Capítulo - 4 La discoteca

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Me acerqué a la taquilla y le dije a la señora que estaba allí:

—Por favor, deme tres entradas.

—Espera un momento —me dijo con voz de pocos amigos, como si estuviera enfadada.

Se veía como si la señora, sufrida y entrada ya en años no estuviera muy contenta con la vida que llevaba. No dije nada, consideré mejor esperar un momento hasta que pudiera atenderme, lo cual no tardó. Cuando así lo hizo pagué las entradas y las recogí. Después me dirigí hacia donde estaban Tara y Nidala, que me estaban esperando en la puerta de entrada.

—Vamos, ya podemos entrar.

Había que bajar una escalera cubierta por una alfombra o moqueta roja. Al llegar abajo había otra puerta grande y pesada de madera maciza de doble hoja. Al traspasarla pude comprobar el ambiente que había dentro: un olor aromatizado a tabaco y alcohol. Había muchísima gente y apenas se podía andar. Teníamos que apartarnos para que pasaran otras personas o esperar a que éstas te dejaran entrar.

—¡Esto es por demás!, ¡no se puede ni andar! —dije casi gritando para que me oyeran.

La música estaba tan alta que no había quien se entendiese. Seguimos avanzando hasta el fondo, donde se encontraba el centro de la pista de baile.

Conforme entrábamos, unos metros más adelante se podía ver a la derecha una barra de bar grandísima que ocupa toda una pared de la discoteca, menos los dos últimos metros que daban con la otra pared del fondo haciendo el rincón donde estaba la cabina del disc-hockey.

Al otro lado de la entrada estaban los baños y otra barra de bar más pequeña y tranquila, con unos reservados a media altura de pared con mesas y sofás para estar cómodamente tomando alguna bebida con la pareja o amigos.

También se veían muchos focos de luces de distintos colores que se apagaban y encendían al ritmo de la música y una bola tremenda cubierta de pequeños espejitos en el centro del techo, sobre la pista de baile.

Tara y Nidala tienen muchas ganas de bailar. Nada más entrar ya iban bailando al son de la música; se las veía animadas a las dos. La verdad es que la música era muy marchosa.

—¡Venga, Araci, baila con nosotras, anímateme! —me decía Nidala.

Al llegar a la pista de baile me puse a bailar con ellas una canción que sonaba al ritmo de remix. Estuvimos así un buen rato, no puedo determinar cuánto tiempo, bailando una canción tras otra. El tiempo se nos pasó en un plis plas. Tenía la garganta seca de tanto salto que daba al ritmo del baile, así que les pregunté a las chicas si querían tomar algo, ya que tenía la intención de ir a la barra a pedir una bebida. Me dijeron que de momento no querían nada, que me fuese yo, que ellas estarían bailando un rato más, así que fui para allá sola.

Saliendo de aquella multitud de personas que había en la pista me encontré con un compañero de trabajo, Yshiro, un Joven muy atractivo, fiestero, alegre y con gran sentido de humor. Solía vestir con pantalón vaquero y camisa ajustada. Siempre llevaba el pelo con mucha gomina y de punta. Era rubio y tenía los ojos marrones claros.

—¡Araci, tú por aquí!... ¡Y eso, chica! Pensé que te había tragado la tierra —me dijo dándome un golpe con la mano abierta en la espalda al mismo tiempo que me hablaba.

—¡Joder! —exclamé echándome mano a la espalda del daño que me había hecho.

Al darse cuenta se disculpó:

—Perdona, no creí que te fuera a dar tan fuerte. Se me ha ido la mano. Perdóname.

—Si, hombre, sí. ¿Cómo no?

Estupor SobrenaturalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora