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Eleanor

Libertad.

Eso fue lo que sentí cuando llegué a Italia, específicamente a Verona.

Solo me tomó un mes arreglar todo lo que necesitaba para poder irme, entre eso comprar ropa, los vuelos, dónde me quedaría, y por cuánto tiempo.

Estaba viviendo mi sueño, al fin.

Mi madre, cuando era más joven, viajó por algunas partes de Europa en compañía de alguien de quien nunca supe, y cuando le preguntaba quién había sido, solo me decía: "alguien a quien amé mucho pero no lo volví a ver".

Antes de irme de casa, le pregunté sobre eso; quería que me contara esa pequeña aventura que me mencionó y lo hizo. Gracias a eso, me duplicó las ganas de ir a Italia.

Carlo.

¿Quién era?

El hombre al que mi mamá amó realmente.

Eso no me ponía mal; sabía que ella había amado a mi padre, pero era algo distinto y no tan fuerte y apasionado como fue con Carlo.

Él vivía en un pueblo cerca de Verona, al menos así era en los años 80. Venía de una familia algo adinerada, dueña de uno de los mejores viñedos de toda Italia y, claro, sus vinos eran los más reconocidos. Mi madre dijo que él fue el único hombre que pudo llegar a conocerla realmente, que había sido capaz de conocer su lado más oscuro y aún seguirla amando. Pero todo terminó mal cuando tuvo que regresar después de terminar sus estudios, y él nunca la buscó.

Ni una carta, llamada, nada.

Años después, ella se enteró de que se casó.

Y eso fue todo.

Ella supuso que fue un amor de verano, aunque duró más que eso.

No le quise preguntar nada más porque la había comenzado a notar algo cabizbaja; creo que aún le dolía.

Yo crecí escuchando sobre Italia, sobre su cultura, su comida, las personas, y supongo que por eso es que me empezó a gustar. Dicen que los veranos en este país son los mejores; eso ya lo veremos.

Por otro lado, en ese mes que estuve preparándome, Evan nunca apareció. Creí que al menos me diría algo que me tranquilizara, no sé, como un "volveré", pero no.

Absoluto silencio.

Eso solo me dio muchas más ganas de irme, olvidarme de todo ese drama y concentrarme en las vistas que tendría.

Así que sí, este era mi primer día en Verona.

¿Sabía italiano? Algo.

Había tomado cursos de niña.

¿Lo puse en práctica? No.

En mi defensa, eran los nervios. Mi mente se había puesto en blanco y los seis meses de clases de italiano se encontraban en la mierda. La idea era tomar un taxi que me llevara hasta mi pequeño apartamento, porque sí, había alquilado uno. No era muy lujoso ni tan terrible, según las fotos; era muy... al estilo antiguo italiano. Las típicas ventanas grandes y largas, la cocina algo estrecha y pintoresca con plantas alrededor.

Tomé valor y me acerqué a un taxi que, por lo que vi, estaba libre.

—Ehhh... ciao, questo taxi è disponibile?—le pregunté al conductor si estaba libre, y el señor que leía un pequeño libro verde se volteó al verme y su rostro cambió a uno suave y feliz. Después, con una sonrisa en su rostro, habló.

𝐌𝐄𝐌𝐎𝐑𝐈𝐄𝐒 𝐎𝐅 𝐔𝐒 | Evan PetersDonde viven las historias. Descúbrelo ahora