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Evan

No puedo negar que me asustaba mucho la idea de que Leah no me recibiera de nuevo en su vida. Incluso llegué a pensar que podría lanzarme un balde de agua al verme; ella es perfectamente capaz de eso.

Sin embargo, cuando me encontré frente a su puerta, todo ese miedo desapareció. Solo quería expresarle cuánto la había extrañado y, por supuesto, pedirle perdón por haber desaparecido sin más.

Eleanor es de esas personas que al principio puedes pensar que son odiosas y de mal corazón, dado que usualmente mantiene una expresión seria. Pero en realidad, su alma es de lo más dulce que hay.

Y por eso la amo. Crecimos juntos, fuimos a la escuela juntos, y solíamos dormir frecuentemente en casa del otro.

Era como mi hermana.

Estoy agradecido de que me perdonara y que se alegrara de verme, porque mi alegría al verla fue aún mayor.

En ese momento estábamos en su casa.

Habíamos llegado hacía unos minutos desde la casa de su madre. La señora Bianca siempre fue como una segunda madre para mí, cuidándome cada vez que me quedaba con ellos y, bueno, también me consentía bastante.

Leah estaba cambiándose por ropa más cómoda y limpia. Por mi parte, como no había traído ropa de repuesto, me tocaba quedarme con la que tenía, que estaba sucia.

—¡Ya casi estoy lista! —exclamó Leah de repente.

—¡Bien! —respondí.

Creo que le preocupaba que tocara algo y lo ensuciara con mi ropa, algo que definitivamente haría.

A veces soy torpe. Un claro ejemplo fue cuando casi desperté a Leah, que dormía en el ático, mientras yo había despertado antes y, para entretenerme, comencé a mover unas cajas que contenían zapatos.

Para mi suerte, una de esas cajas se cayó y los zapatos se esparcieron, pero, afortunadamente, Eleanor no se despertó. Gracias al cielo, ella tenía el sueño pesado y no se enteró de nada.

Después de eso, preferí no hacer nada y traté de volver a dormir hasta que llegó Bianca y nos despertó.

Antes de irnos, la madre de Leah me mostró algo que me causó gracia. Había subido al ático, nos vio abrazados mientras dormíamos y nos tomó una foto, solo que en ella se podía evidenciar cómo mi amiga y yo teníamos la boca abierta.

Ya tenía material para burlarme de Eleanor.

—Listo, ahora sí estoy cómoda y limpia —dijo, caminando hacia mí como si estuviera desfilando, pero de una forma muy exagerada. Llevaba puestos unos pantalones de pijama y un saco blanco.

No pude evitar soltar una pequeña risa.

—Al fin, ya olías raro —arrugué mi nariz.

Adoraba molestarla.

Inmediatamente, su cara pasó de estar feliz a una seria.

—Idiota.

—Tú me amas y lo sabes —dije.

Su semblante cambió a uno más tranquilo, puso una sonrisa sin mostrar los dientes y suspiró mientras me observaba.

Ella a veces me miraba de maneras que no entendía. No me molestaban en lo absoluto, pero sí me causaban curiosidad.

Y puede que también me gustaran un poco esas miradas.

—Sí —respondió—. ¿No estás seguro de que quieres ponerte algo más?

𝐌𝐄𝐌𝐎𝐑𝐈𝐄𝐒 𝐎𝐅 𝐔𝐒 | Evan PetersDonde viven las historias. Descúbrelo ahora