23. | En algún lugar de la neblina

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— Veo que ya vuelves a escabullirte a la habitación de mi hermano.

Di un respingo, volteé a ver a Marcel con las mejillas coloradas, por más que intentaba ser discreta, de alguna manera siempre terminaba descubriéndome.

Estábamos en mitad del pasillo, eran las 11 de la noche, ya había terminado de ayudar en las cocinas y ahora iba en dirección a la habitación de Porco, tal y como me lo había pedido. 

— ¿Sabes? Habían muchas chicas en Francia — Marcel se recostó sobre su puerta tocandose la barbilla — Chicas mayores incluso se interesaban por nosotros.

— Que presumido. — rodé los ojos.

— Es mentira, Liv. — la puerta de la habitación de Porco se abrió, sonrío al verme — No le creas nada.

— ¿Tienes miedo que le cuente sobre tus conquistas en Francia, hermanito? Tantas chicas...

— Idiota. — Porco soltó una risa — No le hagas caso Liv, ni siquiera salíamos del hotel. Te lo juro.

Marcel alborotó el cabello de Porco, él se apartó de un salto. Solían llevarse bien pero Porco odiaba que lo tratase como a un niño. Y Marcel disfrutaba molestándolo.

— Mi pobre hermano se la pasaba todo el día lloriqueando por ti. — suspiró Marcel dramáticamente — No había quien lo aguantara.

Las mejillas de Porco se llenaron de calor, apartó la mirada.

— Ya cierra la boca — abrió más la puerta de su habitación — Anda, pasa Liv. Ignoremos a este idiota.

Asentí sonriendo. Los tres miramos a ambos lados para cerciorarnos que el pasillo estaba vacío antes de que yo entrase a la habitación de Porco.

No quería ni imaginarme el escándalo que haría su madre si alguna vez se enteraba que me escabullía en la habitación de su hijo por las noches. Ante todo, Marisse Galliard me daba mucho miedo.

— No hagan mucho ruido, eh. — murmuró Marcel a mis espaldas — Luego no me dejan dormir. 

Sentí mis mejillas volverse rojas, Porco también lucía avergonzado. Marcel nos guiñó un ojo, caminó hasta el otro lado del pasillo y entró a su habitación. Porco cerró la puerta tras nosotros instantes después, colocándole el seguro.

Yo había entrado cientos de veces a su habitación en su ausencia, la había dejado impecable esa mañana para su regreso. Por eso mismo, me sorprendió la enorme cantidad de maletas y desorden que se había acumulado en tan solo pocas horas desde su llegada. 

¿Cuánto iba a tener que limpiar...?

— Son para ti. — señaló las maletas sobre la cama

— ¿Para mí? — lo miré sorprendida. 

Él asintió emocionado. 

— Te compramos regalos. Esos son míos — señaló — los de allá son de Marcel. El muy entrometido dijo que también quería comprarte algo. Pero ten cuidado, creo que lo vi comprar una rata disecada.

Solté una risa, Porco volvió a sonreír. En realidad, a mí no me interesaban mucho los regalos; no podría llevármelos sin que mi madre sospechase algo. Así que al final se quedarían escondidos debajo de mi cama, como todas las demás cosas que me había dado.

stolen kisses | armin arlertDonde viven las historias. Descúbrelo ahora