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—Maxi va a estar devastado, —susurró Lucila

Agustín se movió en su asiento y tocando obsesivamente sus uñas. Se sentaron a la mesa, esperando que Maxi llegara. Había pasado el fin de semana repasando su decisión, y cada vez recordaba la mirada en los ojos de Marcos.La preocupación, y la honestidad.

—Simplemente no se ajustaba a los criterios.

—¿Estás seguro?

—Sí...

Maxi entró en la habitación y se quedó inmóvil al ver a Lucila sentada en la mesa.

—Toma asiento, —dijo Agustin.

Maxi no apartó los ojos de Lucila cuando se sentó frente a Agustín.—¿Estoy en algún tipo de problema?

—No, no hay problema. No hay una manera fácil de decirlo, pero te estoy retirando del estudio.

Maxi parpadeó y Agustin se preparó en caso de que se lanzara sobre la mesa. En cambio, Maxi se encogió en su silla y frunció el ceño. Pasaron unos tensos segundos y Agustín esperó pacientemente la respuesta de Maxi.

—¿Qué hice mal?

—No hiciste nada malo. Es mi culpa. No cumpliste con los criterios para continuar.

—Dijiste que lo estaba haciendo bien.

—Lo hiciste genial. Es solo una de esas cosas, —dijo Agustin.

Maxi levantó la cabeza y el estómago de Agustin se tensó cuando vio lágrimas en sus ojos. Se preparó para un aluvión de abusos, o para que Maxi lanzara un puño, pero sonrió y le tendió la mano.

Agustín la miró, sin saber si sacudirla, pero Lucila le dio un codazo en las costillas, y él respondió, agarrando a Maxi con fuerza.

—Muchas gracias por las conversaciones, Agustin, y gracias por ponerme en primer lugar. Voy a extrañar estas sesiones.

Agustín tragó saliva y asintió. —Sí, yo también.

—Si alguna vez necesitas un participante para algo más. Soy tu hombre.

Agustín asintió. —Serás el primer hombre al que me dirija.

Maxi le lanzó una sonrisa de ojos llorosos a Lucila, luego abandonó la habitación. Sus lentos pasos resonaron en el pasillo, y luego la puerta al final se cerró.

—Eso fue mejor de lo que esperaba, —murmuró Lucila.

—¿Qué estabas esperando?

—Llorando, mucho de eso. Pensé que por eso me lo pediste, para que pudiera abrazarlo.

—No, te pregunté en caso de que se pusiera desagradable.

Lucila levantó una ceja. —Maxi? Él es un amor.

—Aparte de quemar la cara de su padre...

—Bueno, sí, pero eso fue fuera de aquí. Ha sido el prisionero perfecto, educado, servicial, no haría daño a una mosca. De hecho, se angustió bastante cuando una polilla voló hacia el atrapamosca...

Agustín se dejó caer de nuevo en su silla y cerró los ojos. Había estado esperando que Maxi gritara, exigiera más sesiones o amenazara. Tenía su mano lista sobre la mesa para golpear el gran botón rojo, pero no lo había necesitado. Maxi le había dado las gracias y sonrió cálidamente mientras se estrechaban las manos.

—Entonces, ¿quién tienes más tarde?

—Nacho.

—Prefiero pasar cuarenta minutos con Maxi en lugar de Nacho cualquier día.

PSYCOPATA ; 𝙼𝙰𝚁𝙶𝚄𝚂Donde viven las historias. Descúbrelo ahora