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Marcos llegó tarde y la anticipación en el pecho de Agustín se intensificó con cada minuto que pasó. Entró en la habitación, con el pecho hinchado y la barbilla levantada. Su chaleco se aferró a su cuerpo, y sus bíceps se hincharon sin que él lo intentara. La barba peluda se había recortado, y su cabello había sido arrastrado hacia atrás. Agustín no tenía idea de dónde mirar, y terminó mirando la mesa, jugando con su lápiz.

—Está bien. Puedes codiciar sin sentirte culpable ahora.

Agustín ladeó la mandíbula y sacudió la cabeza. —No se me permite mirar.

—¿Reglas de psicólogo-participante, o reglas de visitante prisionero?

—Simplemente no está bien.

—Aligérate. Crees que soy sexy y creo que tú también eres sexy, así que, ¿qué vamos a hacer al respecto?

—Absolutamente nada.

—Pero los dos sabemos que queremos más que nada. ¿Qué tal si hago un pequeño striptease para ti?

—Marcos.. —murmuró Agustin.

—Aguafiestas. Lo siento, llegué tarde, estaba demasiado ocupado discutiendo.

Agustín parpadeó rápidamente ante el cambio de tema. —¿Discutiendo? ¿Acerca de?

—Policías y tiendas. El programa de televisión, la nueva serie comienza el sábado, y es de lo que habla todo el mundo.

Agustín intentó no sonreír, pero no pudo resistir el tirón de sus labios.

—Ah, ¿entonces has oído hablar de eso? —Marcos murmuró.

—Sí, yo y...

—Lucas solía verlo, —terminó Marcos.

—Sí.

—¿Vas a ver esta serie?

Agustín se encogió de hombros. —No lo sé, no será lo mismo verlo por mi cuenta.

—Sepas que cuando lo mires, toda el ala lo está mirando, incluyéndome a mí. No estás por tu cuenta.

—No es como si pudiera llamar a la prisión y hablar sobre el episodio, ¿verdad?

—No, tendrás que esperar hasta nuestra sesión del viernes.

Agustín golpeó su dedo en sus papeles. —Esto es lo que se supone que debemos hacer en nuestras sesiones, no hablar de televisión.

—¿Qué le pasó a tu mano? —Preguntó Marcos.

El cambio de tono sobresaltó a Agustín, y él se quedó boquiabierto.

—Tu mano, —repitió Marcos.

Agustín se frotó los arañazos. —Mi gato.

—Viciosa, ¿verdad?

—Él, —corrigió Agustin. —Tenemos una relación de amor-odio. Lo amo, me odia. Todo es justo en el amor y en la guerra.

—Creo que tu gato está ganando la guerra.

—Tienes razón.

—Puedes ver Policías y tiendas con tu gato.

—Gracias por hacerme sonar como un loco de los gatos.

Marcos se rio, y el pecho de Agustín le hizo cosquillas en el sonido. Hizo un gesto hacia la silla de enfrente y quiso que sus mejillas no se tornaran rojas como el tomate.

—Hoy quiero preguntar por el alcohol.

Marcos se sentó y se movió hasta que estuvo cómodo. —Adelante, pero mantengámoslo corto y dulce.

PSYCOPATA ; 𝙼𝙰𝚁𝙶𝚄𝚂Donde viven las historias. Descúbrelo ahora