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Noah no parecía el típico criminal endurecido. Era bajo, delgado y sus rasgos juveniles le daban un aspecto infantil. Agustín hizo una doble toma la primera vez que se encontraron, convencido de que Noah no era el mismo hombre en el archivo. Noah sonrió a sabiendas y se presentó como el asesino en masa con cara de bebé. Tenían la misma edad, apenas veintitrés años, pero Noah había tomado un camino muy diferente en la vida. Se sentó en la silla frente a Agustín. Miraba sus uñas pintadas de manera repetitiva, irritándose cada vez más y más.

—¿Por qué no puedes quitar el color? —Agustín preguntó.

Noah levantó la vista y levantó las cejas. —No me dejan usar removedor de esmalte de uñas en caso de que lo beba... o lo ponga en la bebida de otra persona...

—Oh.

—No me confían productos químicos. Tengo que quitármelo.

Por lo que Agustin había leído en el archivo de Noah, tenían razón en no confiar en él. Tenía un talento, pero uno que usaba para el mal no para el bien.

—Te voy a preguntar sobre tu vida escolar.

Noah miró hacia arriba, y un cariño se registró en sus rasgos. —Algunos de los mejores días de mi vida.

—¿Por qué?

—La mayoría de los niños odiaban ir a la escuela, pero a mí me encantaba. Me alejó de mi mamá y mi papá. No tenía amigos, pero no importaba. El señor Godoy creyó en mí.

—¿Señor Godoy?

—Mi profesor de química.

—¿Siempre te ha interesado la química?

Noah asintió hacia el techo. —Solía dejarme ayudar a organizar experimentos. Me gustó la anticipación de ver reaccionar a los químicos. Los ácidos, y los alcalinos. El señor Godoy sabía que mis padres no tenían tiempo para mí y me dejó quedarme en el laboratorio después de la escuela.

—¿Te hizo sentir bien?

—El único poquito de felicidad que tuve en mi vida fueron esas pocas horas después de la escuela. El señor Godoy me hablaba como a un igual. Sus padres nunca tuvieron tiempo para él, y él sabía lo crueles que podían ser. Él entendió.

—Señor Godoy... ¿no actuó de manera inapropiada contigo?

—Eso es exactamente lo que mi papá pensó. No entendía por qué alguien sería amable conmigo sin recibir algo a cambio.

Agustín bajó la mirada a la mesa. —Lo siento, sé que hubo una acusación, eso es todo.

—¿Te dice eso en el archivo?

—Sí.

—Empecé a quedarme tarde todos los días. Los maestros le advirtieron al Sr. Godoy que no se acercara demasiado, pero a él no le importó. No estábamos haciendo nada malo. En todo caso, me estaba evitando el daño. Mi papá descubrió que me había estado quedando en la escuela con él y enloqueció. Condujo hasta la escuela y atacó al Sr. Godoy, lo puso en el hospital. Gritó que era un pederasta y les dijo a todos los demás padres que era peligroso.

—¿Qué pasó después?

—Señor Godoy se mudó lejos. Ya no me permitieron quedarme después de la escuela, y los otros niños me señalaron y se rieron de mí por ser una presa de pederasta. La escuela no fue el santuario que una vez fue.

—Lo siento.

Noah resopló. —No necesitas arrepentirte, no has hecho nada malo.

—¿Alguna vez trataste de encontrar al señor Godoy?

PSYCOPATA ; 𝙼𝙰𝚁𝙶𝚄𝚂Donde viven las historias. Descúbrelo ahora