Capitulo 4- Jugadas de póquer-

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Tuve una semana muy difícil, complicada. Mis días en el colegio no terminaban más. No me sentía bien. Ni siquiera prestaba atención en clase, parecía autista, en mi mundo, pero esta vez no era un mundo de cuatro paredes de fantasías, colores y brillantina. Esta vez mi mundo se estaba viniendo a bajo, las paredes cada vez se volvían más oscuras y tóxicas para mí, para mi vida.

Empecé la cuenta regresiva para el día sábado ya que  iría a visitar a mi abuelo.Todos los días llamé a mi abuela por las noches para ver como andaba el parte medico de Juan. Según ella, los especialistas le dijeron que su cerebro estaba empezando a deteriorarse y que a veces no la reconocía. Trataba de estar tranquila. Toda esa semana me aferre  a la frase "¿estás segura abuela?". La verdad es que no lo podía creer. Sentía que estaba encerrada en un tonto sueño del que no podía salir. Estaba tan bien, tan "joven" dentro de su vejez y de repente se deterioró. Así es la vida, estas en tu mejor momento y de un segundo al otro, sin avisar, te encuentras más abajo que de donde empezaste. Cada día que pasaba eran días de vida perdidos. Siempre tuve muy en claro que mi abuelo tenia la cuenta regresiva en sus venas.

Ese Sábado me levanté temprano. Viaje hacia el centro, se me hacia larguísimo el viaje entre tantos colectivos y el tren. Creo que después de dos horas o más (si es que no me dormí) llegamos.

 Entré a la clínica junto con mi mamá y anuncié el nombre de mi abuelo. Juan Coppola.

Me dirigí al ascensor y marqué el tercer piso (3, siempre 3. Es mi numero favorito. Qué casualidad que todo lo que me rodea tiene que ver con ese numero "tres". T R E S )

En aquel piso había demasiado ruido. Camillas que iban y venían, personas que entraban y salían  de las habitaciones y enfermeras que iban de aquí para allá. Familiares en las esquinas tomando café y charlando. Parecía cualquier cosa menos una sala de espera tranquila. Tal como mi vida, parecía una cosa cuando debería ser otra.

Era un pasillo largo, todo pintado de blanco, parecía el cielo apunto de llover. Habría unas diez habitaciones y en la esquina ese pasillo seguía con muchas más y por ende, mas enfermos, más historias de vida, mas ruido en la sala.

 Reconocí a mi abuela parada en la puerta de la habitación nueve. (Já, ¿tres por tres?). Ella estaba perdida, miraba a la nada misma.

 -Abuela, hola.

-Hola mi amor- Me lo dijo tan contenta como si se hubiese enterado que mi abuelo estaba sano. Me dio un fuerte abrazo.

-¿Como está Juan?- Preguntó mi mamá. Sonaba preocupada. Y ... si, aunque no se llevasen bien por todo lo que pasó era mi abuelo. Esto es una cadena, la vida lo es. Si el sufre, por consecuente, yo también voy a sufrir y por consiguiente mi mamá también al verme mal.

- Y ahí anda, las enfermeras lo están cambiando- Había desequilibrio en sus palabras. Realmente esto le había caído como un balde de agua helada del cielo. A mi también, a todos quiero creer.

Después de unos minutos de abrazos, me prepararé. Me imaginé a mi abuelo en su peor estado y me juré no llorar por nada del mundo. El me tenia que ver fuerte y bien. Como siempre.

Pasé tantas cosas que ocultar mis verdaderos sentimientos era casi como una profesión de la cual ya me había recibido a los nueve años. 

Abrí la puerta de madera, demasiado pesada para mi. Y ahí estaba, acostado en una camilla tal como me lo había imaginado, conectado a mil maquinas que seguro las odiaría. Tenia  una ventana frente a él y por lo menos sabia que el día se encontraba soleado.

Mi abuela que habla hasta por los codos, rompió el silencio.

-Juan, ¡mirá quien te vino a visitar! - El me miró con sus ojos turquesas y por un momento, lo sé y lo presiento, todos nos miramos a ver si me reconocería. -¡Hola corazón! ¡Qué linda estas, que alta!- dijo con una sonrisa que hizo que se le achinaran los ojos.

Las noches de Alma.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora