La contestación de Allerick, escandalosa y carga de reprimido furor, me dejó helada, me obligó a preguntarme a quién se refería y sobretodo, ¿a qué verdad?
La dirección de la que provenían las voces, incluso cuando el orientarme era confuso, no daba lugar a dudas: la oficina de mi padre, lo suficientemente deshabitada como para que el eco propagara el secreto circulante en sus palabras. Sin pensar más que en mi deseo de saciar la curiosidad, me levanté de la cama. Mis pies descalzos contra los fríos tablones del suelo, acostumbrados a la calidez de las mantas, dudaron y tambalearon al soportar mi peso, casi resbalo. Me recosté en la pared más cercana a aquella habitación, según lo que conocía de la arquitectura de mi propio hogar, ya que aunque no estaba tan alejada, existían muros y pasillos entre ambas. Esperé que a mis oídos llegase más información de aquello que vociferaban, ininteligible por momentos. La expectativa se volvió mi motivo por muy insegura que fuese.
De entre la armonía barroca de tres voces, la que menos se veía envuelta en el trazo caótico de las melodías era aquella más aguda, un mezo-soprano de tonos cristalinos, que se hallaba apagada y rota por los sentimientos encontrados: la de mi madre.
Era capaz de entender de vez en cuando un par de sílabas que, por su alto volumen y entonación voraz, se asemejaban a reclamos, inclusive a insultos si se llegaba a agudizar la audición. Aquello me recordaba que no estaba escuchando una plática cualquiera, mucho menos una tranquila o amena, sino a tres personas que discutían como fieras al acecho, desconociendo su parentesco y siendo vasallos de la adrenalina que recorre las venas. De forma casi teatral los silencios también se manifestaban con dramáticas intenciones, que en comparación, transformaba al bullicio y la añadía vivacidad.
Mi padre era quien más alzaba la voz, profunda y firme, que con aquel dejó de furia inyectado en su garganta, aparentaba ser el rugido de una bestia. Incluso con el volumen turbadora, sus palabras se esfumaban quedando de ellas una resonancia vaga y cesante. Pero incluso con el grosor de las paredes, éstas se rindieron y dejaron pasar una oración que al fin me veía capaz de descifrar.
—¡Ella no debe saberlo!
Aquella frase fue un detonante, el primer cañón en ser disparado antes de que llovieran proyectiles a lo ancho del campo de batalla. Ansié darle un significado, darle una conexión con la frase anterior, la otra que apenas pude oír antes de que empezara el caos; fue interrumpida la sinapsis por Allerick, que replicó con el segundo proyectil.
—¡¿Es que acaso creen que pueden mantener ese secreto toda la vida?! —Fue acompañado el término de dicha frase con el golpe seco de un puño contra la madera.
—Es lo que pretendíamos: que esto se quedara en el más esmerado silencio, Allerick —Reprendió nuestro padre, furibundo—. ¡Es por el bien el de todos!
—¡Elohim merece saberlo! ¡¿No piensan acaso en su bienestar?!
Quedé estupefacta. Me alejé de la pared en un intento desesperado por mantenerme en la comodidad de ignorancia. Me quedé a una distancia prudente a la espera de que, de nuevo, todo se transformara en simples murmullos que me fuera imposible identificar. Cuando entendí aquello que escuché tan claramente que pareció irreal, como si se tratara de un espejismo labrado por mi mente, me sentí al borde del colapso. Se encontraron tantas ideas y tantos sentimientos en mi pecho que me ahogaba. Hablaban de mí, era aquella a la quien se referían, por quien la voz de mi madre se quebraba y aquellos dos hombres no alzaban una bandera blanca en señal de tregua.
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Desde el plano de la muerte
Fantasy(LGBTQ+) Una joven burguesa se enfrenta a una maldición, al mismo tiempo que se enamora del fantasma de un chica atormentada. ¿Qué pasará cuando ese vínculo la lleve a terminar en el epicentro de una guerra? *** El reino de Idalia se enfrenta a una...