(LGBTQ+) Una joven burguesa se enfrenta a una maldición, al mismo tiempo que se enamora del fantasma de un chica atormentada. ¿Qué pasará cuando ese vínculo la lleve a terminar en el epicentro de una guerra?
***
El reino de Idalia se enfrenta a una...
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Uno o dos días habían transcurrido. Con cada hora que pasaba, el viento frío parecía ondear aun más salvaje, de forma incluso más terrible disminuía la temperatura; el invierno estaba inminente con el paso acelerado de las semanas y pronto azotaría toda la ciudad, dejándola bañada de blanca nieve. Resultaba tedioso viajar tan abrigada, para dejar los abrigos en la entrada y en la obsolescencia temporal que brindaba el refugio; aunque por más que deseara no llevar esas prendas pesadas y gruesas, que en el interior del carruaje se volvían insufriblemente calurosas, no podía. Como fuera, me acostumbré; debía hacerlo si lo que menos estaba en mis planes era enfermarme, sobretodo cuando sabía lo que me costaba recuperarme.
Ese día, mi Lady me pidió que le hiciera preguntas sobre cualquier tema que hubiésemos tratado pues ella se vería dispuesta a explicar y responder de forma sincera. Llegó a mi mente, sin saber por qué, la diosa de los seres feéricos que habitaban el Bosque Faelynn: Gea. Y de eso comencé a hacer mis preguntas.
—Dijo Laurent alguna vez que no era su diosa, como se comenta por aquí en la ciudad, ¿es verdad aquello o solo lo dijo para confundirme?
—Sí, es verdad —contestó—. No es una diosa en la definición mundana de la palabra, es un espíritu que encarna cada espacio del bosque y que protege a los que nacen de él con su poder mágico.
—¿Con su poder…? —murmuré, para mí misma—. ¿Hasta donde llega ese poder?
—Hasta donde llegue cada uno de los suyos, es de suponer; sin embargo, en lo más profundo y alejado del Bosque, yace su fuente máxima de poder —explicó, incitando a que mi atención se fijara exclusivamente en lo que estaba por pronunciar—. Muestran los recuerdos que fue un hada, más poderosa que cualquiera que haya existido jamás. Todo su cuerpo, dormido, es el mismo Bosque. Y su esencia y energía más pura está en su corazón.
Un corazón. Un corazón mágico. Lleno del poder más grande y puro a lo ancho de cientos de kilómetros... ¿Qué no se podría hacer con eso en las manos? ¿Cuáles imposibles se volverían realizables con ello? Yo hice más cuestiones, a las que mi Lady ya no pudo responder de forma tan consistente como hacía unos instantes atrás. Dijo que de aquel corazón ni siquiera se sabía si su existencia era veraz en el plano físico o si formaba parte del mismo cuerpo espiritual. Sin embargo, no me sentía satisfecha con sus respuestas. Para mí eran un tanto contradictorias por hablar de espiritualidad y a la vez de un medio físico. Resistí cuanto tiempo pude el impulso de ser irreverente por primera vez y lanzar con cierto desdén la siguiente pregunta:
—Es un espíritu, un hada dormida cuyo cuerpo forma un ecosistema entero, una magnífica encarnación… ¿qué es Gea al final?
—Todo lo que has dicho e incluso más —concluyó—. Es complicado de entender.
—Mi Lady —interrumpió nuestra lección su criada, aquella que siempre me recibía—, lamento esta molestia. El joven Drábek está aquí nuevamente.
—Hazle pasar.
Salimos a recibirlo al corredor. Portaba ese día un saco color caramelo —sabrá mi Dios cómo lo portaba con tremendo par de alas en su espalda— y una gorra que hacía juego. Los mechones de su melena, esas incontrolables caídas de su cabello no se dignaban a quedarse en el interior de le prenda, de cualquier modo se escapaban. Cuando se retiró la gorra, su cabello alborotado se hizo camino con plena libertad y él lo acomodó con una mano.
—Es de suponer, Laurent, que el motivo de tu visita es recoger las cosas que olvidaste llevar —le dijo Lady Daciana al verle.
—Supune muy bien, mi Lady, sí. Dejé desde aquel día muchas cosas olvidadas cuya falta ya no puedo ignorar.
Lady Daciana llamó de nuevo a la criada le dijo que le ayudara a Laurent en cualquier cosa que él necesitase, limpieza o ayuda para acomodar las cosas en la maleta; sin embargo él la interrumpió.
—Agradezco vuestra generosidad, pero me temo que todo lo que dejé me gustaría recogerlo con calma, yo solo —aclaró—. Cosas de gran valor mágico yacen entre todas mis otras baratijas, quiero ser yo quien las enumere y guarde.
—Me parece perfecto —dijo mi Lady, con una sonrisa llena de complicidad—. Tiene libre a acceso al dormitorio que usted habitó estos días.
Teniendo su permiso, se encaminó a lo largo de las escaleras y el pasillo rumbo a la que había sido su habitación. El eco de las suelas pesadas contra los tablones que conformaban el suelo resonó por un buen momento, durante todo su recorrido. Sentí cierta curiosidad por saber cuáles eran esas cosas de «valor mágico» a las que Laurent se refería. Era de intuir con gran certeza que poseería artefactos mágicos entre sus pertenencias, pero me interesó saber en qué se diferenciaban con las posesiones de Lady Daciana.
Más tarde, unos empleados volvieron a interrumpir, esa vez con la excusa de que un telegrama para mi Lady aguardaba por ella junto con un mensajero que aguardaba de forma más impaciente y presurosa. Pasó junto con el hombre al estudio. Claro, no permitió que yo estuviera allí dentro por lo que me dio una indicación de salir y esperarla. Me sentí aburrida, abrumada también por la idea de la larga espera que tendría que hacer. Reflexioné y creí que ir a la que fue la habitación de Laurent sería una buena opción, que de algún modo hablar con él podría resultar entretenido. Emprendí mi camino, después de razonar por segunda ocasión sobre el plan a trazar. A falta de una mejor opción, o de otra opción tan siquiera, terminé cediendo.
La puerta estaba ligeramente abierta cuando llegué y miré por el pequeño espacio que la misma me facilitaba. Estaba allí él, cubriendo con lo que parecía ser una manta de terciopelo todo el contenido de un maletín de mano. Me di cuenta, no muy tarde para mi buena fortuna, de que mi cuerpo impedía el paso de la luz solar y que entonces quien habitase el pequeño dormitorio estaba advertido de una presencia. Quise retirarme o ser más discreta, pero fue él más rápido y se incorporó dirigiendo su vista justo en el punto en donde me hallaba.
—¿Puedo saber qué hace aquí, señorita Elohim?
—No esperaba verle tan pronto por aquí —dije mientras abría la puerta e ingresaba—, es decir, cuando dijo hace unos días que probablemente volveríamos a vernos pensé que sería dentro de mucho.
Entrecerró los ojos en un gesto de desconfianza que cambió luego por uno de alivio.
—¿Quiere decir usted, con tales palabras, que le sigue incomodando mi presencia? —cuestionó, de forma tan neutral que no supe bien cómo contestar.
—¿Por qué piensa que es así?
—No lo pensaba, lo sé —murmuró—. No es buena disimulando, ya lo dijo mi Lady.
Él estaba de pie a contraluz. Luego de mirarme a mí, volteó a la ventana para apreciar el jardín trasero. Sentí su lejanía cada vez más notoria como una invitación a adentrarme aun más en el cubículo. Él confirmó mis sospechas con un pequeño ademán que realizó con su zurda.
—Extrañaré esas flores —pronunció con pesar—, desde que las reconocí de mis guardados y casi olvidados recuerdos las iba a visitar cada día.
—Talvez si le habla a mi Lady ella sea tan benevolente que le deje llevarse unas.
—Sí… No lo había pensado —confesó—. No, no debo abusar así de la confianza de Lady Daciana. Lo dijo usted ya, ella es increíblemente buena, no me diría jamás que no aunque eso emborronara la belleza de este jardín.
Lo observaba a él, al mismo tiempo que al lugar. Una cama de madera, cubierto apenas el colchón con unas finísimas sábanas color oliva, estaba a nuestra derecha y, al lado contrario, una cajonera y un pequeño escritorio. En frente de la ventana cabíamos los dos perfectamente.
—Me sigue resultando extraño que usted que aspira a ser hechicera no haya sido capaz de sentir toda la magia que recorre ese vergel —me dijo, como metido en sus pensamientos de forma nostálgica. Luego volvió en sí—. No, no debería insistir ya con ese tema, lo lamento. Lo que yo considere es asumo mío.
—Adelante, tiene la potestad para preguntar lo que desee.
—Sé bien que los alados no poseen tanta magia como, por ejemplo, un hada. En aquel sentido de dotación son tan parecidos a nosotros los humanos. ¿De donde viene su magia, Laurent?
—Oh, eso —musitó—. No veo por qué no revelarle aquello.
De su cuello, por el interior de la camisa, sacó y dejó a relucir un amuleto. Era una delgada y larga cadena de algún metal reluciente en blanco, descarté que fuera plata, acero o cualquier otro metal humano por el daño que le provocaría, de la cual colgaba un pendiente. Su forma curva y su color amarillento con las matices negruzcas le daban apariencia de ser la garra de un ave; por su tamaño y por la naturaleza de su portador, fue obvio que eso era.
Mi Lady me habló de amuletos similares alguna vez, pero recalcó en más de una ocasión durante su discurso que los usaban los humanos. Que ella usaba algunos, que demás hechiceros de su gremio también los usaban. Jamás imaginé verlo en alguien por cuya sangre recorría la magia, por muy minúscula que la cantidad fuera.
—Es esto lo que me brinda la mayor parte de mi magia. Mi Lady lo sabe muy bien.
—¿Por qué la oculta?
—Es… es un recordatorio de cosas terribles —dijo, con cierto titubeo que denotaba un extraño nerviosismo—. Me duele verlo, pero lo mantengo igualmente… Ni yo logro entenderme a veces.
Me quedé boquiabierta por su confesión. Pensé en cuanto pudiera haberle ocurrido, cuan terrible y peor era cada situación que mi mente lograba labrar. Mas, todo se quedó allí, en mi cabeza. No dijo qué era aquello que le dolía, pero el brillo de sus ojos me decía que era algo que se escapaba de mi entendimiento o imaginación, y que no deseaba explicar.
—No quería invocar aquellas memorias de dolor. Discúlpeme, en verdad, discúlpeme si provoqué algún malestar con mis palabras
Inhaló lentamente, luego expulsó el aire en un pesado y largo suspiro.
—Ignore aquello, no es nada serio —mintió. Jamás fui buena para darme cuenta de cuantas mentiras me eran soltadas en la cara, pero en aquella ocasión estuve segura de que lo era.
Nos quedamos contemplando el vergel y la fuente, en silencio. Noté que la compañía de Laurent me resultó más amena que los días anteriores, casi había olvidado todas sus preguntas curiosas que a mí me dejaban entre la espada y la pared. Todo aquello que pudiera ser revelación de lo oscuro y mortífero de mi magia, callé y evadí por cuanto fue posible. Estábamos inmersos en una insospechada paz que en nuestro pequeño ambiente se hubo formado, hasta que una voz a mis espaldas nos interrumpió.
—Oh, lo lamento —era la criada—. Mi Lady la busca, señorita Elohim. Y a usted, joven Laurent, le ha dejado una invitación a almorzar.
Nos miramos de una forma que solo me transmitía una sensación de complicidad. Salió luego de eso, junto con la criada. Supuse que iba con mi Lady para rechazar de la forma más cordial posible la invitación.
Por unos instantes, sentí dibujarse en mis labios una leve sonrisa que fue provocada y correspondida por Laurent. No comprendí por qué ocurría aquello, pero me sentí bastante tranquila.
Él no se dio cuenta, ni la criada, pero yo sí. Un pequeño papel a medio caerse del maletín, con la agitación del viento terminó por el suelo del dormitorio. Lo tomé cuando lo vi, movida por una inusitada curiosidad. Al verlo, noté que parecía haber sido arrancado de un cuaderno en el desespero por anotar algo. Cuando lo tuve entre mis manos noté la urgente anotación que fue escrita en él: una dirección, que reconocí era de la zona centro de la metrópoli, al lado de un curioso esbozo hecho por alguien cuyas habilidades artísticas dejaban mucho que desear. Aquel dibujo malhecho retrataba a un ave encerrada en un círculo y debajo una circunferencia igual que contenía lo que aparentaba ser un árbol. La manera tan vaga de ser capturada cada imagen no ayudaba reconocer de dónde provenían.
Lo mantuve conmigo, entre mis dedos, analizando cada línea trazada. Reconocí, de lo poco que hube visto con anterioridad, que era la caligrafía tan suelta que manejaba Laurent.
Tuve otra certeza un tanto extraña, y era que aquel papel me estaba advirtiendo de algo que yo ignoraba, algo que estaba oculto en las sombras del idilio en que me movía. La tranquilidad que estaba sintiendo fue rota, su tensión superficial fue sometida y entonces estalló.
Oí pasos y un par de voces que insinuaban la proximidad de varias personas y escondí el pedazo de papel en un bolsillo de la larga falda. Al instante, ingresaron mi Lady y el joven alado. Él se despidió de mí igual de cortés y apacible que siempre y yo le correspondí. Una inaudita extrañez me invadió cuando, mientras lo veía, pensaba en el pobre dibujo y la dirección. ¿De dónde podría ser? ¿Qué significaba? Como fuera, él se marchó. E incluso si se hubiese quedado, yo no habría tenido el valor para preguntar.