Capítulo 10

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El sol despertó a Dahlia de su apacible sueño ya que las ventanas del cuarto al ser tan grandes, permitían a los rayos del sol entrar con mucha facilidad e iluminarlo todo.

Cuando se levantó, observó que Freya aún seguía dormida en la cama. Sin hacer ruido fue hacia el baño para vestirse correctamente y después bajó a tomar el desayuno al comedor. No había mucha gente, solo algún que otro alumno que leía tranquilamente, terminaba alguna tarea o hablaba con sus amigos mientras comían.

Dahlia se sentó en su lugar habitual y empezó a comer. Aunque todos los días había mucha comida, siempre solía escoger lo mismo cada mañana. Ya era una rutina para ella servirse una pequeña taza de café con un trozo de pastel. No había plato alguno que no estuviera exquisito por algo los duendes eran conocidos como grandes cocineros.

Eran unas criaturas bastante gruñonas y siempre que alguien les decía algo, por muy educada que fuera la petición, estos siempre maldecían para sus adentros.

— Sois todos unos desagradecidos, malditos niños...

— ¿Podría traer un poco más de mermelada, por favor? — preguntó tímidamente un alumno interrumpiendo sus susurros.

— ¿Es que acaso no ves que estoy ocupado? — dijo el duende mientras recogía cientos de platos vacíos.

— Lo siento, se lo pediré en otro momento — dicho eso el alumno siguió comiendo con la cara roja de vergüenza.

— Niños desgraciados... — siguió gruñendo.

Las pequeñas criaturas verdes se encargaban de cuidar Dragston haciendo las tareas más pesadas como la limpieza, la cocina o el cuidado de las criaturas del señor Riditt. Siempre corrían de un lado a otro alterados y sin descanso, por algo eran las criaturas más veloces, además, de que siempre trataban de no ser vistas. Hacían sus labores y después no se les veía más por ningún lado, algunos decían que desaparecían por completo.

El colegio tenía una regla de oro que si no se cumplía, el alumno que la infringía sería expulsado de inmediato. Nadie podía faltarle al respeto a un duende ni hacerle bromas ni impedirle que hiciera su trabajo. Esto se dictó cuando en los comienzos de Dragston los alumnos se dedicaban a jugar con los nervios de los duendes hasta tal punto que el consejo de profesores hizo dicha regla. Pero los duendes no confiaron en ella y simplemente decidieron ser vistos escasas veces para así evitar conflictos.

Una de sus muchas especialidades, era la tarta de pétalos dorados que simulaban doblones, debido a su enfermizo interés por el oro. Lo fascinante de esta tarta era su comienzo, puesto que empezaba a brillar por dentro como si tuviera una pequeña estrella atrapada en su interior. Así mismo, al principio tenía un gusto a limón y después cambiaba su sabor a frambuesa.

Después de tomarse el desayuno, Dahlia fue a la biblioteca para terminar las tareas que le habían mandado al terminar la semana de fiesta.

Durante un rato estuvo hablando con el señor Wilson para intentar saber más acerca de E.D.A y así seguir el consejo de la señora Aranea sobre la valiosa información que el bibliotecario le proporcionaba con cada frase. Pero por mucho interés que esta pusiera, no sacaba más que palabrerías sin sentido aparente.

— Amanda y yo tuvimos una noche estupenda ayer — comentó el bibliotecario mirando hacia la supuesta señora.

— Me alegro por usted — dijo con educación Dahlia — ¿podría preguntarle algo señor Wilson?

— Por supuesto jovencita, adelante, pregunte.

— ¿Por algún casual no sabrá algo sobre E.D.A?

— Por última vez, Amanda ya te ha dicho que no le gusta hablar del tema.

El resurgir de las sombras (A.L.P) #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora