Capítulo III

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Los fantasmas eran algo etéreo; algo que es y al mismo tiempo, no; verdadero pero inverosímil; la cúspide de las contradicciones y paradojas; un poema lleno de antítesis que le dan forma a los versos

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Los fantasmas eran algo etéreo; algo que es y al mismo tiempo, no; verdadero pero inverosímil; la cúspide de las contradicciones y paradojas; un poema lleno de antítesis que le dan forma a los versos. Toda mi vida creí que ninguno podría ser bello: causar encanto y ensoñación, hacerme creer que estar privada de mi percepción y de mi razón era algo bueno. Me di cuenta de lo equivocada que estaba con aquella idea.

Pero el tiempo transcurrió. Esa visión no pasó al olvido y menos al insconciente en forma de terror, sino que se quedó inmarcesible en mi mente como un dulce ensueño. Seguía hipnotizada, poseída por el espíritu irreverente del júbilo producido por una ilusoria e irreal imagen. Producía su recuerdo una inquietud cautivante: algo estaba fuera de la normalidad de los hechos pero me alegraba que fuese así.

Busqué algo que aquietase la marea salvaje en que nadaban mis pensamientos en el único libro de magia que poseía. Pude conservarlo, luché por ello. Era importante para mí aunque en verdad no contenía mucho. Una insignificante sección sobre los espíritus del más allá se formaba en medio de sus hojas amarronadas y viejas. No dijo más de lo que sabía por experiencia, pero me resultó reconfortante de algún modo insospechado.

Fueron incontables todas las veces que su recuerdo llegó a mi memoria, incontables también fueron los suspiros que de mis labios se escaparon ante tal fantasmal belleza e incontables las ganas de verle de nuevo. ¡Qué ilógica mi vida! Nunca desee ver a uno de esos seres, menos verlo de nuevo; mas allí estaba.

Pero, como dije, las horas pasaron. Era lunes de nuevo, lecciones sobre magia de esa que no había estudiado me esperaban con mi Lady.

—¿Cree usted —pregunté— en los fantasmas?

—No se cree o no en los fantasmas, ellos existen simplemente —respondió, en un tono neutral y monótono para luego añadir, más preocupada—: ¿A qué se debe esa pregunta?

—Pues leí algo sobre ellos: Magia espectral, apariciones —me excusé—. Me resultó interesante, porque pues desde hace tiempo ese tipo de magia está prohibida.

—¿Dónde lo leíste? —cuestionó.

Era cuidadosa, respetuosa ante la ley, esa que se movía a gusto y conveniencia de muchos, según había oído; esa que prohibía todo lo que me atormentaba, volviéndome así infractora de ella misma en contra de mi albedrío. Fui con cuidado con cada pregunta o explicación dada, pero me sentí motivada a mostrarle el libro. De carácter enciclopedista y también muy antiguo y probablemente obsoleto, pero como si se tratase de un tesoro para mí. Lo tuvo pronto entre sus manos pintadas de arrugas por los años, lo ojeó de forma lacónica, leyó sobretodo el índice que se disponían en sus primeras páginas.

—Este libro, ¿de hace cuánto es? ¡Oh, no lo veo tan viejo, pero todo aquello que dice ha cambiado con el tiempo o ha sido desmentido por completo! ¡Que inútil es en las manos de una aprendiza, de mi aprendiza! ¡Es una baratija, poco más que un recuerdo!

Desde el plano de la muerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora