguantarme.

—Lo mismo para ti, descansa bien.

Me dedicó una sonrisa que no pude corresponder. Estaba desesperada por salir de allí tan pronto como fuera posible. La oscuridad y el silencio se aproximaban junto con esos seres que tanto mal me hacían. Di un último vistazo para apreciar el magnífico contraste que ejercían sobre su imagen su cabello gris, casi blanco, contra su piel morena, tan obscura que se asemejaba al tono de la puerta de nogal.

Solo dos pasos bastaron para atravesar la acera y llegar a la puerta del carruaje que siempre me esperaba al terminar mis clases con ella. Tuve que subir, de un solo brinco, para evitar manchar la falda de mi vestido o mis botas con el agua lodosa de un charco que estaba justo frente a la puerta. Grata sorpresa para mí, sentado junto a la otra puerta, se encontraba mi hermano: Allerick. Leía, sin inmutarse con mi llegada, un periódico. Sus ojos celestes, que con matices de opaco gris se emborronaban, viajaban por los renglones de las hojas.

—¿Te enviaron papá y mamá a cuidarme y vigilarme? —le cuestioné, desafiando a la tranquilidad que colmaba el carro.

—No es necesario que ellos me envíen. Este sentimiento protector hacia ti y Kalantha es como el primitivo sentido del hambre. Innegable y perenne, cuando parece desaparecer vuelve de pronto. Es como un instinto de supervivencia —contestó él, con la vista clavada en el bendito periódico.

—Si tu invasivo sentido de protección hacia nosotras es como el hambre, significa que eres más hambriento que un mendigo y que, para nuestra desgracia, puedes saciar tu hambre como un rey.

—Exacto.

Se dignó en despegar sus pupilas del periódico para pasar a observarme a mí.

—¿Cómo te fue? —preguntó al tiempo se dibujaba una sonrisa en sus labios—. ¿Aprendiste a hacer un encantamiento?

Desde el plano de la muerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora